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La noticia del restablecimiento de vuelos regulares entre Cuba y Estados Unidos, que acaba con más de cinco décadas de suspensión de estas conexiones, ha sido prontamente abrazada por instituciones, autoridades, medios, compañías aéreas y ciudadanos de las más diversas procedencias e intereses.
No solo por lo que significa para consolidar las relaciones entre ambos países sino porque con el aumento de los vuelos que diariamente los conectarán -más de la centena- se abaratarán los precios y se facilitarán los procedimientos de adquisición de los billetes, que podrán comprarse cómodamente por vía telemática.
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Para los cubanos, cuya mayor comunidad de emigrantes reside en el país del norte, cualquier noticia que contribuya a acortar las distancias con su vecino, tanto en materia de telecomunicaciones y telefonía (roaming), como paquetería y correo postal directo o aviación civil es acogida con entusiasmo y expectación.
Sin embargo, aunque pagar menor por servicios y productos es sin dudas una buena noticia, no necesaria ni directamente son los cubanos de la Isla o los de a pie, con bolsillo trabajador, los que salen beneficiados de todas las medidas que en materia de cooperación, comercio, economía, cultura, aviación y otras tantas se han venido sucediendo desde que el 17 de diciembre de 2014 Raúl Castro y Barack Obama anunciaran el inicio del cese de la Guerra Fría.
El aumento del turismo, y la consecuente mejoría de las instalaciones hoteleras, no solo no se ha traducido en aumento de los estándares de vida o diversificación y accesibilidad para el ocio del turismo nacional sino que ha contribuido, en ocasiones, a sacarle los recursos y la atención porque prepararse para la avalancha de visitantes foráneos se ha convertido en asunto prioritario.
La noticia, por su parte, de relanzamiento de vuelos directos y comerciales entre Cuba y Estados Unidos, aliviará los bolsillos de algunos cubanos, ahorrará en los de los emigrados pero no eliminará el engorroso, caro e inviolable paso de la adquisición del pasaporte -por el abusivo precio de 200CUC- ni eliminará que los que residen fuera de ella, sean o no poseedores de una segunda nacionalidad, tengan que continuar manteniendo el documento cubano y pagando periódicamente por mantener su validez, pues Cuba no reconoce a los sujetos nacidos en ella más ciudadanía que la propia.
Las implicaciones identitarias o razones políticas que haya detrás de tal absurda normativa con respecto a los pasaportes cubanos, se escapan del entendimiento o interés del ciudadano medio que la padece y quien, en la práctica, estará inevitablemente atado a los pagos, renovaciones y validaciones para poder entrar a su país, a su casa.
Sin dudas, toda medida que acerque Cuba al mundo, que permita que la realidad cubana se abra es bienvenida pero siguen echándose en falta que los pasos hacia adelante tengan como beneficiarios directos a los cubanos trabajadores, los que ganan en la 'moneda débil', los que desean y tienen el derecho de viajar y los que deberían pagar por ello con lo que perciben por sus trabajos.
No hablamos de grandes gestos, de estrepitosas medidas sino de elementales mejorías, de cuidados y atenciones para esos millones de ciudadanos que habitan la Isla.
Si el aumento de vuelos y el posible abaratamiento de los pasajes no se traducen en aumento de posibilidades reales para viajar de los cubanos de la Isla ¿Entonces de qué les sirve el deshielo? ¿Por qué Cuba no responde con igual disponibilidad a reducir las trabas? ¿No es acaso momento de revisar, también, los precios de los pasaportes, las normativas al uso y los incómodos y caros procedimientos para la obtención y validez del mismo?
En un país, donde el salario medio estatal ronda según cifras oficiales -ofrecidas para el año 2014- los 584 pesos al mes (unos 24 dólares), es insostenible que obtener el documento para viajar al extranjero -pasaporte- cueste 200 CUC (varios meses de trabajo).
Es insostenible e irrisorio, además, que la cifra supere los valores de otros países latinoamericanos. Según la BBC, con datos de mayo pasado los tres pasaportes más caros en América Latina eran el mexicano (137USD), Chile (129USD) y Uruguay (87USD); los más económicos eran, en cambio, el del amigo Venezuela (9USD), Perú (12USD) y Paraguay (24USD). En este ránking Cuba se ganaría el triste mérito de ser uno de los más caro por un tramo (más todas las validaciones que deben pagarse). Los datos revelan un desajuste y unos valores que no le hacen justicia ni al bolsillo ni a los derechos de los cubanos.
Si durante décadas el vecino norteño era el culpable de toda cuita, limitación, escasez o problema interno y si ahora el vecino da cada vez más pasos para el acercamiento, para potenciar la colaboración y para mostrar cambios reales con respecto a sus políticas de antaño ¿Acaso no va siendo hora, también, de desarticular los discursos, las excusas en Cuba y revisar todos las muchas y variadas esferas de la realidad cubana y los precios que deben pagar los ciudadanos cubanos por servicios y derechos?
La oportunidad no puede ser más idónea para dar señales de progreso. Más vuelos, más baratos y pasaportes para cubanos pagables y sostenibles serían rasgos que sí permitirían hablar de cambios y de mejorías reales dentro de la Isla y en su proyección hacia el mundo.
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