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Al igual que en la célebre película española de 1952, la aldea se prepara diligente para mostrar su mejor cara al visitante. Se dice que tal es la costumbre de los buenos anfitriones.
Entre las mejores películas españolas de los años cincuenta, de esas que lograron presentar personajes o situaciones de alcance y trascendencia universales, se encuentra Bienvenido, Míster Marshall, que dirigió en 1952, el comediógrafo Luis García Berlanga. Villar del Río se llamaba la aldea (realmente nombrada Guadalix de la Sierra) que vistió las mejores y más oficiosas galas, ante la inminente llegada de la comitiva norteamericana del Plan Marshall, de ayuda económica a la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial.
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El Plan Marshall, aprobado para otros países de Europa en la primavera de 1948, se retrasó respecto a España hasta la firma de los pactos en septiembre de 1953, seis meses después del estreno en salas de Bienvenido Míster Marshall, que presenta grandes momentos de humor, como aquel onírico en que se copian los modos del oeste típico, y el alcalde se disfraza de sheriff, y una intérprete folclórica —en la línea de Lola Flores o Rocío Jurado— intenta convertirse en una cantante de saloon, todo ello para complacer a los visitantes, supuestamente dadivosos.
En Cuba, ahora mismo, horas antes de la llegada del presidente norteamericano Barack Obama, se percibe una atmósfera de algún modo parecida a la predominante en aquel clásico filme español: en algunos entrevistados por la televisión, brota incontenible la misma esperanza ingenua de prosperidad, solo por la llegada, excepcional, a Cuba de un presidente norteamericano.
Otros muchos se aprestan a las componer calles por donde pasará Míster Marshall, es decir, Míster Obama, y rellena baches antidiluvianos, y dan retoques de pintura, y arreglan un estadio bastante maltrecho solo para que nuestro huésped lo vea en mejores condiciones.
También es costumbre entre nosotros, los cubanos, en una herencia que tal vez se remonta a los ancestros españoles, o africanos, o asiáticos, o vaya usted a saber, aquello de ofrecerle a los visitantes lo mejor que tenemos, y arreglar nuestras casas para cuando viene un huésped. Y si el invitado es importante, y sabemos que en el fondo piensa mal de nosotros, pues nos esforzamos más para demostrarle nuestras virtudes, o por lo menos para quedar como anfitriones respetuosos y hospitalarios, como siempre hemos sido los cubanos, ¿o no?
Pero los cubanos molestos están molestos porque no han tenido tiempo de adaptarse a una nueva política, y se perciben ciertas incoherencias: hasta ayer mismo había millones condenando al imperialismo norteamericano por sus innumerables crímenes, sobre todo contra el pueblo cubano, y hoy ese mismo pueblo se prepara, alegre y diligente, para recibir con entusiasmo diplomático al presidente de la nación más poderosa, más agresiva, más imperialista, y más criminal del siglo XX y XXI.
Hemos tenido muy poco tiempo para acostumbrarnos al cambio. El cubano es rápido y flexible, y ya nos acostumbraremos, supuesto —claro que sí, y ojalá sea rápido—, a sostener una convivencia respetuosa y de buena vecindad con el país imperialista más poderoso, prepotente, agresivo, y criminal de la historia de la humanidad. Así me lo hicieron creer, así se ha demostrado mil veces y así lo escribo ahora.
Pero a pesar de los incontestables argumentos para disentir de la política exterior norteamericana en los últimos cuarenta años, ningún cubano podrá, de momento, enfrentar a Obama con un cartel donde se griten los tradicionales “Yanquis Go Home”; y se añadan otros reclamos como “Fuera de Guantánamo” o “Cesen los crímenes de la policía contra los afronorteamericanos”. Todo será sonrisas y gestos de buena voluntad. Y está bien que así sea, y ojalá dure este periodo de entendimiento. Pero la desmemoria siempre está mal y nunca debe justificarse.
Tal vez el cartón con los letreros condenatorios deba entregársele a las instancias que recogen materia prima reciclable. Pero ¿quién se encarga de resetearnos el disco duro y formatearlo de modo que no quede ni un trazo del antiimperialismo con el cual crecimos tres o cuatro generaciones de cubanos?
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