El llamado intercambio cultural entre artistas de Cuba y Estados Unidos, incluidos emigrados, evidencia el forcejeo entre una Cuba que está a la vuelta de la esquina, y en busca de dinero, y una Cuba antigua que despreció el dinero durante tantos años, que aún está pagando su error infantil.
La mayoría de los artistas norteamericanos no necesita actuar en Cuba para ganar dinero; la mayoría de los artistas cubanos necesita actuar en el extranjero y, principalmente en USA, para ganar dinero y enriquecer sus currículum.
El problema se agudiza en el caso de los artistas exiliados, a la mayoría le gustaría actuar en Cuba, pero aparecen en dos bloques: uno que se niega a hacerlo mientras exista el totalitarismo que los censuró y exilió, como es el caso de Meme Solís. Y otro grupo que regresa temporalmente a reencontrarse con su público natural, que ya tampoco es su público, en todos los casos.
El conflicto más emocional, quizá, se da con aquellos artistas cubanos residentes en la isla, pero que viajan a Estados Unidos en busca de dólares y no solo evitan criticar al tardocastrismo, sino que combinan su forrajeo de moneda dura con loas a la revolución y sus dirigentes, aprovechando la pluralidad de la democracia norteamericana.
Este modelo de artista es el que más agrada a La Habana que prefiere un creador comprometido con el dinero, siempre que se abstenga de criticar la falta de libertad y la pobreza que padecen la isla. Pero en el exilio también hay un grupo de personas que critican la actitud de estos artistas por su cobardía autoimpuesta frente a la dictadura y por pretender ir a bailar en casa del trompo.
Este modelo de artista es el que más agrada a La Habana que prefiere un creador comprometido con el dinero, siempre que se abstenga de criticar la falta de libertad y la pobreza que padecen la isla
En la cultura, como en el deporte; se repite la prefiguración de un escenario plural en la que quepan todas las posturas y en el que solo trascenderán los auténticos valores, más allá de tendencias temporales, como ha ocurrido en todas las épocas.
Para completar el drama, los cantantes de reguetón, que no son todos malos ni vulgares, reflejan en sus canciones una realidad dura como un docudrama de la pobreza con picaresca, y son atacados desde posiciones conservadoras dentro y fuera de la isla, como ya ha ocurrido otras veces con lo novedoso, en esa perversa manía universal de desconocer que los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres.
Unos acusan al castrismo y su epílogo de vulgarizar a la sociedad cubana; otros consideran que estamos ante fenómenos parciales y que han hecho a la isla más desenfadada y transgresora. Todo esquema de pobreza implica vulgarización y rudeza, pero en la isla viven muchas personas “decentes”, como se decía antiguamente, que conservan las buenas maneras, como ocurre en el exilio. Lo malo es que lo negativo tiene mayor eco que lo normal.
Hace unos días, subieron a Internet un vídeo de un grupo de cubanos vociferando en el aeropuerto de Miami al son de “queremos un avión”, lema que simboliza las aspiraciones de buena parte de la población cubana y que reflejó la pobreza de espíritu de una parte del exilio, duro en Miami y manso en La Habana.
¿Qué une a unos y a otros? La esperanza en una Cuba diferente y mejor, donde ningún artista tenga que viajar al extranjero para vivir decorosamente, como ha venido ocurriendo en los últimos 100 años de historia cubana y con particular intensidad, a partir de la crisis económica provocada por la desaparición de la URSS y sus satélites y la persistencia del erróneo y contraproducente cerco norteamericano.
Pese a todas las limitaciones, la cultura cubana ha dado aldabonazos puntuales en épocas complicadas, como lo demuestran el heroico teatro de los años 50 o el fenómeno Buena Vista Social Club, que fue la serena respuesta a esa idea absurda de una Batalla de Ideas que libraban, aún quedan rescoldos, unos cubanos contra otros; pese a que alguien anónimo había avisado que las ideas no se matan.
Algunos estudiosos y comentaristas del acontecer cultural cubano andan haciendo arqueología de los 60 y 70, cuando los años duros fueron los 50 del siglo XX y de igual manera ocurre con el exilio; hay una postura que intenta alabar el exilio reciente, en vez de ponderar y agradecer el esfuerzo y ejemplo humano que significó la gesta anónima de aquellos primeros exiliados que, además del dolor de perder su tierra y parte de sus vidas, se reinventaron en tierra y con lengua extrañas, y muchos sufrieron la censura de los que se asombraban de que escapaban del paraíso.
La dicotomía entre Cuba y el exilio dañó severamente a la cultura cubana, pues unos y otros se vieron privados de algo tan normal como disfrutar de la música, teatro, pintura, cine o literatura de sus creadores preferidos y provocando desenfoques emocionales, juzgando a los intelectuales por su compromiso con la revolución o la contrarrevolución, circunstancia que sigue afligiendo a la nación y que ha creado ominosas zonas de silencio.
Habrá que esperar a que Silvio Rodríguez pueda dar un concierto en Miami con absoluta normalidad, sin abucheos, y a que Meme Solís vuelva a descargar en el Club 21, o donde a ambos les de la gana y los contraten, para ir asumiendo en el ámbito público lo que es ya normal en la mayoría de las gentes de la calle.
Cuando Buena Vista Social Club debutó en Nueva York (1998), un grupo de cubanos se agolpó a las puertas del Carnegie Hall para abuchear a otros cubanos asistentes al concierto, a la entrada y a la salida. Es decir que los dolidos, en su democrático derecho, se perdieron el concierto y aguantaron estoicamente hasta el final para volver a criticar a los que estuvieron dentro.
Entonces, una señora cubana se separó de su grupo, se acercó a los que gritaban y les dijo: "vivo aquí desde 1953 y ni sabía que estos músicos existían. Griten, protesten, pero no se lo pierdan porque ellos (los músicos) también son cubanos…"
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