Desde hace tres décadas gozo de la amistad del, para mí, uno de los más grandes atletas paralímpicos del deporte cubano, el saltador y corredor Enrique Orestes Cepeda Cabrera, quien en estos momentos es el metodólogo nacional de ese movimiento y responsable de la reserva nacional de los discapacitados hasta el 2037.
“También atiendo la ANCI y soy jefe técnico del béisbol para ciegos en Cuba.”
Cuando yo cubría la pelota pude reportar un juego entre invidentes, pero, ¿eso tiene algún futuro?
“Pues mira que sí. En octubre pasado competimos en una cuadrangular denominada Copa Montpellier en Francia. Allí asistieron dos elencos locales, Italia y nosotros. Los italianos, que son los creadores de esta modalidad, eran los favoritos pero ganamos nosotros.”
Cepeda, ¿qué características tiene el béisbol para ciegos?
“Primero, no hay lanzadores; el out es en segunda; la pelota es sonora y posee cinco huecos y cascabeles. La inicial es sonora: cuando pasas por ella se escucha una alarma (pito) para guiar al corredor.
“Si los ves tirándose en la base, cómo cortan la pelota (por el sonido), cómo se preparan físicamente y hacen prácticas de fildeo y bateo (éste es con la mano como en los 'pitenes' de los muchachos). Te maravillas viéndolos jugar. Es una forma más de realizarse como ser humano.
“Incluso ya Sancti Spíritus tiene un equipo femenino, con niñas invidentes o débiles visuales. Esto va para adelante y no hay quien lo detenga.
“A finales de junio voy a desarrollar la Copa Mayabeque con ocho elencos provinciales. Ya se han celebrado otros certámenes análogos en Villa Clara y La Habana.”
En cuanto al nivel del deporte paralímpico actual en Cuba, ¿qué me dices?
“Han priorizado la atención a los discapacitados; no hay deserciones. Aportamos más que los convencionales. Ésa es la realidad.”
Han priorizado la atención a los discapacitados; no hay deserciones. Aportamos más que los convencionales
Bueno Enrique, pasemos a tu vida deportiva. Tú no naciste con tu condición actual de debilidad visual; me imagino lo difícil que te hubiera sido la vida sin el deporte, ¿no?
“¡Muchacha! Para mí el deporte lo es todo. Yo nací en 1963 en Maternidad de Línea en La Habana. Mis padres (mi mamá Enriqueta vive, tiene 83 años) tuvieron seis hijos y a todos nos enseñaron las cualidades que todo buen ser humano debe poseer.
“Eran los tiempos en que la pobreza no importaba sino la cuna en la que nacías y lo que aprendías viendo a tus mayores. Esto se lo he inculcado a mis tres hijos; Yordi, Owell y Oswen Jesús, este último portero del equipo de balonmano de la EIDE Mártires de Barbados.
“Llevo 29 años de casado con Yaima Piedra, que como te darás cuenta es el amor de mi vida”.
Me imagino que por tu debilidad visual, eras el más consentido de la casa.
“Mira, yo nací normal pero a los 38 días de nacido, tras convulsiones con fiebre altísima, se me afectó la visión: estrabismo, astigmatismo, visión degenerativa; tuve que operarme cuatro veces. Fue difícil. Pero siempre fui educado igual que los demás.
“Yo estudiaba en escuelas convencionales y comencé a jugar béisbol, mi gran pasión, a los ocho años; pero a los doce tuve que dejarlo. Empecé a perder vista progresivamente, pero mi amor por el deporte era tal que incursioné en fútbol y básquet, que se necesitaba menos la vista.”
¿Cuándo llegas al atletismo que, me parece a mí, debía haber sido tu primera opción?
“Pues sí. Pero esa posibilidad me llega a los dieciocho. Entrenaba en un área anexa al Cerro Pelado con el ya fallecido Rolando Tamayo, mi primer profesor de atletismo. Nunca estuve ni en EIDE ni en ESPA porque en aquellos tiempos, nosotros los minusválidos no éramos admitidos; ahora sí.
