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Doble cola - una al sol y otra a la sombra - mucha amargura y desconfianza, matizan la calle 14, en el tramo que corre desde 5ta a 7ma, en Miramar, Playa, en la provincia de La Habana. En Cuba.
Policías vestidos de policía, policías vestidos de civil a la usanza tradicional - jeans y camisa a cuadros - y policías que parecen pertenecer a la cola integrada por cientos de personas que aspiran a viajar a Colombia para una vez allí, optar a una visa que les permita viajar a los Estados Unidos, es el rostro más desesperante que puede verse en esos cien metros de asfalto.
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La gente se limita apenas a responder quién es el último. Muy pocos "se abren" a conversar con los curiosos que llegan a preguntar "cómo está la cosa" o "qué sucede". Es como si a cada una de esas personas les hubiesen inoculado el virus de la sospecha. Como si revelar planes pudiera desbaratar y echar por tierra meses y meses de preparación. Nadie sonríe, nadie es empático.
La mayoría de ellos tenía la visa "a la mano" cuando a finales del mes de septiembre de 2017, el presidente norteamericano, Donald Trump, revirtió de un plumazo meses de diplomacia entre la administración demócrata del ex gobernate Barack Obama, y el gobierno del rígido Raúl Castro.
Pero eso cambió.
Ya los banquitos y la cafetería de la Funeria de Calzada y K, y la sombra de los árboles que adornan ese espacio urbano del Vedado no le sirve a quienes buscan viajar - definitivamente o no - hacia el monstruo del norte.
El monstruo, ahora, les ofrece poca cobija. Cero banco. Nadie vende un bocadito de pasta. Nadie vende refrescos. Tampoco maní. Es tal y como si cruzaran el desierto de Arizona.
Todo está limpio. Está prohibido tirar fotos. Todo rigurosamente calculado para que todo parezca normal, aunque la gente insista en querer irse; y viajar al sur, para luego emprender el camino hacia el norte.
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