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Un refrigerador vacío fue siempre el gran miedo de mi madre durante el período especial. Nací en la Cuba de 1991, y junto conmigo, la etapa más precaria que ha sufrido y sigue sufriendo mi país.
Tras el predecible final de la Unión Soviética, el archipiélago más socialista del mundo se vio desprovisto de aliados políticos y de una economía autosustentable.
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No obstante, el pueblo cubano se ajustó el cinturón y “tiró pa´lante” como pudo, aguantó mil y una limitaciones como discursos de Fidel hasta la madrugada.
Mi infancia aprendió a asimilar perfectamente el yogurt de soya, la ausencia de carne de res y mariscos, el alto precio de la leche, los apagones, la desinformación y el altruismo desmedido de un líder irreverente.
“Somos un país pequeño con todo en contra” recuerdo esa frase que los adultos repetían para tratar de entender la situación. “Llevará tiempo pero nos vamos a recuperar” devino epitafio de una generación que perdió toda esperanza y protagonismo en el destino de su país.
Entonces vino la miseria que se apropió de las personas, de sus hogares y sus intelectos por igual. Quedaron sólo vestigios del trabajo honesto, la búsqueda del bien común, la opinión crítica, el valor de la democracia. Un país sumido en el arte de la supervivencia.
Pasaron los años y luego las décadas, y el miedo de mi madre –graduada universitaria y dirigente- sigue siendo el mismo.
Su salario por una jornada laboral de ocho horas, como el de la mayoría de los profesionales cubanos, no se corresponde al valor del trabajo que realiza, ni en términos económicos ni en términos humanos. En Cuba, sostener una vivienda y una familia de forma decorosa es totalmente incompatible con el sueldo estatal.
Según datos provistos por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) en el 2015, el salario medio mensual en la isla es de 584 pesos cubanos, ese monto equivale a 24 pesos convertibles (cuc), moneda con la cual se adquieren la mayoría de los artículos básicos para el hogar.
Suministros de primera necesidad como el aceite (2,40 cuc), el jabón (0,50 cuc), el champú (1,00 cuc), el papel higiénico (1,20 cuc), la pasta de dientes (0,90 cuc) y otros tantos, pueden arrasar con la mitad del salario de los trabajadores cubanos.
*(Están enunciados los artículos más baratos y de menor calidad)
La comida más económica también pone en apuros al bolsillo. Un paquete de salchichas (1,10 cuc), un picadillo de res para dos raciones (1,30), una caja pequeña de puré de tomate (1,25 cuc), hamburguesas de carne con soya de dos unidades (0,90 cuc) y unas pocas opciones más, se suman a la dieta del cubano promedio.
Invito a los lectores foráneos a calcular cómo se puede sobrevivir 30 días con 24 cuc; literalmente tenemos que hacer magia para llegar a fin de mes.
Como consecuencia, la generación actual es –a mi consideración- más indolente, más frívola. El rumbo que nos exigen las normas y políticas sociales (estudiar en la universidad, trabajar para el Estado, unirse al Partido o a la Juventud Comunista) no es acertado ni suficiente.
Servir en un bar, alquilar un apartamento, vender CDs y tarjetas para móviles, repartir pizzas, o la subcontratación extranjera, son vías de escape para profesionales sobre-calificados que simplemente no pueden someterse a la gran farsa que representan las opciones laborales del Estado.
Yo, al igual que muchos jóvenes recién graduados, me enfrento a la misma incertidumbre que mis padres y lucho para buscar una mejor estabilidad económica sin acudir al camino fácil pero oscuro de obtener dinero en Cuba.
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