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Llamémosle Beatriz, aunque no es su nombre real pues esta madre santaclareña pidió no ser identificada a fin de conseguir su objetivo: “Parece que escribí a donde tenía que escribir, y me dijeron que en enero me darían una respuesta definitiva”.
Tiene fe, aunque no es la primera vez que ella escribe, y le dicen algo parecido: “Desde 2014 este edificio está reportado con peligro de derrumbe, y se nos dijo a los vecinos que debíamos abandonarlo, pero nadie se ha movido. Varias veces he ido al gobierno y les he explicado que no es que no me preocupe que el techo nos caiga encima, sino que no tenemos otro lugar donde meternos”, asegura ella.
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La suya es una de las 11 “casas” en que se diseccionó un céntrico edificio del siglo XIX. Su madre de 67 años, su hijo de 5 y Beatriz ocupan un espacio de aproximadamente 30 metros cuadrados en la segunda planta del inmueble. El techo de lo que vendría siendo la sala tiene huecos tan grandes que por ellos cabría fácilmente una persona, y el del cuarto luce como una gran hernia de madera y tejas dispuesta a reventarse con el próximo chubasco.
Su madre de 67 años, su hijo de 5 y ella ocupan un espacio de aproximadamente 30 metros cuadrados en la segunda planta del inmueble. El techo de lo que vendría siendo la sala tiene huecos tan grandes que por ellos cabría fácilmente una persona, y el del cuarto luce como una gran hernia de madera y tejas dispuesta a reventarse con el próximo chubasco
La cocina —me dice— es la parte confortable de la casa, el lugar donde puso todo lo importante. Allí se mezcla el tufo húmedo de las paredes con el aroma del último sofrito, y silba una olla con frijoles muy cerca de la cama vestida de blanco. En una esquina está el refrigerador, y sobre él un pequeño televisorcito, al costado un tanque con el agua de beber. Desde las alturas del pequeño fregadero cuelgan tres sillas viejas y todo tipo de trastros. Varias tendederas con ganchos atraviesan el recinto de esquina a esquina semejando las tramoyas de un teatro. Pero esta puesta en escena ya le dura demasiado.
“El niño no se queda con nosotras, porque tengo miedo de que se nos caiga la casa mientras dormimos. Cuando uno está despierto puede correr y protegerse, pero dormidos no. A eso le tengo pánico”. Narra consternada que desde septiembre su hijo duerme en la casa de una prima, que tiene una casita pequeña muy cerca de allí.
Algunos amigos le dijeron que no lo hiciera, que sacar al niño de la casa dilataría más la solución de su problema. “Pero cuando una es madre en lo primero que piensa es en los hijos. Mami y yo vamos tirando aquí mientras tanto”, explica ella.
La situación de Beatriz es la de muchas otras familias en Santa Clara, una ciudad donde la disponibilidad de viviendas es cada vez es más reducida, y en la que, por otro lado, aumenta el número de edificaciones con peligro de derrumbe.
Nuestra protagonista no quiere fotos, porque teme que de pronto se le esfume esa “respuesta” que le ha prometido para el nuevo año. “Pero no aguanto más. Si en enero tampoco solucionan mi problema, me van a tener que callar”, asegura.
“Si el gobierno tuviera interés en este edificio ya nos hubieran resuelto el problema como han hecho con otros, cuando los coge turismo para hacer hoteles. Pero este está de demolerlo hace rato. Yo no pido que me den una vivienda, lo que quiero es que el estado me facilite al menos un alquiler céntrico que yo pueda pagar con mi trabajo”.
Yo no pido que me den una vivienda, lo que quiero es que el estado me facilite al menos un alquiler céntrico que yo pueda pagar con mi trabajo
En días alternos Beatriz hace labores de limpieza en dos hostales de la ciudad de Santa Clara, y aunque explica que es una faena agotadora puede vivir de su trabajo, pero no le permite soñar con comprarse una casa.
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