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Suelo vivir cada segundo de vida con la más absoluta intensidad.
Como si fuera el último y/o el primero de mis días.
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Al mismo tiempo.
Por eso las fiestas comunes de finales de año, siempre me han resultado un tanto ajenas, distantes, vacías, desabridas o frías. El feudo de la insulsez, suelo llamarles. Desprovistas de real cariño. Como sobados cuentos de hadas, para quienes han dejado, hace mucho tiempo - ¡pobrecitos! - de ser niños.
Mi madre suele - quizás como remedio - vestir su arbolito, a finales de noviembre. Y desvestirlo, ya bien entrado el mes de marzo. Dice que para alargar la temporada de alegría. Aunque ésta sea fingida.
Y puesto que la residencia norteamericana no acaba de llegar – y ya, la verdad, es que ni siquiera me interesa en lo más mínimo - lo más recomendable es desconectar, desenchufar, o coger un diez, entre tanta desesperada espera y cotidiana majomía.
Que todo no puede ser penar, ¿verdad?
Pues como alega y sostiene Angelina Castro – nuestra Cuban porno star – hay demasiada 'pingustia' en mucha gente, así que: “a templar, a templar, que el mundo se va a acabar”.
Y para recrearse al garete, este país se pinta solo. De ahí que aquí, la frase “cuando la violación es inminente, relájate y goza”, adquiera su más distendido, desvergonzado y eficaz significado.
De esa manera, un gran amigo americano – con honda luz de alma errante en un, mucho más, amplio bolsillo o cuenta bancaria – me invitó a pasar las fechas navideñas, a una hora de Miami. Que es lo más cerca de Estados Unidos que conozco. En un hotel, cercano a la playa. Pero con piscina. Con la única intención de olvidarnos del alborozo colectivo y literalmente “echarnos fresco en los cojo…”
¡A “guarachar”! fue la única tarea en el orden del día. Y pá allá nos fuimos. ¡Como Juana que se despetronca!
Cenamos en un restaurante tailandés. Que fue lo más alejado que encontramos a la tradición católica -masiva-ovejuna. Y lo más cercano, también, a nuestro cuarto de hotel. Donde, una vez de vuelta – debidamente, a la asiática, alimentados - se derramó, a borbollones, el descontrol lascivo, más popularmente conocido como “recholatera” o “despelote a la chorrera”.
Aquello parecía un casting.
Nos visitó “malanga y su puesto de viandas”. Fulano, Mengano, Ciclano y Esperancejo. Se nos posesionó el espíritu de la rikera, tras varios coitos celestiales. Que, al ritmo de chupi chupi y guachineo, condensaron la natilla. Con el, cada vez más folclórico y consabido, desplazamiento del prepucio hacia la parte posterior: causante, por ende, del profundo hedor pestilente que subyace, abajo, en el colgajo púbico*
*traducción al cristiano de algunas piezas musicales reparteras muy afamadas.
Estuvimos en la playa escasamente unos quince minutos.
La costa este de los Estados Unidos es gélida, oscura y con mucho viento. La arena es grisácea, sosa. ¡Dura! Y su agua, una mezcla de algas verdosas, con afectuosos tiburones voraces. Igual, nos dimos un chapuzón. Para rendirle tributo a Yemayá. Pero, hasta ahí. En la orillita ná má. Donde se sientan los pobres, donde se bañan los viejos.
Y regresamos enseguida a la casa.
Quise escribir… a la CaZa
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ATENCIÓN A LA POBLACIÓN: A partir de este párrafo, se suceden relatos de sexo entre hombres, violencia y lenguaje de adultos. Por favor, active el CONTROL PARENTAL. Mentes conservadoras, ¡a recogerse! Si usted es de los que se escandaliza fácilmente, le sugiero cambiar de canal y ejercer así el elemental derecho humano, de escoger el mirar hacia otro lado. O hacerse, en su defecto, el de la “vista gorda”
Lo siguiente forma parte de un libro, aún en proceso de germinación, titulado: Sobras completas' (relatos de Grindr).
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Después de varios intentos, por recibir la caritativa visita – al menos – de un Grinch; la mismísima noche del 24 de diciembre del 2017, se nos apareció, campante, jocundo y sonajero, el propio Santa Claus. En persona. En una habitación del Royal Beach Palace Hotel, de Fort Lauderdale.
