La lógica de las redes sociales es la lógica de la infantilización ideológica, para no decir que es la ilógica de la idiotez.
Hoy por hoy, todo se contesta, todo resulta contraproducente, y todo se compara con todo. Son como niños malcriados o maleducados o, mucho peor, bien educados a favor del Estado totalitario. Para colmo, toda esta barahúnda de barbarie viene protegida bajo la sacrosanta aura democrática de la libertad de expresión: la prensa tiene derecho a critica al poder, ¿no?
Sí, pero siempre y cuando se trate únicamente de cuestionar a la propiedad privada y a la democracia representativa del mundo capitalista. Mientras que los modelos alternativos autoritarios (como el castrismo cubano y venezolano, por ejemplo) son aplaudidos incluso desde la supuestamente neutra academia del Primer Mundo, que en realidad ha sido la cuna cómplice del comunismo no sólo cultural, sino, sobre todo, criminal.
Ahora, por supuesto, los medios de izquierda (valga la reiteración) la emprenden por milésima vez en contra del presidente norteamericano Donald Trump (ni siquiera le reconocen el hecho histórico de que él fue democráticamente elegido por su pueblo).
Si primero Trump amenaza de muerte al déspota de Norcorea, como hizo en su Twitter meses atrás, es muy muy muy malo. Pero si Trump por fin obliga a ese mismo Kim Jong-Un a una mesa de negociaciones y le arranca un pacto de paz al genocida norcoreano, entonces también es muy muy muy malo.
Palo porque bogas y palo porque no bogas: en conclusión, hace ya casi dos años que Donald Trump simplemente no puede hacer nada ni medianamente bien desde su oficina en La Casa Blanca, pues reconocer semejante cosa sería una especie de “alta traición” para la pésima propaganda periodística de la izquierda estadounidense (es decir, de la izquierda anti-norteamericana).
En esto los cubanos castristas tampoco se quedan atrás (es decir, los cubanos pro-dictadura y anti-democracia que durante décadas han sido sembrado en el exilio cubano). Si periódicos como The New York Times y The Washington Post han duplicado y hasta triplicado sus ventas gracias al boom mediático de satanizar día tras día a Donald Trump, así mismo la maquinaria de guerra informática de la Seguridad del Estado cubana hace ahora su zafra para legitimar al clan Castro: léase, al clan Kim del Caribe.
No vale la pena ni entrar en detalles. Se trata simplemente de sentido común. La crueldad infantil de la izquierda se limita a este binario bruto, brutal: Trump, malo; Castro, bueno.
Y el que no esté de acuerdo con esta fatwa fidelista es atacado lapidariamente de inmediato por ser un fascista, racista, misógino, homófobo, islamofóbico, anti-inmigrante y, por supuesto, por ser un supremacista blanco neoconservador y neocolonial. Punto y aparte. Este apartheid anti-humanista es el espíritu íntimo de todos los colectivismos, antes y después del judío antisemita Karl Marx.
Todo esto, para colmo otra vez, bajo el aura autista de la coherencia y la profesionalidad. Con esa supuesta objetividad nos intimidan a quienes no creemos para nada en la izquierda y sus ideólogos a sueldo del anti-capitalismo global.
La última de sus cruzadas anti-cubanas sería así, por ejemplo: si el millonario deplorable Donald Trump pudo reunirse en 2018 con el genocida Kim Jong-Un, ¿por qué el pobre Barack Obama no podía reunirse en 2016 con el general Raúl Castro, un ancianito adorable que, según la izquierda internacional, nunca ha cometido crímenes de lesa humanidad?
Pero, atención, cubanos libres hasta de Cuba: entrar a debatir con la izquierda es ya haber perdido el debate de antemano. Y aún más, eso es ceder definitivamente toda nuestra capacidad de debate. Porque sólo se debe dialogar con quienes creen y practican el diálogo entre individuos independientes, nunca con los instigadores de una ideología que desprecia al hombre y a su propiedad privada, empezando por el odio del Estado hacia la posesión de ideas propias al margen del credo colectivo: esa masa amorfa tan típica de todos los totalitarismos.
Los opinadores cubanos, que tanto critican todo el tiempo a Donald Trump, sabemos que en realidad operan como agentes encubiertos de un castrismo a capa quitada. Por eso todo lo contestan, todo les resulta contraproducente, y todo lo comparan con todo. Pues su objetivo es marearnos con una maniobra de distracción: no dejarnos pensar con cabeza propia en nuestro presente, poner en dudas incluso nuestras convicciones más íntimas (desde lo político hasta lo sexual), crear así la sensación de un caos incoherente y de una impredecible inestabilidad, para espantarnos así hasta de nosotros mismos, al demostrarnos con sus datos infalibles que siempre hemos estado equivocados al respecto de todo.
En última instancia, la fe fósil de la izquierda es eliminar de ti y de mí cualquier opinión opuesta primero y, después, cada vez que los castristas han llegado a monopolizar el poder, entonces erradicarnos en tanto personas humanas cuya dignidad depende de nosotros mismos, y no del Santo Padre Partido Comunista ni de la Sagrada Madre Estado Total, que son los sustitutos izquierdistas del viejo Dios.
Los escasos cubanos libres, esa diáspora desparecida que vamos quedando regados de una punta a otra del planeta, no podemos caer ahora bajo la bota logística de las redes sociales y de su violencia vil travestida de racionalidad. Seamos mejores que los represores. Seamos más violentos que los verdugos de verde olivo o de cualquier color, así sea en la CNN o en Univisión. Los cubanos sin Castro no tenemos que someternos al interrogatorio eterno de la izquierda intelectual. No es necesario enredarnos ni encerrarnos en su cacofónico cacareo castrista. Ni con polémicas, ni con puñetazos: a un castrista nunca lo vamos a convencer de nada que no sea el castrismo mismo, que hoy por hoy se encarna en el diferendo para nada disimulado de: Trump, malo; Castro, bueno.
A un castrista hay que multiplicarlo por cero dentro de nuestra mente y nuestro corazón. No son humanos, sino que asumen la ausencia horrenda de humanidad. De ahí que los partidos comunistas, lo mismo que los fascistas, debieran ser de una vez ilegalizados en toda democracia decente.
Aplaudamos, pues, los logros vertiginosos de la agenda internacional de Donald Trump, quien hoy intenta restaurar la imprescindible autoridad de los Estados Unidos como policía de un mundo siempre amenazado por los mil y un marxismos (léase, por el Mal), y encima critiquemos hasta la saciedad, sin ningún complejo de culpa ni comemierdad conceptual, la fallida flojera de Barack Obama regalando espías confesos a los Castros, aceptando presos políticos de la Isla como si él fuera un negrero en plena trata de esclavos, y retratándose a pedido en La Habana junto a la efigie de Ernesto Ché Guevara en la Plaza o Patíbulo de la Revolución.
Es más, no tengamos miedo de apostar sin pensarlo por nuestro binarismo sabio de cubanos sin Cuba pero sin Castro: Castro, malo; Castro, malo. Punto final.
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