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La muerte (como la vejez) suele ablandar a algunos, cuando les llega a otros que han odiado en vida. Entonces se ponen en plan piadoso reclamando buenas palabras para esos cadáveres que hicieron tanto daño cuando aún respiraban.
Escuché mil veces después de la partida de Fidel, mantras del tipo, "que descanse en paz" o "no se habla mal de los muertos". Es un dogma rancio que a los cubanos nos legó el cristianismo conmiserativo, paternalista y "piadoso", mal entendido y peor aplicado por quienes aún creen que perdonar, los hace mejores personas.
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Y los hace tontos, simplemente.
Sobre Fidel Castro Díaz- Balart, también he oído en estos días algunas frases compasivas que no puedo pasar por alto. Fidelito es el único caso que conozco de un cubano que estudió en la URSS con una identidad falsa, -en Moscú se llamaba José Raúl Fernández-, un delito en toda regla, si lo hubiera cometido cualquier cubano de a pie, pero que él perpetró con total apoyo y protección de las dictaduras soviética y cubana durante 5 años.
Un dato así, merece la atención de los que llevamos años monitoreando a esa familia, y nos hace pensar lo que ahora mismo piensan todos los cubanos: La de Fidelito ha sido una muerte misteriosa y oscura, incluso si fuera cierto que se la diera por su propia mano.
Rueda por ahí ahora una entrevista que lo dibuja en toda su esencia y que recomiendo, aunque a uno le cueste contenerse cuando dice que "en Cuba, el relevo del poder ha ocurrido de manera natural".
A los que aún le desean beatíficamente, "Que descanse en paz", debo recordarles que uno no escoge la familia que le toca cuando nace, pero puede decidir si la quiere cuando crece; puede rechazar su amparo y negarse a ser parte de sus desmanes.
Alina lo hizo. Fidelito no.
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