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José Valdés contesta el teléfono con prisas, a escondidas en su puesto de trabajo en un matadero de cerdos en Missouri. No tiene otra manera de comunicarse. Desde hace semanas no tiene horas libres.
“Yo estoy trabajando 16 horas diarias como promedio. Necesito hacer todo el dinero que pueda para sacar a mi hijo del infierno en que está”, dice José con voz agitada. Hay un dejo de tristeza inocultable en sus palabras.
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El infierno de donde pretende sacar su hijo aun a costa de su propia salud se llama Pine Prairie ICE Processing Center, en el estado de Louisiana. Aunque desde este lunes su hijo está en un sitio todavía peor: una sala de cuidados intensivos de un hospital que él, su padre, ni siquiera conoce dónde está.
“Mi hijo fue el que se cortó ayer”, admite en un susurro imperceptible. Intenta evitar esa confirmación, aunque sabe que debe hacerlo: él y otras decenas de familiares de cubanos detenidos en Pine Prairie llevan días intentando captar la atención de los medios de prensa. Que alguien le preste atención a lo que casi 60 emigrantes cubanos están pasando en ese centro de detención de Louisiana.
Él y otras decenas de familiares de cubanos detenidos en Pine Prairie llevan días intentando captar la atención de los medios de prensa
Este lunes Yerandy Valdés se abrió las venas de sus brazos a destajo. Su padre no sabe qué objeto utilizó para atentar contra su vida. Solo sabe que su hijo lleva poco más de dos meses detenido casi en confinamiento solitario, y que le pudo la depresión.
“Él es diabético, necesita inyectarse insulina 4 veces por día. Les rogó a los oficiales que escasamente veía en esa prisión que no lo dejaran solo, que al menos lo pusieran con otras personas con las que hizo el viaje de Cuba a la frontera mexicana, pero le negaron hasta eso. Intentó quitarse la vida, no llamar la atención. Los conocidos que me avisaron dicen que ya mi hijo no podía más con la tristeza y la desesperación”.
El caso de Yerandy Valdés es extremo pero representativo de un estado anímico generalizado entre los cubanos que han ido a parar al Pine Prairie ICE Processing Center.
“Mi esposo está viviendo a base de pastillas para los nervios”, dice Ivisliany Rodríguez, de 19 años. Ella y Yandy Bacallao, ambos de la Isla de la Juventud, se entregaron a las autoridades de Laredo, Texas, el 25 de abril último. El momento de presentar sus documentaciones cubanas en la frontera fue el último instante que pasaron juntos, hasta hoy.
“En ese mismo momento nos separaron. A mí me dejaron dos días ahí, y a él se lo llevaron para el centro Río Grande. A mí me llevaron a Laredo, donde estuve detenida 43 días. Según supe mucho después, a Yandy lo trasladaron casi de inmediato de Río Grande para donde está ahora, en Pine Prairie, Louisiana. No teníamos ni idea de lo terrible que era ese lugar en comparación con los demás sitios”.
Se trata de una denuncia repetida entre cientos de parientes de los cubanos trasladados hasta el centro de procesamiento de ICE en Louisiana: es el último sitio a donde quieres que tu familiar sea trasladado. El sitio donde, al menos los cubanos, están perdiendo todas las esperanzas de ser procesados con un mínimo de clemencia.
No hay noticias de cubanos que hayan pasado por Pine Prairie y hayan recibido libertad bajo fianza o parole en los últimos tiempos. Según sus familiares, a pesar de que todos pasan satisfactoriamente las entrevistas del “miedo creíble” (donde argumentan en todos los casos que temen regresar a Cuba y que sufrirían consecuencias y persecuciones políticas en caso de hacerlo), no les es permitido continuar el proceso de solicitud de asilo político fuera de prisión.
“¿Sabes algo que les dicen a esos cubanos una y otra vez? – comenta Alexis Fonseca, tío de uno de los detenidos de Pine Prairie-. “Les dicen: Para ustedes lo que tenemos es un aeropuerto listo para deportarlos a Cuba. No van a ver ni siquiera a sus familiares en Miami”.
Alexis tiene a su sobrino del mismo nombre detenido en Louisiana, y su esposa Almarelis Martínez tiene a su hermano Diosvany Martínez. Ambos han contratado los servicios de un abogado en Louisiana que, a pesar de representar el caso de los dos detenidos, les confiesa que las esperanzas son escasas: el ICE responde tarde y mal a sus solicitudes de evaluación procesal.
“Sacar a inmigrantes de esas prisiones privadas como Pine Prairie en Louisiana, York en Pennsylvania, Batavia en New York, e incluso de Broward, es extremadamente difícil” -confirma en Miami el abogado de inmigración Willy Allen. “Son centros particularmente duros para los indocumentados porque tienen mucho espacio físico para mantener a las personas detenidas, no están ahogados por hacerse espacio como las facilidades de Laredo o Río Bravo, que están recibiendo personas constantemente”.
Pero los extremos a los que se va llegando en Pine Prairie parecen más propios de cárceles centroamericanas, famosas por la corrupción y la anarquía, que de un centro de procesamiento para inmigrantes en Estados Unidos. El pasado 4 de Julio, Día de Independencia, los cubanos se quedaron sin cenar.
“Les dieron una bolsa color carmelita que yo recuerdo de cuando estuve detenida -dice Ivisliany Rodríguez-. En esa bolsita había una manzana, un pan pequeñito, y unas galleticas dulces. Esa fue la comida que les entregaron a las 5 de la tarde del 4 de Julio a casi 60 hombres, hasta el día siguiente a las 6 de la mañana”.
