Nunca dejarán de sorprendernos, en esta época cuando el asombro ante una película es cada vez más raro, el empeño de muchos filmes dirigidos por Humberto Solás por revalidar melodrama y romanticismo hasta alcanzar los límites de la sensualidad barroca.
Sus vínculos con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) datan de cuando tenía poco menos de 20 años, a principios de los años 60, primero como asistente de dirección, colaborador de la revista Cine Cubano, y luego realizador de breves notas audiovisuales para la llamada Enciclopedia Popular, proyecto encaminado al auxilio de la campaña de alfabetización.
A la vuelta de poco más de un año de haber llegado al ICAIC, codirige, con Oscar Valdés, su primer documental, Variaciones, y al año siguiente el cortometraje, El retrato, también codirigido por Oscar Valdés. Esta primera etapa de experimentación y tanteos es superada con el mediometraje Manuela (1966) en el cual encuentra el tema definitivo de toda su obra: el individuo, particularmente la mujer, víctima de las lesiones y los estremecimientos causados por la historia.
Con el tríptico Lucía (1968), obra maestra del cine cubano, se afianza la segunda etapa de su obra, que llega hasta los primeros años 90, y se destaca por el extremo cuidado formal y de la puesta en escena (se inspiraba sobre todo en Serguei Eisenstein y Luchino Visconti) aplicados a su regusto por recrear enfáticamente los signos culturales del pretérito.
Sin embargo, a la luz de Memorias del subdesarrollo, realizó Un día de noviembre (1971) de tema contemporáneo, y que fue incomprendida y censurada en su momento.
El notable espesor filosófico, artístico e historicista de sus filmes con frecuencia abreva en la literatura (José Lezama Lima, Cirilo Villaverde, Miguel de Carrión, Alejo Carpentier), la plástica (Lam, Portocarrero, Servando), la música (Leo Brouwer, José María Vitier) y la arquitectura, las cuatro fuentes nutricias de su filmografía toda.
Wifredo Lam (1979), Cecilia (1982), Amada (1983), Un hombre de éxito (1986) y El siglo de las luces (1992) son retablos más o menos espectaculares y genéricos donde se retrata “la tragedia del hombre que trata (muchas veces inútilmente) de encontrar el hilo de su destino”.
La misma obsesión con los momentos definitivos del pretérito, y con los hitos mitológicos de la cultura nacional, trasuntan sus filmes dedicados a la contemporaneidad: Miel para Oshún (2002) y Barrio Cuba (2005) las dos últimas realizadas con bajo presupuesto, tecnología digital y dentro de la sobriedad del llamado cine pobre, lo cual no le impidió mantenerse atento a los desbordes del melodrama, al mundo sentimental, filial y afectivo, en franca colisión con las asperezas de la vida económica y social, en tiempos de período especial.
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