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Un día decidió acogerse a un programa de inmigración de Canadá y se marchó de Cuba. Era consciente de que estaba bien preparado. Tras salir de la universidad hablaba cuatro idiomas, sabía de arquitectura, historia del arte, historia de Cuba y universal, pero su trabajo como guía turístico no le gustaba.
Compró la plaza y una vez dentro se dio cuenta de que sólo de propinas no se vive. Lo mismo vendía tabaco que 'multaba' a los turistas con el precio de las bebidas en los bares a los que los llevaba, luego de ponerse de acuerdo con los camareros del local.
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"Yo no me quemé las pestañas en la universidad para ganarme la vida como delincuente. Aquí no duermo tranquilo, por eso me voy", confesó a una prima suya, según recoge Cubanet.
Muchos universitarios cubanos se enfrentan a la frustración de incorporarse a puestos de trabajo mal pagados, por lo que una gran mayoría opta por abandonar su profesión y hacerse un hueco en el sector turístico como porteros, parqueadores o jardineros. Así te puedes encontrar en Cuba ingenieros civiles trabajando como peones en la construcción, que cierran su casa en Pinar del Río y se van de alquiler a La Habana. "Aquí vivo mejor", comenta uno de ellos a Cubanet.
Marcia se graduó en el Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras, pero dejó el trabajo como maestra para trabajar en una cafetería particular. Con este empleo menos cualificado puede permitirse una vida más holgada que la que tenía en las aulas.
Los pocos universitarios que deciden permanecer en sus profesiones tienen que hacer malabarismos para llegar a fin de mes. Una filóloga sale de trabajar y se va corriendo a darle clases a dos niños o se enfrasca en una traducción porque su salario no le alcanza para vivir.
Otros optan por viajar y dedicarse a la importación de artículos que escasean en la Isla. Sobre todo ropa y bisutería. Los hay que trabajan un tiempo fuera de Cuba y regresan luego a la Isla. Todos tienen una cosa en común: no pueden trabajar de lo suyo porque no les da para comer. Por eso se van.
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