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Se llama Ana (nombre ficticio), es una refugiada venezolana en Trinidad y Tobago; tiene 20 años y ha accedido a contar su experiencia a CiberCuba con la condición de mantener su anonimato.
Ana estuvo detenida tres meses en el IDC (Centro de Detención de Inmigrates) de Arima, la cuarta ciudad más grande de Trinidad y Tobago. "Fue una experiencia totalmente mala. No se la deseo a nadie, nadie, nadie".
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La joven permaneció detenida pese a que ya había tramitado su solicitud de asilo. "Tenía el papel con la foto, pero a ellos no les importó nada. Me llevaron presa. Ninguno de ellos hizo nada por mí y gracias a Dios mi novio nunca me dejó sola. Estuvo ahí, siempre iba constantemente a Inmigración. Se hizo responsable de mí, pagó mi multa de 2.100 dólares trinitarios (313 USD) y me dieron libertad bajo presentación. Me presento mensualmente".
"Mi experiencia en IDC fue fatal. Para nadie es bueno estar encerrado sin saber de su familia. Solamente nos dan 30 minutos, un día a la semana. Si no tienes señal o dinero en tu teléfono no te comunicas. Ésa es la realidad. Hay muchas personas que las llaman, les cancelan las citas y tienen 9 o 10 meses allá. Es una situación, creánme, fatal. A ellos no les importa si tú estás enfermo, si te estás muriendo. Siempre creen que estás fingiendo. Se quedan viendo y te ignoran, se van a las oficinas, hablan entre ellas y se ríen".
Ana cuenta que padece asma y sufrió un ataque una noche en el IDC de Arima, que no fue a peor gracias al apoyo del resto de refugiadas detenidas en el cuarto donde estaba recluida. "Gracias a Dios no empeoré. Así como yo, hay muchas que se enferman, sufren fiebre y no tienen tratamiento ni cómo curarse", dice.
La comida en IDC, recalca, la sirven fría y les dan una sola botellita de agua a las internas. "De las más pequeñas que se puedan imaginar, para un día. Es verdaderamente increíble con el calor que hace. Estamos encerradas y una no sabe si es de día o es de noche. Es una experiencia totalmente mala. No nos dejan escribir, nos quitan los lápices. Nos tratan y nos hablan como les da la gana. Son personas como que no tuvieran corazón ni familia. Para nadie es un secreto la situación de Venezuela y me partía el alma ver a la mayoría de las chicas llorar por no saber nada de sus familias, de sus hijos porque no tenían como mandarles nada. Llegamos a este país pensando que nos iba a ir mejor. Arriesgando para ayudar a las familias y caímos presas al mes o los dos meses de llegar".
"El poquito tiempo que nos daban para llamar (a la familia)... Esos días eran fatales. Todas llorando porque se comunicaron con su familia solo un ratico. Extrañaban a sus hijos, sus hijos las extrañaban. Las palabras de nuestras familias son un gran dolor".
Cuando el temblor fuerte que hubo en Trinidad y Tobago, las oficiales no sacaron a las detenidas de las celdas, las dejaron llorando. "Cómo calmarnos al ver el temblor de esa magnitud, tan fuerte. La mayoría pensamos que era el fin. Estando encerradas entre cuatro paredes. No hay una cancha donde nos sacan a jugar. Nada. Ahí no hay nada. Nos dejaron encerradas durante ese terrible terremoto".
"Es doloroso vivir eso, sin poder hacer nada. En una ocasión yo estaba durmiendo y mandaron a todas para afuera, pero yo no había escuchado y una oficial me agarró y me empujó. Me trató como a un perro. Me puse a llorar porque me dolió que una persona se aprovechara de la situación. He visto cómo le han metido cachetadas a otras. Es una gran injusticia y no estoy de acuerdo con eso".
"Quisiera el apoyo a todos esos refugiados que hemos pedido refugio porque en verdad lo necesitamos. Estamos aquí y nos meten presas. Ahí nos secamos y nadie se mueve por uno ni nadie habla por uno. Ahí uno se seca. Yo pasé tres meses. Otras compañeras han pasado más. Depende de la persona que se mueva por ti".
Ana está convencida de que en Trinidad y Tobago no se están haciendo las cosas bien. "No están refugiando a los refugiados. Tratan a los migrantes como a unos perros. No tienen sentimientos. Nos ven como los peores delincuentes del mundo".
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