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A medio siglo de su asesinato, Ernesto Guevara de la Serna persiste como bandera de la izquierda mundial; pese a sus consecutivos fracasos en Cuba, Congo y Bolivia.
Guevara, que ya había tenido conflictos con miembros destacados de la revolución cubana, colmó la paciencia de Fidel Castro por un choque frontal con los soviéticos en Argelia, donde acusó a la entonces potencia comunista de comportarse igual que USA con los países pobres.
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El Congo encajaba en la teoría foquista del Che Guevara, alentado por la influencia maoísta en África subsahariana, y le vino de perlas a Castro para desembarazarse de un hombre incómodo, que no sabía distinguir entre la guerra de guerrillas y el pragmatismo de un gobierno amenazado por una potencia, aislado regionalmente y sujeto a determinadas servidumbres con la URSS.
El Congo tenía una dificultad: qué pintaba un blanco en una guerrilla de negros; y Guevara sabía este obstáculo porque Harry Villegas “Pombo” fue descartado para acompañar a Jorge Ricardo Massetti en su suicidio argentino por sería un negro en una país de blancos.
En tierras congoleñas conoció Guevara que su antiguo jefe había revelado la carta de despedida en la que renunciaba a hasta su condición de cubano. El enojo del argentino fue mayúsculo; pero Castro no tuvo otro remedio que cerrarle la puerta porque faltaban pocos meses para la celebración de la Conferencia Tricontinental (OLAS) y un Che Guevara de vuelta, aunque derrotado, habría luchado contra el sesgo pro Kremlin que el entonces Primer Ministro cubano imprimió a aquella Babel de revolucionarios insurrectos.
La aceptación de Guevara que un discreto comando cubano lo exfiltrara del Congo y lo instalara en Praga, fue su suicido porque desde entonces quedó a merced de Fidel Castro y Manuel Piñeiro Losada, que maniobró con astucia para enterrarlo en Bolivia.
Basta echar un vistazo al diario original de Pombo, no al publicado por Cuba, que cambió datos y elementos esenciales con la connivencia de su autor, se descubrirá que dos meses antes de emprender el fracaso boliviano, Guevara pensaba que su destino era Perú, pero los comunistas peruanos se opusieron a la vía armada, pidieron apoyo a sus camaradas chilenos y juntos dijeron a La Habana que el Che no era bienvenido.
Comunistas bolivianos y “Papi” (José María Martínez Tamayo) estuvieron haciendo gestiones en los departamentos de El Alto Beni y Sucre para comprar una finca, basados en la estrategia del Che de enfocar el entrenamiento hacia Perú, concretamente en la zona de Ayacucho.
Cuba pidió al Partido Comunista Boliviano (PCB) y a su dirigente Mario Monge apoyo para que “un personaje importante” hiciera tránsito en Bolivia hacia Argentina y los comunistas bolivianos aceptaron, entre otras razones, porque aceptaban la vía armada.
La compra de la finca con la casa de calamina fue una decisión del núcleo del PCB más guevarista, que eligió la zona de Ñancahuazú, evocando la Guerra Civil de 1939, pero sin tener en cuenta que el aislamiento de la guerrilla en una zona remota con pocos y desconfiados campesinos iba a complicar la andadura.
Muertos Piñeiro y Ulises Estrada; Rafael Padilla, Héctor Gallo Portieles (Mayo), Juan Carretero (Ariel), Godefroid Tchamlesso y los sobrevivientes de ambas guerrillas pueden dar fe de las peripecias congoleñas y bolivianas, incluida la errónea estrategia, de pretender subordinar la ciudad al foco guerrillero y acabó enredando a Tamara Bunke, Ciro Bustos, Regis Debray y parte de la estructura de apoyo urbano en la trampa guerrillera.
Tania la Guerrillera pagó con su vida; Bustos y Debray delataron las posiciones de la guerrilla y contribuyeron decisivamente a su derrota porque el caudal de información ofrecido por ambos, incluido dibujos de los guerrilleros, facilitaron a los rangers bolivianos y a sus asesores norteamericanos cercar y aniquilar al grupo de Joaquín (Vilo Acuña) y capturar herido, pero con vida a Guevara.