Le abrimos la puerta a una versión contemporánea de la célebre figura. Con apenas 45 años. Lucía una camiseta roja, que remarcaba su, meticulosamente esculpida musculatura - six pack incluido - y una extensa barba blanca que, a pesar de ser bastante enmarañada, dejaba entrever sendos ojos cristalinos. Como aterciopelados. Bien mandado, que en buen guajiro quiere decir, en propiedad, perfectamente educado. Divino. Rematado con el detalle de una sonrisa Colgate, en todo su egregio y brillante esplendor. Traía una mochila llena de juguetes básicos, no básicos, dirigidos y adicionales. ¡Sin cola! ¡Sin turno previo! ¡Sin cupón ni asamblea de méritos y deméritos! Léase: gozadera gratis y al por mayor.
No lo podíamos creer.
San Nicolás estaba caliente. ¡Quería arder!
Y fuego le dimos. ¡Como al macao!
¡Cuántos regalos nos prodigamos entre los tres!
¡Y qué buen uso hicimos de su trineo!
Ciervo por aquí, venado para allá; aquello fue un verdadero crepúsCULO de amor y ensueño. Aunque no implicó, religiosamente, el ejercicio de la paz.
Porque dimos guerra durante toda la noche.
Al marcharse, ya bien entrada la madrugada, nos legó para dormir a uno de sus elfos. Diminuto, escurridizo, juguetón, dulce y vivaracho. Como una felicidad de bolsillo. La marca de la bonanza. Una petite alegría que inundó aquel reducido espacio con sus risas, retozos, caricias y besos desmedidos.
Sin embargo, a la mañana siguiente, otra bien distinta interpretación de Kris Kringle nos esperaba.
Recibimos la rara invitación de visitar una variante - esta vez más oscura- del, a veces hasta empalagoso, personaje navideño. Un desconocido nos invitó a ir a su casa, con la condición de que lo atáramos a cualquier cosa, en un rincón. E hiciéramos de él, lo que nos diera la reverendísima gana.
Casi nos cagamos de la risa con la extraña propuesta. Analizamos los pros y los contras. Y como todo lo trato de vivir, como si estuviese actuando en una película, por supuesto que… ¡aceptamos!
Y pá allá nos fuimos, en busca de esa singular aventura.
Según lo concebido, el plan era llegar con las caras ocultas, bajo unas medias oscuras de mujer. O sea, que primero tuvimos que pasar a comprarlas por un supermercado. Fue cómico probárselas antes. En la tienda. Mejor dicho: en la farmacia.
Llegamos, y luego de atravesar una amplia verja inmensa - que se abría automáticamente – nos parqueamos frente a una casita como salida del cuento de Hansel y Gretel. Llena de bastoncitos acaramelados, conejitos, muñecos inflables, duendes, enanitos y lucecitas de colores por todos lados. Un sendero sinuoso nos condujo a la entrada, donde nos esperaba - de espaldas - un voluminoso Santa, medio encuero. Ataviado únicamente con su típico gorro. Y un inmenso calzoncillo – del mismo color - graciosamente combinado con unas medias rojas y pespuntes blancos. Sonaba una simpática campanita, al tiempo que nos recibía con su típica carcajada y su sonoro Merry Christmas. Pero, al voltearse, nos reveló una descomunal - aunque firme – hinchada panza. Atravesada, de lado a lado, por una más que antigua cicatriz. De arriba abajo. Y de izquierda a derecha. Como una cruz en la barriga. A ese hombre no le extirparon un vaso – pensé – Le sacaron toda la vajilla. Parecía salido de un filme de Tim Burton, John Waters o de David Lynch. Y la Dirección de Arte, asumida por los creadores de Godzilla y Chuky, el muñeco diabólico.
Al entrar, nos explicó que, lamentablemente, “la actividad” sólo podía desarrollarse hasta las cinco de la tarde. Pues a esa hora, solía reunirse con unas amigas viejitas - vecinas de las casas de al lado - con las que jugaba a las cartas, tomaban té, tejían, bordaban y hablaban mierda, intentando arreglar, en vano, el orden del universo.
Se nos presentó - sin ver nuestras caras - como un exitoso empresario de bienes raíces. Nos dio su tarjeta. Aclarando que su mamá le había puesto el nombre, en homenaje a Tyron Power. ¡Di tú! Y después, pasó a mostrarnos todas las dependencias de su bucólica morada. No tan espaciosa por pletórica, hasta la médula, de miniaturas melosas. Lo mismo encontrabas porcelanas antiguas, requetépicúas - aunque con cierto valor - que cachivaches de plástico Made in China. Casi, casi que empalagaba el mirar. Sólo faltaba la banda sonora de Richard Clayderman, la manera de peinarse de Celine Dión y el olor a Shooping Center. ¡Qué divertida – por variada - chealdad!
Nos pidió, enseguida, pasar a la acción.
Y para ello, me entregó una especie de malla de satín rojo encendido. Y a mi amigo, un calzoncillo de cuero, una camiseta con motivos de leopardo y unas botas altas de invierno. Acicalado, además, para rematar, con el exorbitante sombrero negri-dorado de un mariachi.
