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Reina Salazar tiene 52 años, dos hijos y un nieto, una modesta casita y una perra llamada Panda, como el televisor que le asignaron en el trabajo hace 8 años atrás, cuando en su escuela renovaron los equipos y vendieron a los trabajadores destacados del centro los televisores de uso.
Con 17 votos contra 15, Reina le ganó la disputa a una bibliotecaria más joven, y se llevó aquel ATEC sin botones, castigado por los años y el polvo de las tizas. Pero desde aquel día feliz entendió, sin embargo, que allí ya no tenía mucho más que esperar.
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Desde entonces a la fecha, dice que no sabe para qué trabaja. Ella es recepcionista y cobra mensualmente 322 pesos con 17 centavos, o lo que es los mismo, 12.88 CUC. Con ese dinero nuestra amiga debe satisfacer cada una de sus necesidades, además de pagar la electricidad y el gas, y saldar una tasa de descuento mensual porque aún está pagando el refrigerador HAIER que le vendieron por La Revolución Energética, un par de años antes que el panda.
Cada día Reina debe desplazarse unos tres kilómetros para ir a trabajar, y casi siempre lo hace en guagua, a veces en un carretón de caballo y en ocasiones a pie, cuando el espolón la deja. Como en su escuela no hay comedor, los padres recogen a los hijos al mediodía y los devuelven sobre las dos de la tarde para que continúen con las clases. Pero todo ese tiempo Reina debe permanecer allí.
Desde una mesita de cabillas, junto a un teléfono y la bandera, ella cumple con el rol que le han asignado dentro de la división social del trabajo en Cuba. Solo le dan unos minutos para que vaya a comprarse la pizza del almuerzo.
“No son buenas, —dice ella— las mejores son las que hacen en una paladar dos cuadras más abajo, pero son más caras, así que casi siempre las compro aquí. Total, es para comer algo caliente y poder aguantar hasta las 4 y media.”
Destinar ese dinero diariamente para comprarse una pizza es un lujo que ella no puede permitirse, sabe que el salario no le alcanza ni para empezar el mes, pero tampoco puede permitirse estar tantas horas sin comer.
“Como no tenemos comedor, una vez se comentó que nos pagarían 15 pesos diarios para el almuerzo, algo que se hizo en otros centros de trabajo. Pero nos quedamos esperando”, recuerda ella con desgano.
Varias empresas y sectores productivos incorporaron ese sistema cuando eliminaron sus comedores obreros hace algunos años atrás. Quizás Reina no lo haya analizado así, pero pagar 15 pesos adicionales diariamente por concepto de almuerzo, equivale a reconocer tácitamente que ese es el monto estimado mínimo con el que se puede acceder a un almuerzo en la isla.
Sin embargo, ella gana menos de 15 pesos al día —$13.42, para ser más exactos— lo que analizado a la inversa indicaría entonces que ella no cobra el suficiente dinero como para poder almorzar. Dicho de otro modo, si un día le llegaran a pagar los 15 pesos de marras, entonces ese monto superaría su salario nominal.
Pero esos cálculos nadie los ha hecho todavía, y no vienen al caso porque como ella misma dijo: se quedaron esperando. La historia de Reina es la de miles de cubanos que van cada día al trabajo con la pesada certeza de que lo hacen en vano.
Nuestra amiga, además de tener 52 años, dos hijos y un nieto, una perra, un panda, un refrigerador pagado a descuento, un espolón, un empleo y un salario, también tiene una difícil paradoja por resolver. Una paradoja que ella misma plantea así:
“Si trabajo tengo que comerse una pizza. Y si me como una pizza ¿para qué trabajo?”
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