La victoria por goleada de Andrés Manuel López Obrador ya ha desatado las primeras reacciones entre cubanos divididos en dos tendencias principales los que auguran un desastre bolivariano y los que asisten con esperanza al fin del régimen en México; más un grupo minoritario que apuesta por respetar el resultado de las urnas y aguardar a que el presidente electo gobierne.
México, 120 millones de habitantes y 40 millones emigrados a USA, se hartó primero del hegemónico PRI y ahora del bipartidismo; pero ello no significa un cheque en blanco para López Obrador, cuyo primer reto consiste en contentar a todas las corrientes que integran la coalición MORENA y que –lógicamente- presionarán para conseguir puestos en un narco estado elefantiásico.
Donald Trump ha actuado con reflejos y ha sido de los primeros en felicitar a AMLO y expresar su disposición a trabajar juntos; sabiendo que ambos mandatarios gozan de la ventaja de haber ganado contra el sistema y de hablar claro, lo cual puede augurar una relación diferente, de ahí que el norteamericano haya tendido la mano.
Trump sabe que buena parte del norte de México es proyanqui total y –lógicamente- teme que el triunfo de AMLO genere un efecto estampida en aquellos mexicanos que no se fían de los rasgos autoritarios y de los devaneos del presidente electo con la izquierda de la región, gobierno de Cuba incluido, que asistirá a la fiesta con emoción pública, pero extrañando aquellos años gloriosos de colaboración con el PRI.
Quizá el primer antecedente de colaboración entre el castrismo y el PRI se remonta a 1955, cuando se conocieron Fidel Castro y Fernando Gutiérrez Barrio, uno de los principales agentes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DSF), de la que llegó a ser jefe, subordinado directamente al Ministro de Interior.
Aquella fue una relación singular porque en México, Gutiérrez Barrio fue azote de dirigentes comunistas, estudiantiles, obreros, campesinos e indígenas; pero Castro lo distinguía siempre como amigo honorable y “hombre decente”.
Un viejo rumor corre desde hace años por los discretos pasillos de las Inteligencias cubana, norteamericana y mexicana: el entonces jefe de centro de la KGB en México, Nikolái Leónov, siguió de cerca los preparativos de la expedición del Granma y observó, desde un muelle cercano, la partida del yate con los 82 expedicionarios a Cuba.
Esta información no ha podido nunca ser corroborada ante el hermetismo de los aparatos de seguridad de los tres países, pero Leónov (hoy Teniente General (R) y autor de sendas biografías de Fidel y Raúl Castro, al que conoció en Europa, en 1953, suele sonreír cuando le preguntan sobre el tema y recordar que su sillón preferido fue un regalo de Fidel Castro, al que acompañó en su primer viaje a la URSS (1963) para restañar las heridas que generó la Crisis de los Misiles (1962).
Las relaciones del PRI mexicano con el castrismo fueron de colaboración mutua en todo lo posible, haciendo ostentación pública de que México fue el único país de la región que no rompió con Cuba en los años 60; pero sabiendo ambos que, a cambio, la CIA instaló en el Distrito Federal su mayor centro para Cuba y, a través de México, canalizó su trabajo de inteligencia y subversión anticastrista.
Durante la primera Cumbre Iberoamericana (Guadalajara, 1991) se produjo una escena tensa que acabó en risas, cuando Castro confesó que México había sido el único país donde Cuba no había apoyado las guerrillas, en agradecimiento a la solidaridad recibida y Salinas de Gortari dijo: “menos mal”.
En años recientes, México incluso secuestró al ex oficial de la entonces Dirección General de Inteligencia (DGI) de Cuba, Pedro Riera Escalante, que había desertado, y lo puso en un avión a Cuba; pagando así los servicios prestados por La Habana ofreciendo refugio a Carlos Salinas de Gortari y deteniendo al empresario Carlos Ahumada, que cantó la traviata sobre la corrupción política en el país vecino, grabaciones que Cuba luego pasó discretamente al entonces gobierno mexicano.
Pero ahora estamos en 2018, López Obrador tomará posesión de su cargo en diciembre y La Habana, por mucho que se empeñen en negarlo unos y otros, lleva años defendiendo la tesis de la revolución armada pospuesta y sugiriendo que se gane en las urnas, que luego habrá ocasión y marcos institucionales para colaborar cobrando porque la época de las regalías se acabaron y Cuba lo ha aprendido con la pobreza estructural de sus ciudadanos.
La Habana actuará ante López Obrador con la cautela pragmática que suele actuar siempre en estos casos y no dudará en negociar acuerdos ventajosos si el nuevo gobierno mexicano se pone a tiro, como ocurrió con Hugo Chávez, que fue el quien buscó y se entregó a Castro y no al revés.
Cuba no ha tenido influencia alguna en el triunfo de AMLO, que se ha visto impulsado por el hastío de la mayoría de los mexicanos ante las políticas del PRI y del PAN, los grandes derrotados en la contienda. La Habana, además, tiene ya relaciones diplomáticas con USA y nada hará que ponga en peligro esa relación, ahora tensionada por los “ataques sónicos” y las correcciones de Trump, pero que fue el objetivo más ansiado por Castro durante años.
López Obrador ha conseguido un triunfo incontestable y democrático, en su cabeza tiene optar por un camino como el de José Múgica en Uruguay o echarse al monte con gasto público excesivo y políticas que ahuyenten a los inversores y empresarios. Será su responsabilidad, no la de Cuba.
Aunque tampoco faltarán empresarios, como ocurrió y ocurre en Venezuela, que se peguen al jamón y creen nuevas empresas para gestionar los copiosos recursos públicos que se prevé usará AMLO para combatir la pobreza. El dinero es muy cobarde, pero cuando ve un filón se vuelve valiente porque no tiene ideología.
Paradójicamente, cuando algunos cubanos se ponen trágicos con el triunfo electoral de un izquierdista en América Latina y atribuyen un papel esencial a La Habana, están -sin percatarse- engrandeciendo el mito del castrismo como potencia geopolítica que nunca fue, aunque tuvo habilidad para manejarse como balanza en los equilibrios geopolíticos regionales y generar prestigio en el Tercer Mundo por la labor de sus militares, médicos y maestros, entre otros.
El problema de Cuba no son AMLO ni Maduro, sino la ausencia de libertad, la pobreza y la fuerte dependencia de un suministrador energético externo, desde que la caída de la URSS abolió el Pacto de San José, donde la Venezuela muy anterior al chavismo fue protagonista junto a la URSS.
Si la mayoría de votantes mexicanos acertó o erró al elegir a López Obrador solo lo sabremos con el tiempo, lo que necesitamos los cubanos es poder elegir entre diferentes partidos, separación de poderes, sistema de precios y una educación desideologizada, que son bases de la libertad y la prosperidad; el resto son mitos y cuentos de caminos que –machaconamente- insisten en atribuir méritos inexistentes al castrismo y su epílogo.
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