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Los marañones podrían estar desapareciendo de los campos de Cuba, aseguran quienes consideran que a los hombres y las mujeres de la tierra no les interesa cultivarlos, pues no es rentable ni apetecible para el paladar de todas las personas. Otros, en cambio, afirman que su población mengua por descuido y mal manejo de los especialistas.
Lo cierto es que la cotidianidad, si no valida esas hipótesis al menos señala que este producto, también llamada fruta de la memoria –que cada día cae más en la desmemoria– se hace más raro en la dieta del cubano, al extremo de que algunos jóvenes ni siquiera lo conocen, y se dice y se repite y no se cree, pero es así: los bisoños muchas veces saben de su existencia por mera oralidad.
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Las personas mayores cuentan que en Cuba siempre fue una delicia comer el marañón en almíbar y que las semillas tostadas absolutamente nada tienen que envidiarles a las más finas nueces, avellanas y pistachos.
“Por mi casa pasaba una señora que vendía a tres pesos los cucuruchos de semillas de marañón tostadas, en un momento en que el maní costaba un peso, era sabroso y en aquel instante eso era caro, pero igual compraba varios cucuruchos… me gustaba el sabor tan suave que tiene, que no llega a repugnar, a asquear, y esa señora me encantaba porque lograba sacar la semilla entera, pareja, sin quemarse, y con un aroma y un sabor que ahora mismo se me hace la boca agua.
"Pero de un día a otro la señora se desapareció. Tiempo después otro hombre también pasaba, e igual, desapareció. Un día lo encontré en la calle y le pregunté, me dijo que el problema es que cada día era más difícil de conseguir las semillas”, comenta una abuela del reparto Sueño, en Santiago de Cuba.
Sin embargo, el proceso del tueste de las semillas de marañón es bastante sencillo y rápido.
Las semillas deben estar bien secas, preferentemente pasar varios días al sol para evitar la humareda. En un zinc o pieza metálica se abren varios orificios y con leña o carbón, cuando esté bien prendido, se colocan las pepas del marañón.
Moviendo de vez en cuando, las semillas comienzan a despedir un olor característico y empiezan a tostarse.
Uno debe cambiarlas de lugar para que se doren parejo. El propio aceite que sueltan las pepas, con las brasas, se prende. Justo en ese instante se sigue revolviendo unos minutos.
Para terminar, se arroja arena a las semillas para apagar la candela, si no se calcinan. Las pepas se abren y se saca el producto interior. Alguna se puede extraer con la mano, otras veces hay que auxiliarse de algún objeto para golpear.
Se dice que estas semillas tostadas tienen una gran cantidad de antioxidantes, vitaminas, además de magnesio, fósforo, zinc, manganeso, hierro y cobre, contribuyen a reducir el 'colesterol malo' y una pequeña cantidad de ellos es fuente concentrada de nutrimentos esenciales y beneficiosos.
De las semillas de la fruta “que aprieta la boca”, una vez tostadas, se hace un turrón, con las pepas enteras, mientras que molidas sirven para elaborar una tableta, pero estos sabrosos manjares, me atrevería a asegurar que muy pocos cubanos saben de ellos.
También sirven para la repostería, y quienes han tenido la dicha de probarlo en tortas, dicen que es un recuerdo inolvidable. No pocas personas lo prefieren por encima, incluso, de las almendras y avellanas.
“Mi mamá humedecía las semillas y calentaba para aflojar la cáscara, entonces sacaba la semilla que tiene forma de riñón. Después las tostaba, las hacía añicos en un mortero y le agregaba sal a gusto. A veces las usaba para hacer un atole, refresco y hasta mantequilla. Las comíamos con leche, chocolate… Lamentablemente mis nietos no conocerán esos platillos tradicionales pues se han perdido los marañones”, asegura una señora.
La nuez que se extrae de la semilla de este árbol, una vez fue común en nuestros campos y talado para quien sabe qué usos del terreno, se comercializa en el mundo, un mercado al que Cuba, obviamente, no coloca producciones nacionales porque, simplemente, casi no existe la planta.
“No sé si existe un programa de recuperación del marañón. Una vez escuché de viveros con posturas de este árbol que se estaban creando, en algún lugar de Santiago de Cuba, pero sinceramente nunca más he escuchado del tema, hasta ahora que hablamos de marañones. Si existe la voluntad de recuperar este alimento, muy ligado a nuestra idiosincrasia, pues mira no lo sé, pero lo dudo”, comenta otro santiaguero.
Lejos de ser tan apreciada como el mango, la piña o la guayaba, los marañones sirvieron de inspiración al compositor Jesús Guerra, nacido en Cienfuegos en 1920 y radicado en Francia desde los años 40. En 1953, Benny Moré interpretaría su número Semilla de Marañón.
Rosendo Rosell compuso Caimitillo y Marañón, popularizado por la Orquesta Aragón, la cual decía: "...cobarde/ tienes miedo de quererme/ tienes miedo de mirarme, tienes miedo del amor/ entonces dime para que quieres la vida/ cobarde eres un triste lamento, eres humo y vanidad, no conoces del amor y no quieres aprenderlo/ cobarde no sabes lo que es besar/ ni besarse con pasión/ ni estrujarse en una boca, porque eres cobarde.....el marañón me gusta mucho más/ el marañón me gusta mucho más...caimitillo y marañón/ caimitillo y marañón/ cobarde...el marañón me gusta mucho más/ el marañón me gusta mucho más”.
La más delatora, por su aroma, de las frutas que se cultivan en Cuba está desapareciendo. No lo digo yo, lo dice la vida. Con ella, también se van platos, tradiciones, costumbres, sabores… Ojalá y los niños de mañana que nazcan en esta nación caribeña no tengan que conocer, por ejemplo, las semillas tostadas (igual como sucede con los pistachos, las almendras o las avellanas) cuando un familiar se las regale al traerlas de otro país. Y no es exagerar, podría pasar.
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