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El X Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) ha concluido este domingo en La Habana con una intervención del gobernante Miguel Díaz-Canel que pide ser inducida, por méritos propios, en los manuales sobre cómo hacer de la censura una política de Estado.
Que Díaz-Canel, debajo de la sotana aperturista o rejuvenecedora que se le ha querido colgar, era en verdad un ortodoxo de puño de hierro contra la prensa libre, los blogs independientes, e incluso contra medios que flirtean con el aparato cubano pero disimulando la adhesión total, lo supimos de su propia boca cuando todavía era “el delfín” sin la banda presidencial.
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En la conferencia filmada en febrero de 2017 en la Escuela de Cuadros del PCC, Díaz-Canel partió lanzas a favor de un recrudecimiento férreo del control sobre los medios críticos a la Revolución Cubana.
“Que digan que censuramos, todo el mundo censura” dijo en ese entonces el elegido por el aparato cubano para suceder a Raúl Castro en la presidencia, y amenazó directamente con cerrar varios medios acreditados o independientes.
Ahora, ante un pleno de periodistas oficiales cuidadosamente elegidos para representar a la UPEC, Díaz-Canel ha vuelto a insistir en que la nación que le han dejado presidir en 2018 debe tener mucho de combate contra la prensa indócil, y poco de admisión crítica e independiente.
“Por más que lluevan intentos de devolvernos al pasado de sensacionalismo y prensa privada bajo máscaras nuevas, ni los medios públicos cubanos ni sus periodistas están en venta”, dijo este domingo Díaz-Canel frente a un quorum de aplauso fácil cuya única petición -que no exigencia, con timidez- fue revisar los salarios de los periodistas provinciales.
En el colmo de la institucionalización de la censura, el presidente cubano ha tomado en su discurso como cita ejemplar un texto de Manuel Henríquez Lagarde, conocido ciber-soldado del aparato propagandístico cubano, que radiografía el cerco que debe tenderse alrededor de aquellas voces discordantes dentro del ejercicio periodístico en la isla.
“Los nuevos revolucionarios -dice Lagarde y cita Díaz-Canel- juran y perjuran que no son asalariados del pensamiento oficial, pero aceptan becas en universidades de Estados Unidos o reciben cursos de periodismo en Holanda (…) Los nuevos revolucionarios llaman a la desobediencia cuando más hace falta la unión”.
Unión que todos saben traducir a pie juntillas: menos cuestionamientos, menos investigación, más adhesión bovina a un proceso que el año próximo cumplirá sesenta años con más pobreza, estancamiento y hartazgo que nunca.
El Estado cubano, encarnado ahora en un Miguel Díaz-Canel de visión ultra pretoriana contra las plataformas digitales y la prensa ciudadana, entiende el periodismo como una forma de protección gubernamental y no como lo que es por definición: látigo con cascabeles en la punta, por echar mano de un concepto martiano.
En una de las citas más célebres de la historia universal sobre las funciones de la prensa, George Orwell apuntaba: “Periodismo es publicar lo que alguien quiere que no publiques. Todo lo demás es relaciones públicas”. Nunca antes el periodismo cubano recibió instrucciones más claras, más inequívocas, de su rol de relacionista público del gobierno que le ordena y manda, que en este congreso que acaba de celebrar.
De hecho, Miguel Díaz-Canel pidió explícitamente que le contaran a él, presidente del país, como un miembro más de la comunidad periodística. Ser juez y parte, suele llamársele.
Lo más curioso es que el hombre que en su discurso de aceptación de la presidencia el 19 de abril de este año, dijo que ser fiel al legado de Fidel Castro sería una de las esencias de su mandato, parece saltarse cuidadosamente lo que opinaba su guía iluminado muchas décadas atrás.
En un discurso el 17 de abril de 1959 nada menos que en Estados Unidos, en el Hotel Statler de Buffalo, New York, el entonces Primer Ministro Fidel Castro dijo sin gota de pudor o recato: “Y yo pienso que si los dictadores se enfrentasen a la opinión pública (…), si creyesen en la libertad de prensa, si se decidiesen a hablar abiertamente de los problemas, no habría dictadores en el mundo (…) Porque lo primero que hacen los dictadores es acabar con la prensa libre, establecer la censura. No hay duda de que la prensa libre es la primera enemiga de las dictaduras”.
Ahí, en esa pausa de su discurso, Castro recibió un atronador aplauso de la audiencia neoyorkina que jamás habría podido predecir el futuro.
Pero Miguel Díaz-Canel sí puede: les lleva sesenta años de ventaja a esas palabras de su mentor ideológico. Y por esta vez, quizás solo por esta vez, ha elegido desoír lo que el intelecto de Fidel Castro pronunciaba cuando aún la Revolución Cubana era un bebé de cuatro meses de nacido.
En sus “Palabras a los periodistas" este domingo, el hombre al que muchos miraban con un entusiasmo de fe reconstruyó el concepto de censura más sórdido jamás expresado por el mismo Castro en sus “Palabras a los intelectuales” apenas dos años después de aquel discurso en el Statler Hotel: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.
Díaz Canel reenvasó chapuceramente el “To be, or not to be” de Hamlet para recordarle a la prensa cubana su compromiso ideológico: “Se es o no se es, desde los tiempos de Shakespeare”.
¿Qué futuro se vislumbra para la libertad de expresión y de prensa en una Cuba donde el presidente, en 2018, instruye a los encargados de la maquinaria propagandística sobre cómo ejercer mejor el activismo radical contra los periodistas ciudadanos o los medios alternativos? El horizonte pasa de castaño oscuro. Fidel Castro decía que cada cubano debía saber tirar, y tirar bien. Díaz-Canel piensa lo mismo sobre censurar: se debe hacer bien.
El solo hecho de que el presidente de gobierno dicte conferencias editoriales a la prensa es aberrante por definición.
Quienes han querido olfatear vientos de cambio en la asistencia del presidente a conciertos de reggaetón cubano, o han tomado su pasado de vacuo defensor de la comunidad LGBT en Santa Clara como síntoma esperanzador, deberían leer íntegramente las “Palabras a los periodistas” (desde ya podríamos marcar ese bautizo) con las que Miguel Díaz-Canel mandó a los periodistas de vuelta a casa por todo el país.
La inyección de veneno fue letal. Vosotros los que entráis -diría Dante que está escrito en el portón del infierno”- abandonad toda esperanza.
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