“O sea, mis inicios, como deportista realmente son en esa área. Comencé por la velocidad, 100 y 200 metros, años 1981-82. Después, nos trasladaron hacia el conocido parque Martí del Vedado, con el mismo entrenador Tamayo y ahí es donde hago mis pininos en el salto de longitud.”
¿Competían a nivel nacional?
“Claro, por ejemplo, yo fui campeón nacional de los Juegos de los Trabajadores en 1985 en el hectómetro y el relevo corto. Un año antes había competido por la ANCI (Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales), ganando mis primeras cuatro medallas, tres de ellas de oro.
“También vencí en Juegos para Invidentes que en tres versiones se realizaron en Camagüey, en la pista sintética del complejo Rafael Fortún. Ahí inscribí mis primeros récords nacionales.”
¿Cuándo debutas internacionalmente?
“Con 23 años, en 1986, debuté en Gotemburgo, Suecia, en el primer Campeonato Mundial Paralímpico de Atletismo. Allí gané oro en 100 metros y plata en salto de longitud."
Yo, amante del campo y pista, que no perdía los torneos Barrientos In memoriam y Copa Cuba y cuanto evento atlético se desarrollaba en la Mayor Isla del Caribe, veía en el cajón de salto lidiar de tú por tú al delgadito y pequeño débil visual Enrique Cepeda.
Como rivales tenía, entre otros, al Saltamontes, el inmenso Iván Pedroso; otros conocidos internacionalmente como Jaime Jefferson y Juan Francisco Ortiz, en la longitud; y estelares triplistas como Yoelbi Quesada, Lázaro Balcindes, Juan Manuel López, Joel García y Aliácer Urrutia.
“Competir con ellos me hacía crecer, técnica y tácticamente; me trataban de igual a igual. Aprendí mucho y eso me valió al confrontar a mis rivales débiles visuales.
“En 1988 compito en la justa iberoamericana Quinta Semana de Cádiz para ciegos y débiles visuales, y allí alcancé cuatro medallas, tres de oro en 100, la posta de 4x100 y triple salto; y segundo en los 400.”
¿Los integrantes del relevo, quiénes eran?
“Tremendos sprinters: Jorge Jay Massó, Gustavo Fernández y Pablo Frómeta. Los ciegos totales, Jay y Gustavo corrían los segmentos lisos para facilitar la carrera.
“Quiero decirte que esa competencia me ratificó mis posibilidades como triplista pues implanté récord para el evento, con 12 metros 99 centímetros. Imagínate que en ese 1988 fue que me decidí a saltar triple, conducido por el maestro Sigfredo Banderas.”
Al igual que a los convencionales, la política de no asistir a los Olímpicos de Seúl, también perjudicó a los paralímpicos
“Por supuesto. Íbamos a Sudcorea pero no asistimos y eso me privó, sin dudas, de mis primeras preseas en la magna cita cuatrienal. Es por ello que Barcelona 92 representó tanto para mí.”
¿Qué pasó en la Ciudad Condal?
“Aquella bellísima ciudad, aquel majestuoso estadio Montjuic, repleto de aficionados y yo dar aquel salto de 14 metros 56 centímetros en el triple, entonces récord paralímpico y mundial. Yo quebré cinco veces la plusmarca del orbe ese día. Yo estaba enfurecido por lo que me habían hecho en la longitud.”
Enfurecido, ¿por qué, qué pasó en la longitud?
“Sencillamente, cuando se efectuó dos días antes la final del salto de longitud me privaron de mi derecho a competir.”
“Cuando hacen el llamado a competencia en el área de calentamiento, lo hacen atleta por atleta, y conmigo no lo hicieron. Me doy cuenta de que mis rivales no estaban en la zona, pregunto y me mando a correr. Por supuesto, llegué tarde a la presentación y no me dejaron competir.
