Las recientes elecciones generales en Cuba dejaron números curiosos, como el mayor porcentaje de votos obtenidos por el primer ministro Manuel Marrero sobre el presidente Díaz-Canel, que acusó el desgaste político que padece, casi desde su toma de posesión.
Marrero, con el 94,91% de los votos válidos, aventajó en 6,13 puntos a Díaz-Canel, que no consiguió el apoyo del 11,22% de los votantes santaclareños; una cifra aceptable de desaprobación, pero que evidencia el enemigo rumor de la guara y subguara tardocastristas asegurando que el primer ministro es mejor cuadro que el presidente.
La designación de Marrero como primer ministro; premiado pese a su desastrosa gestión como titular de Turismo, obedeció más a una maniobra del fallecido Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, que a una voluntad política de aliviar el queme de Díaz-Canel que, imitando a Fidel Castro, ha conseguido ser Hatuey.
Los tiempos de liderazgos carismáticos pasaron hace tiempo, especialmente cuando la dictadura más vieja de occidente ha sido incapaz de generar justicia, progreso y bienestar a la mayoría de los cubanos; pero la casta verde oliva y enguayaberada lee la letra pequeña de cada simulacro electoral y elecciones internas y guarda pan para mayo y maloja para potenciales notas decapitadoras en Granma.
Díaz-Canel fue primer secretario del partido en Villa Clara; cargo que siempre desgasta, aunque la evaluación oficial y popular de su gestión sea buena; excepto el grupo de amigas de su primera esposa, que se la tienen jurada.
Marrero fue director de hotel y delegado de Gaviota en Holguín; cargo que permite repartir y engrasar a la guara y aledaños, sin perder de vista, las atenciones prioritarias a Raúl Castro y los finados Julio Casas y López-Callejas; que son las bases del ascenso vertiginoso del actual primer ministro.
Quizá una competición por país y no por circunscripciones daría otros resultados, pero Díaz-Canel debería revisar las magnitudes pequeñas de los comicios y controlar de reojo al primer ministro; e intentar blindarse con un vicepresidente real, que asuma -junto con Marrero- el desgaste de gobernar para unos pocos y contra muchos.
Salvador Valdés, vicepresidente por ser negro, debe ceder el puesto; atendiendo a sus problemas de salud y gris desempeño; cuando Cuba más demandaba una gestión eficaz y solidaria, en vez de consignas y orden de combate contra los cubanos.
Pasada la euforia pasajera por la participación electoral; ahora llegarán las malas noticias como la subida de impuestos, vía retenciones salariales por tramos, el cierre de hoteles e instalaciones turísticas, que llamarán compactación hotelera y embarajarán con el fin de la temporada alta, que confirmó la quiebra del sector.
La justificación de pretender consolar a los cubanos empobrecidos con lo mal que está el mundo, que es una exageración interesada de los casatenientes de Siboney, carece de sustento moral y material porque se vive una vez y las víctimas de tardocastrismo siguen camino de Sacramento por ala delta a motor y balsa.
Los problemas de fondo son dos: el carácter totalitario del pan con na y que el partido y el gobierno anticubanos carecen de un proyecto sensato e ilusionante; aunque un día se disfracen de peloteros del team Asere y otro de vegueros del Cundeamor.
El reto del nuevo gobierno no estará en cuánto, sino en cómo va a parar la crisis general del comunismo de compadres, cronificada en esferas estratégicas y que golpea cotidianamente a la mayoría de los cubanos, incluidos quienes votaron por todos para nada.
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