Otra incógnita que permanece hasta hoy es si la partición en dos grupos de la guerrilla fue una circunstancia fortuita o una decisión táctica de Guevara, pero los esfuerzos recurrentes del jefe guerrillero por reencontrarse con su retaguardia, violando normas elementales de seguridad, podrían indicar que fue un percance y no una decisión.
El asesinato del Che Guevara fue responsabilidad del gobierno boliviano, presionado por una creciente actividad de jóvenes filoguevaristas en las universidades del país y el notable malestar del ejército y de la población con la invasión de una guerrilla extranjera. Bolivianos y cubanos comparten un fuerte sentimiento nacionalista.
Estados Unidos –contrario a lo que se afirma- quería al Che Guevara vivo para intentar sacarle información y luego devolverlo, derrotado, a Cuba.
Pero las circunstancias de aquellos momentos impidieron la opción norteamericana, para alivio de Castro, para el que Guevara era más útil muerto que vivo, como se ha demostrado con la mitología desplegada en torno a un fracasado, prepotente hasta con los campesinos cubanos y que se murió sabiendo que Fidel le había ganado la partida porque su antiguo Comandante en Jefe era un pragmático, un jodedor, un superviviente, hasta el punto de usar a Guevara y sus tesis económicas en los años del derrumbe económico made in Gorbachov.
Medio siglo después, Cuba, Bolivia y Estados Unidos tienen aún abundante documentación clasificada sobre el último fracaso de Guevara, pero ninguno de los gobiernos muestra voluntad de transparencia. Cuba se ha limitado a recoger los frutos del magnetismo del Che en la izquierda mundial y a tolerar que su viuda e hijos ganen algún dinero con sus recuerdos doloridos.
Pero sigue pesando como una losa inexplicable el sacrificio de 18 cubanos en la flor de sus vidas, 5 de ellos murieron en el Congo, dejando atrás familias para emprender aventuras que Fidel Castro sabía condenadas al fracaso, no solo por las adversas condiciones en Congo y Bolivia, sino por el propio carácter del Che Guevara, santón cruel, antipático y frustrado.
Aunque ha habido intentos aislados, muchos cubanos desconocen la personalidad y los valores y defectos humanos de compatriotas suyos como Pinares, Olo, Tuma, Tavo Machín, San Luis, Suárez Gayol, Braulio, Miguel, Pachungo, Moro y los sobrevivientes: Benigo (fallecido en el exilio), Pombo y Urbano. La historiografía oficial sigue estando almibarada y con amplias zonas de silencio.
Evo Morales, que ha visto el filón que proporciona todo lo relacionado con Guevara, ha organizado una procesión pagana hasta La Higuera, donde los nostálgicos verán a San Che rodeado de velas, agradecimientos y rogativas de salud y lluvias.
Ernesto Guevara de la Serna es carne de supersticiones. En el Congo se amargó con la negativa de los nativos a abrir zanjas porque decían que eran para muertos. En Bolivia chocó con la mirada pétrea de sus campesinos que ignoraban quien era aquel señor con barba, cachimba y jipío, aunque ahora lo veneran por aquellos ojos abiertos y muertos.
Al menos queda el consuelo de que puso a la Quebrada del Yuro y a La Higuera en el mapamundi y que una veterana combatiente de la revolución cubana que lo trató lo suficiente para reconocer “sus méritos” haya erigido un pequeño altar en su casa habanera para honrar a Ernesto.
“Ernesto es muy violento, pero muy generoso porque me ayuda en lo mío (nervios), pero fíjate que Fidel se cayó en Santa Clara y se rompió la rodilla y un hombro, después que trajo sus restos de Bolivia, y luego él (Fidel Castro) y Chávez se metieron en una casa donde vivió Ernesto de niño y se jodieron…”
Y no se trata de que la combatiente revolucionaria habanera esté trastornada, que podría, sino que Cuba atesora una gran experiencia en premiar esfuerzos y no resultados y que mejor ejemplo que el fracasado Che como paradigma de triunfo.
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