“Yo era el favorito; se protestó, el jefe de la delegación se fajó, pero nada. Lo único que me quedó fue llorar. Ganó Igor Gorbatenko de la CEI (el equipo unificado que representaba a los atletas de la ex Unión Soviética). Yo tenía 6 metros 80 centímetros como mejor marca y mis rivales ni se acercaban. Por eso el triple nadie me lo podía quitar.”
Sin embargo, ésta no fue la única hazaña de Cepeda en Barcelona 92.
“Fui cuarto en los 200 pero lo impresionante fue el bronce en los 100, pues cuando iba en punta hacia mi título, faltando 30 metros de la meta sufrí una ruptura de miofibrillas a la altura del músculo aductor izquierdo; me dio un tirón, y así y todo concluí tercero con 11 segundos 53 centésimas.”
Atlanta 96 marcaría otra excelente actuación: dos preseas doradas, en largo y triple: 7,17 y 14,87, ambos récords paralímpicos y en el caso del de longitud, plusmarca mundial.
Los que te conocemos sabemos que Atlanta para ti resulta inolvidable.
“Impactante diría yo. Puede considerarse que el día de la final del salto de longitud es uno de los más importantes de mi vida. La competencia la lidereaba Igor Fortunov de Biolorrusia con 7 metros 2 centímetros, yo lo seguía con 6, 90. Yo estaba desconcentrado. Él se me escondía, me puse nervioso.
“Vino el último intento y vi que se escondía detrás de unos asientos. ¡Mira tú qué bobería! Me acerqué a las gradas y le grité a mis entrenadores Pedro Arrieta y Benito León que iba a hacer lo que yo quería, y así adelanté mi carrera de impulso y brinqué pegadito a la tabla: era foul u oro, y…¡fue el oro! Con 7 metros 17 centímetros. Lo mismo que hizo el gigante Iván Pedroso en Sydney, lo que yo lo realicé antes.”
En Sydney también escribiste otra página heroica. Esa lesión, esa medalla. Cuéntanos.
“Sí, Atlanta me fue muy favorable; sin embargo, en Sydney 2000 las lesiones volvieron a apoderarse de mí. En un entrenamiento realizado el mismo día inaugural hice un salto porque me estaban filmando para la televisión australiana y cuando despegué sentí un tironazo que me impidió estar en la ceremonia de apertura de los Juegos.
“El doctor Rolando Borges me hizo un tratamiento intenso con hielo y gracias a él y a Alberto Puig, jefe de la delegación que me dio toda su confianza, pude competir.
“Me hicieron la resonancia magnética y se vio un desgarre muscular y una contractura. Había 20 centímetros de líquido con medio milímetro de espesor. ¿Te puedes imaginar?
“Una fisiatra australiana me aplicó la prueba del dolor (introducir el dedo en la lesión) y me quitó la contractura, y así pude competir al otro día. En los 100 casi llego a la final en ese estado.”
Punto y aparte en la historia de vida de este gran deportista, me extiendo en los detalles para aquéllos que lean esto valoren, aún más, el esfuerzo, la tenacidad, el amor que caracterizan a los atletas, sean convencionales o paralímpicos.
¡Qué grandeza! Pero faltaba lo bueno.
“Sí, porque al día siguiente era la final del salto de longitud (como éramos 13 fuimos directo a la final); yo no podía correr y el Dr. Borges me dice: 'Cepeda, no te puedo dejar competir. Mi prestigio como médico no me lo permite.' Y yo le dije: 'el mío como atleta y campeón defensor, tampoco se puede dañar. Yo voy a competir.'
“Se reúnen los dirigentes de la delegación y me dejan competir. Ese voto de confianza elevó mi ego. Esa noche Puig, jefe de la delegación, y yo nos sentamos y veo que me trae algo y era un vasito de ron.
“'Éste nos lo vamos a tomar los dos cuando termines la final. Tengo plena confianza en ti. Como tú hay pocos.' Me fui a dormir y después llegó la competencia. Me iba dando calor con la técnica china del tabaco que me hacía el Dr. Borges.