No había forma que me tomara en serio todo aquello.
Sobre todo, cuando me vi disfrazado de ex- integrante del Equipo Nacional de Lucha Libre, en acto de homenaje tras años de contienda. Enseguida comencé a adorarme. ¡Madre mía, qué calentura cogí conmigo mismo! ¡Qué bueno me veía! Lo único que deseaba era hacerme el amor. Y hasta tener muchos hijos. Criados ya. De producción interna.
A mi amigo, ni lo quise mirar. Con esa pinta que tenía de Jorge Negrete de la selva, me hacía explotar de la risa.
Entonces aquel gordo se tiró en el piso y empezó a clamar, casi llorando, para que le pegaran.
Yo soy contrario a la violencia, imagínate. No me gusta para nada.
Pero el tipo lo pedía con tal fuerza y desespero, que acudí a lo más cercano para zurrarle. En lugar de sonarle un sencillo sopapo, eché mano de un palito chino, de esos que se usan para rascarse la espalda que - ¡zás! - con el fuetazo, se partió en dos y se hizo añicos. Eso provocó que estallara aún más mi risa. Y que el desespero del rechoncho, por ser aún más ajado y amarrado, creciera con saña rabiosa e inusitado frenesí.
Por si las moscas, alejé una plancha que descansaba cerca.
¡Qué desastre de sádicos resultamos!
Mi amigo me había dicho ser experto en nudos marineros. Pero entre amarres mal hechos, hasta él resultó, por momentos, anudado. Cuando ya teníamos a esa suerte de Papa Noel, que parecía un carretel de soga, con ojos, nos entró el chateo de un “interesado” francés - de muy buena pinta - al que terminamos invitando a visitarnos. Y para no molestar a la visita inminente, decidimos meter al rollo de cuerdas y ligaduras viviente, en una caja de cartón grandiosa. Dentro de un escaparate. Lo que es del closet, que en closet viva y se manifieste. De más no está decir, que al rollizo se le veía la mar de feliz. ¡Qué raro modo de divertirse, ji, ji!
Recibimos al franchute y luego de un prolongado intercambio de fluidos, le mostramos su regalo de Navidad, guardado en el escaparate empotrado en la pared. Cuando aquel émulo de De Gaulle, vio lo que era, se le encendieron las ganas de invadir Indochina y le afloró el Marqués de Sade que llevaba dentro. ¡Qué manera de pegarle bofetones al pobre Nicolasito, caballeros! ¡Qué imagen tan fuerte, señores! ¡Y el gordo quería más! Y más. Y más. Y a Asterix, el galo, le dio por prendérsele al cuello. Y Santa empezó a ponerse morado. Con los ojos verdes. Botados para afuera. Y echando espuma por la boca.
- ¡Aguanta un momento! ¡Se te quema el instrumento!
Inmediatamente mandé a parar todo aquello. Lo bueno es lo bueno, pero no lo demasiado. Yo respeto la forma de amar de todo el mundo, pero ésta no es la mía.
- ¡Voy echando!
- ¡Oye, espérate!
- No, no, no, qué va. Yo sin espejuelos no oigo. A mí no se me ha perdido aquí más nada. No juzgo. ¡Que conste! Cada cual, que haga de su fondillo un tambor. Y que lo toque quien le dé la gana. Pero éste que está aquí, recoge la pelota, el bate, y se va a jugar para otro lado.
El gordo se nos tiró al suelo, anegado en llanto e implorando para que, al menos, lo dejáramos bien maniatado a los pies de su cama.
Me dio por pensar - al complacerlo - que le tenía mucho más pánico al encuentro con las ancianitas contiguas, costureras del orbe y que, de seguro, vendrían luego más tarde a “rescatarle”.
¡Hasta aquí llegó la gracia! Ya esto no me da risa. Good-bye, au-revoir, nice to meet you, y arrivederci.
Nos llevamos al mesié, aunque no sabemos si luego habrá regresado. ¡Ése es su maletín!
En esos cuatro días no hablé ni una palabra de español. Por lo que afirmo, reafirmo y confirmo, que la mejor manera de aprender un idioma, es en la interacción directa con las lenguas, la respiración boca a boca, el combate cuerpo a cuerpo y el contacto directo con las masas. ¡No digo yo la cantidad de vocabulario que se te impregna! ¡Políglota Graduado en la Universidad de la Calle se egresa!
No sé muy bien - para ser honesto - si celebramos la Navidad.
La verdad sea dicha.
¿No será mejor afirmar que, en cambio, nos repellamos con la Guarapachanga?
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