Los cubanos están enfrentando hasta 6 meses de encarcelación continua. Al final, la solicitud de asilo político les es denegada y en su lugar obtienen una fulminante carta de deportación.
“No les ofrecen ninguna opción que pueda servirles para tramitar sus casos” – dice Almarelis Martínez. “Les hacen pasar sus tres citas de corte allí mismo en los centros de detenciones, donde no tienen acceso a ninguna documentación para probar que han sido en algunos casos perseguidos políticos en Cuba, y que sí pueden calificar para el asilo político en este país”.
De hecho, las citas de corte son efectuadas casi siempre vía telefónica o mediante una pantalla de televisión. Los detenidos escuchan a sus traductores informarles las decisiones del juez que, al menos en el caso de los cubanos, siempre son negativas. Los formularios de aplicación para las solicitudes de asilo político son todos en inglés, y en esos casos a los detenidos no se les facilitan traductores.
“Yo tendré que ayudarlo con el traductor de Google cuando mi esposo me llame para llenar su planilla” – dice Ivisliany, que en sus dos meses en Miami ya obtuvo su licencia de conducción y está en proceso de matricularse para aprender inglés.
Los testimonios de los detenidos refieren una constante: el empeño de los oficiales de ICE en Louisiana por presentar el cambio de presidente en Cuba como una prueba de que ya no hay persecuciones políticas. Les dicen que ya no hay un Castro en el poder y que Miguel Díaz-Canel no es un dictador.
“Les cuesta sangre, sudor y lágrimas hacerles entender que es lo mismo, que es una dictadura igual” – dice Almarelis Martínez.
Según los familiares, todos los cubanos trasladados desde la frontera hasta Louisiana son hombres. Se trata de una práctica demasiado común que ha denunciado la activista María Fundora, de la “Fundación Cuba Libre”, una organización que intenta ofrecer asesoría a los inmigrantes cubanos una vez que la derogación de la política “Pies secos, pies mojados” los dejó sin amparo migratorio para entrar a este país.
“Están procesando a hombres y mujeres de manera muy diferente -dijo Fundora a CiberCuba-. Como no tienen espacio para mantener presos a todos los inmigrantes que llegan al país, sueltan a las mujeres bajo parole pero les hacen la vida imposible a sus esposos, hermanos, parientes hombres”.
El procedimiento es tan arbitrario que aun cuando una pareja ofrece su testimonio de persecución política o miedo creíble basado en los mismos hechos, las mujeres pasan algunas semanas detenidas antes de ser liberadas bajo parole o fianza, mientras que a sus esposos les deniegan ambas cosas y les inician los procesos de deportación.
“Yo no me imaginé que eso nos lo fueran a hacer aquí en Estados Unidos”, dice Daisy Rodríguez, nacionalizada estadounidense y abuela de Alexis Moya, otro de los jóvenes detenidos en Pine Prairie. “Nosotros somos familias de presos políticos en Cuba. A mi padre lo encarcelaron en la Alambrada por ser opositor político, no lo dejaban ni vernos a sus familiares. Y para mí llegar ahora a Louisiana y ver a mi nieto con aquel uniforme anaranjado y saber por lo que está pasando, es una decepción enorme que me causa este país al que aprendí a querer y a respetar.”
Un enjambre de madres, hermanas, esposas, tías de los cubanos de Pine Prairie ha creado incluso un grupo de WhatsApp para comunicarse entre ellas. Son decenas, y cada día se agregan más personas. Se actualizan de cómo van los casos de sus parientes, se cuentan anécdotas. Viven en ciudades tan disímiles como Tampa, New Jersey, Houston, Indianapolis, West Palm Beach y Miami. En el fondo, todas escriben frenéticamente durante varias horas al día con una intensidad que se parece más a la fe ciega que a la esperanza concreta: las noticias nunca les son favorables.
“Este miércoles 11 planean comenzar una huelga pacífica” – dice Ivisliany Rodríguez. “No quieren ser indisciplinados por necesitan llamar la atención de alguien. Que les escuchen”.
Y que les escuchen significa, para ellos, apenas algo tan elemental como recibir una fianza -que suele ser una cifra elevadísima- o recibir un parole que les permita proseguir el proceso de solicitud de asilo fuera de prisión, junto a sus familiares.
“Aunque luego les denieguen el asilo y los deporten. Aunque no se compadezcan de ellos” -dice Alexis Fonseca- “Pero solo estamos exigiendo que traten a los cubanos al menos como al resto de los indocumentados, no peor”.
Nadie sabe por qué este sitio se ensaña con los detenidos y en los últimos tiempos, con los detenidos cubanos. La prisión privada de Pine Prairie recibe fondos federales por cada prisionero que mantiene bajo rejas. En 2015 cerró sus puertas como prisión por delitos comunes y reabrió poco después como un centro de procesamiento para inmigrantes.
A casi 600 millas de allí, en Missouri, el padre del joven que atentó contra su vida espera hacer un alto en su maratón de 16 horas de trabajo por día y viajar para tratar de encontrarse con Yerandy Valdés, aunque sea en el hospital. Espera ver a su hijo este fin de semana, si los funcionarios de ICE se lo permiten.
“Me han dicho que la fianza puede costar 10 mil dólares, que un abogado cobra casi 5 mil… yo estoy intentando reunir todo eso como sea, aunque no coma y no duerma” – dice José Valdés con más esperanza que información: lo que en otros centros de detención es práctica habitual, hablar de fianzas o parole, en Pine Prairie parece ser una quimera.
Los que están dentro cuentan ahora mismo los días por denegaciones. Encarnan de la manera más cruda posible el cambio de realidad migratoria para cubanos en Estados Unidos: hasta ayer tenían todas las puertas abiertas, hoy se abren las venas para intentar entrar.
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