Matrimonio gay en Cuba: ¿sí porque sí?

No estamos hablando de gustos o preferencias personales sino de respetar derechos.

Boda de Jorge y Mariano, en España. © Cortesía de Jorge y Mariano.
Boda de Jorge y Mariano, en España. Foto © Cortesía de Jorge y Mariano.

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Este artículo es de hace 6 años

El artículo 68 del proyecto de reforma constitucional en Cuba, que define el matrimonio como la unión de dos personas, está levantando ampollas en determinados sectores en la Isla porque abre la puerta a las bodas gay.

Era de esperar que la iglesia se opusiera. Es su papel. Lo ha hecho en España o en Argentina, dos países en los que se aprobó la ley del matrimonio igualitario pese a la presión de los curas. Los católicos salieron a protestar a las calles. Una vez aprobada la nueva normativa se acabó el debate. Ni ha habido avalancha de matrimonios homosexuales ni los niños están en peligro por vivir con dos padres o dos madres ni la humanidad corre el riesgo de desaparecer.


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La propuesta de dar pasos para abrir la puerta al matrimonio homosexual en Cuba ha llegado al Parlamento porque Mariela Castro, hija de Raúl Castro, es diputada. De lo contrario habrían pasado décadas hasta que un parlamentario decidiera plantearle al Partido Comunista la necesidad de defender el derecho del colectivo LGTBI a disfrutar de los mismos derechos que el resto de cubanos. Ella lo pudo hacer, sobre todo, por su apellido.

Al matrimonio gay se oponen también en Cuba otras corrientes religiosas. La Iglesia Metodista llegó, incluso, a plantearse una marcha reivindicativa. No voy a cuestionar que se hayan mantenido callados ante tantas injusticias y que sólo ahora salten. Están en todo su derecho a defender los pilares de sus creencias, pero yo no comparto su posición.

Cuando hablamos de matrimonio homosexual, no hablamos de gustos personales sino de devolver derechos secuestrados durante siglos a determinadas personas, basándonos únicamente en su preferencia sexual. Como si el voto y los derechos de un ciudadano se midieran en función de con quién se acuesta. Eso en el siglo XIX puede que fuera lo normal, pero no puede seguir siéndolo en el XXI y menos en Cuba, donde la mayoría hemos crecido, vivido y sufrido lo mismo.

Puedo entender que el clero se oponga al matrimonio homosexual porque lo hace siempre, en cualquier punto del planeta. Puedo admitir que la Iglesia Metodista amague con llenar de pancartas y familias tradicionales la calle 23 del Vedado; pero no consigo entender que lo que más preocupe a muchos cubanos de pie sea el matrimonio homosexual.

En Cuba tenemos una deuda histórica con el colectivo LGTBI. La marginación a la que han sido sometidos es culpa de todos. Aquí no vale el: "Yo no sabía nada", porque si no lo sabías, ya lo sabes. Nosotros permitimos con nuestra miradita para otro lado que los encerraran y humillaran y que los sigan discriminando. Somos tan responsables como quienes dan las órdenes. Ni más ni menos.

Detrás de toda esta oposición, aireada en nombre de la libertad de expresión por la prensa oficialista, lo que hay es un machismo terrible arraigado en hombres y mujeres de Cuba. Un sálvese quien pueda y el que yo no quiera, que se joda.

Defiendo el matrimonio homosexual porque quiero para todos los cubanos, se acuesten con quien se acuesten, los mismos derechos que tengo yo. Es así de simple: quiero que tengan la libertad de elegir si quieren o no dar el paso que yo he dado.

No lo hago con el ánimo de ofender a Dios. Líbreme, Señor, de cualquier sospecha, pero creer que ser gay es una enfermedad es tan insensato como irresponsable. Ser homosexual no es tener un catarro crónico.

Me niego a pensar que los cubanos no estamos preparados para aceptar el matrimonio homosexual. Siempre hemos estado por encima de tabúes. Nosotros sabemos lo que es bajar la cabeza, perdonar, rectificar y levantarnos. Somos duros. Nada nos hunde porque nunca nos hemos dado el lujo de dejar de intentarlo. Y somos así los heterosexuales y los homosexuales, sin distinción.

Aquí hablamos de justicia, de derechos y de empatía, no de gustos personales. Los derechos tienen que ser para todos, nos guste o no.

Que un país que permite el aborto y que tiene un índice de divorcios y de familias monoparentales escandaloso se lleve las manos a la cabeza por la posibilidad de que los homosexuales puedan casarse es una más de nuestras hipocresías. Para mí sí, pero para ti no. ¿Por qué?

Justificar la oposición al matrimonio homosexual pensando en la baja natalidad de la Isla es ignorar las causas que la provocan. Son infinitas, pero hay al menos dos indiscutibles: no hay niños porque no hay dinero ni viviendas donde emprender proyectos familiares. No porque fulanito se va a casar con menganito.

Hay decenas de estudios que desacreditan el matrimonio homosexual, de la misma manera que hay quienes a día de hoy se atreven a negar el holocausto judío en la Alemania nazi. Hay justificaciones de todos los colores políticos, pero en este caso no me valen. Los derechos tienen que ser para todos los cubanos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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