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Reyna es quizás la gastronómica más famosa de Santiago de Cuba, al menos después de enero de 1959. Por más de 60 años se ha dedicado a esa actividad en una ciudad que es, precisamente, famosa en los últimos tiempos por el mal servicio en los establecimientos estatales y hasta en algunos del sector privado. Pero ella es la excepción de la regla.
Con su buen trato y una sonrisa siempre en su rostro, se ha convertido en uno de los personajes populares de la ciudad, y aunque ella bien lo sabe pues el cariño del pueblo a diario lo siente, nunca fue su objetivo ser “famosa”. Sólo trabajaba con la seriedad que hoy muchos ni desean imitar y otros sueñan tener.
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Trabaja, desde su inauguración el 26 de julio de 1964, en la emblemática pizzería La Fontana Di Trevi, dependienta de un lugar que tuvo la fama de ser excelente sitio para comer, décadas atrás, y que hoy es de esas edificaciones que todos miran con cariño. Pero ella es, incluso, más famosa que este lugar protagonista en la vida de los jóvenes de los años 70, 80…
Pocos saben que se llama Reyna Lobaina Rodríguez. Todos la recuerdan como la “señora mayor de La Fontana”. Su cara la reconocen todos los santiagueros que han vivido en la urbe en las últimas décadas, y en las redes sociales es casi una celebridad, pues nadie cree que a sus 82 años de vida pueda seguir trabajando y cargando enormes bandejas con platos, botellas y cubiertos.
Pero lo que nadie sabe, o casi nadie, es que ella aún se mantiene en su puesto de trabajo con un solo deseo en el corazón: tener la casa que una vez se ganó con su duro trabajo, participando en las famosas microbrigadas, y que nunca ha podido disfrutar pues la vida se lo ha negado. También se le prometió un teléfono y un carro, décadas atrás, y tampoco le llegaron, pero solo aloja en su pecho la aspiración de su vivienda.
“En el año 64 comencé de dependienta en La Fontana, era la única mujer que trabajaba en el salón. Atendía cinco mesas en la parte de abajo, ahora es que con la nueva dirección decidieron dejarme arriba para cuidarme, pero siempre trabajé estas cinco mesas de abajo”, comenta orgullosa.
Actualmente personas de todo el mundo vienen hasta La Fontana no a probar la comida, lejos ya de la calidad que hizo famoso el lugar, sino a ver si Reyna aún trabaja, si aún puede con las pesadas bandejas cargadas de pizzas, pastas y hasta 30 cervezas colocadas en ellas, y con un cuerpo que aparenta ser muy frágil, por su extrema delgadez.
Le hacen regalos, hasta dinero que ella acepta pero siempre apenada, la adoran como una reina, la saludan, le recuerdan siempre que cuando eran jóvenes ella les servía la comida y aseguran era la más rápida del lugar, por eso la preferían, y por la sonrisa que nunca faltaba. Todos rememoran su sonrisa y su amabilidad, eso no falla.
“Yo he tenido problemas duros. En el 69 mi esposo tuvo un accidente. Aun así, me consagré al trabajo y al cuidado de mi esposo. Luego perdí a mi mamá y a mi papá, también perdí tres hermanos, pero nunca dejé de trabajar de dependienta, quizás un día, pero no por mucho tiempo. Siempre me consagré al trabajo, y eso incluía dar un buen trato y sonreír al cliente. Yo digo que si trabajas atendiendo a las personas, debes dejar tus problemas afuera”, explica.
Tampoco menguaron su sonrisa las largas horas, luego de salir de La Fontana, en las que trabajó en la construcción, en las microbrigadas, con el sueño de tener su propia casa, pues compartía la de sus hermanos pero con una familia numerosa. Nada melló su legendaria amabilidad.
El 26 de julio de 2019, Reyna cumplirá 55 años de trabajo en el mismo lugar, en La Fontana, en la calle Enramadas, en Santiago de Cuba. Y solo alberga un deseo en su corazón: tener la casa que con su trabajo se ganó y que nunca ha podido disfrutar.
“Eran seis casas que se iban a dar. Íbamos, cuando salíamos de La Fontana a las cinco de la tarde, a trabajar en la construcción, hasta las nueve o diez de la noche. La siguiente semana que me tocaba de día, igual, salía e iba para allá a trabajar en la construcción de lo que sería mi casa y la de otros. De las seis casas, solo se entregaron dos. Cuando me fueron a dar la mía, en el año 1992, nunca se me olvida esa fecha, me dijo el administrador 'Reyna te vamos a dar tu casa para que te vayas tranquila', pero jamás llegó”, comenta.
Por décadas las diferentes oficinas del Poder Popular, del Partido, le vieron ir y venir, siempre buscando su casa y encontraba en todo momento la misma respuesta: por el Período Especial no se la podemos dar, cuenta esta señora muy poco conforme con su malograda suerte, a pesar de haberla forjado con sus propias manos y su cuerpo, que quien la ve de cerca no cree que pueda cargar ni un ladrillo ni una bandeja de comidas… y, sin embargo, ambas cosas hizo, y hace.
“Hasta al Consejo de Estado he escrito más de 10 veces, siempre me decían que el Gobierno y el Partido en Santiago de Cuba eran los que me podían ayudar… Fui a la zafra, cuando regresé también me iban a dar un Moskovich, antes lo daban por los centros de trabajo, a los tres días me dijeron que no, que se lo darían a otra persona, en ese entonces dije que no lo quería, solo mi casa. A todos los lugares he entregado cartas, y hasta la fecha, nada. El mundo entero sabe que yo aún trabajo a mis 82 años, porque quiero tener mi casa. Aquí, a La Fontana, vienen personas de otros países y me preguntan '¿Reyna ya te dieron tu casa?', y siempre les digo que no”, sentencia.
En su casa Reyna conserva todos los trabajos periodísticos en los que ha salido, incluyendo aquellos hechos por la televisión local. Lamenta, junto a los más de 10 familiares con los que comparte la casa, la pérdida de las viejas fotos que la mostraban trabajando en la microbrigada, duras horas gastadas para tener su vivienda, esa que a sus 82 años de edad y unos 60 de labor en la gastronomía, que le han convertido en un personaje popular por su buen hacer, pero que no se trasformaron en una morada propia.
“A mis 82 años de vida sigo trabajando porque quiero tener mi casa, y eso lo sabe el mundo entero”, afirma categóricamente y sin vacilaciones.
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