“Ya en el estadio fui a calentar a donde nadie me viera, en la enfermería, y resulta que allí estaba mi principal rival, el biolorruso Igor Fortunov, quien estaba vendándose su pierna también lesionada.
“Cuando lo vi, di un salto para atrás, recordé a mis ancestros africanos, su sabiduría y dije: 'ahí no entro yo. Lo malo que ése está soltando no lo recojo yo.'
“Me metí en un baño y encima de una colchoneta, mi médico me dio sus últimos toques mágicos.”
¿Y qué pasó?
“Psicológicamente yo medía mis pasos, veía la carrilera, el tanque. Hice un retrato de todo lo que tenía que hacer antes de saltar. Me acompañó el metodólogo Roberto Panfet, quien por esas casualidades de la vida era mi padrino de Orula.
“Panfet me dijo: 'Orula dice que tienes que lograr tu mejor salto en los tres primeros intentos.'”
Entre paréntesis y respetando a Orula, eso se caía de la mata con la lesión que tenías, ¿no?
“Pues sí, pero resulta que tuve que cambiar mi esquema pues yo aseguraba en mis últimos saltos. Yo era el tercero en saltar y como no podía hacer mi habitual carrera de impulso, me hice a la idea de que no tenía nada. La contractura, ya eliminada por la técnica australiana, no molestó.
“Me lancé a por todas y …¡foul! Detrás, el biolorruso, ni saltó, pasó corriendo por encima de la tabla. En mi segundo intento, marco 6,42 y en el tercero, mi salto de oro, 6, 80.
“Y Orula tuvo razón porque a partir de ah, la pierna se hinchó, me dolió, pero yo brinqué mis seis oportunidades y me ubiqué en lo más alto del podio”.
Atenas 2004 también recibió al campeón cubano aunque, por supuesto, los años no pasan por gusto, pero además el deporte paralímpico ha ido creciendo en el mundo, recibe más apoyo y cada vez es más difícil ganar.
“En efecto, en Atenas fui cuarto en el triple (no pude concluir porque se cruzaba con el relevo y el colectivo era más importante que la individualidad). Así, en la posta corta fuimos segundos. En semi finales habíamos marcado récord nacional que, por cierto, aún está vigente, 41 segundos 65 centésimas.
“En la final arrancó Fernando González, siguió Adrián Iznaga con su guía Ángel Jiménez; tercero, Irvin Bustamante y yo cerré. Muy buen segundo lugar si tenemos en cuenta que hubo retraso en el primer cambio y hasta 30 metros de desventaja hubo en la carrera. Empezamos a llorar de alegría. No lo creíamos.”
Cepeda, ustedes compiten según su debilidad visual. Para los que no conocen el tema, ¿cómo se ubican los atletas?
“Mira, yo casi siempre fui B3 o TF 13 (significa Track and Field, o sea Pista y Campo en inglés). Ahí compiten los débiles visuales menos profundos. Este TF 13 comprende a los que tienen un alcance visual de seis metros sin reconocer imagen.
“TF 12 (ahí competí una sola vez y fue en Atenas 2004) es para débiles visuales profundos, cuyo alcance visual es de tres metros. Solo se percibe un bulto.
“B1 o T11 es para ciegos totales o aquéllos que pueden darse cuenta de los bultos pero sin reconocimiento. En los relevos siempre tiene que haber, al menos, un invidente total.”
Además de sus cuatro ediciones paralímpicas (cuatro títulos dorados, dos plateados y uno bronceado), Enrique Cepeda compitió en otros múltiples eventos: Juegos Latinoamericanos, Mundiales de débiles visuales, Juegos Para Panamericanos, Mundiales Paralímpicos, en todos con medallas y récords.
Una fructífera carrera de la cual muy pocos, en el planeta, pueden enorgullecerse. Un hombre que ha sabido vencer las adversidades que le impuso la vida.
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