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El 24 de marzo de 1959 se publicó la ley que confirió nombre y sentido al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. La ley también aportaba plataformas y perspectivas de desarrollo desde el primer Por Cuanto: El cine es un arte, hasta el último: Es el cine el más poderoso y sugestivo medio de expresión artística y de divulgación, y el más directo y extendido vehículo de educación y popularización de las ideas.
Después de 1960, el más cómodo de los cines capitalinos, la Cinemateca, que heredó luego el nombre de Charles Chaplin, sería el espacio abierto para el descubrimiento. Por esa pantalla pasaron las semanas de cine soviético, luego ruso, chino, polaco, español, francés, italiano, indio, mexicano, brasileño, argentino, el mundo entero en mil y más películas.
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Poco después de creado el Instituto, aparecieron los primeros números del Noticiero ICAIC Latinoamericano, colmado de revelaciones, de cuestionamientos, de aliento sostenido. Tuvo que desaparecer en los años noventa superado por las circunstancias de escasez y las nuevas tecnologías.
Hoy se cuentan por decenas las salas en ruinas, sin posibilidad de rescate, convertidas en depósitos de la humedad y el olvido, pero todavía se recuerda los años sesenta cuando había en La Habana unas 150 salas de cine, y se estrenaban todos los jueves dos o tres filmes de la más diversa procedencia.
Un grupo de intelectuales vinieron a Cuba a enseñarnos los secretos del séptimo arte como el guionista italiano Cesare Zavattini o el documentalista holandés Joris Ivens; el francés Armand Gatti realizó aquí la delirante El otro Cristóbal, y el soviético Mijaíl Kalatozov la más delirante todavía Soy Cuba (1964).
El género documental fue el primero en avisarle al mundo que estaba naciendo un nuevo cine cubano comprometido con su época
El género documental fue el primero en avisarle al mundo que estaba naciendo un nuevo cine cubano comprometido con su época: Santiago Álvarez (Ciclón, Now), Nicolás Guillén Landrián (Ociel del Toa, Coffea Arabiga), Octavio Cortázar (Por primera vez), Oscar Valdés (Vaqueros del Cauto) y Rogelio París (Nosotros la música) capitaneaban el cine testimonial.
El primer éxito arrasador de público fue Aventuras de Juan Quin Quin (1967) dirigida por Julio García Espinosa en clave de cine de aventuras y comedia costumbrista. Se inspiraba en el relato de Samuel Feijóo, y colocaba en un plano de heroísmo al guajiro pícaro y al guerrillero redentor, ambos confundidos en un mismo personaje.
En 1968 el cine cubano se inscribió, por primera vez, en los anales del cine mundial gracias a dos filmes que ahora cumplen cincuenta años: el tríptico histórico-feminista Lucía, dirigida por un veinteañero llamado Humberto Solás, y el mejor y más completo filme jamás producido en Cuba, Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea.
Uno siempre vuelve a ver con 18 y a los 36, y a los 50, Memorias del subdesarrollo, como un reto imparable a la razón, y siempre encuentra novedades… y luego regresas sobre tus pasos para reencontrarte con Lucía, muy similar a esas tremendas y poéticas canciones, que siempre te emocionan por muchas veces que las escuches.
Para cerrar la década fundacional, la más arriesgada y fecunda del cine cubano, un filme experimental e histórico, combinación de documental y ficción: La primera carga al machete (1969, Manuel Octavio Gómez). También al final de ese decenio se verificó la reafirmación del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigido por Leo Brouwer, y con la participación nada menos que de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Sara González y otros muchos talentos “protegidos” por el ICAIC del acoso y la intolerancia de otras instituciones.
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