El dramaturgo Yunior García Aguilera debutó en Madrid a teatro lleno, con la puesta en escena de su reconocida pieza Jacuzzi, original estampa de la Cuba que duele; aplaudida -durante siete minutos y tres bises- por un público mayoritariamente español, salpicado de norteamericanos, otros europeos y cubanos como María Isabel Díaz, Laura Ramos y Abel González Melo, entre otros.
La obra tiene tres cualidades: original hasta la cuarta pared; con mínimos recursos escénicos, intensidad dramática; sin panfleto ni pucheros de transterrados, y una rabiosa actualidad porque la bañadera rebosante de espuma, simboliza Cuba al pairo; como imaginó Reinaldo Arenas, y donde los actores Claudia Álvarez, Yadier Fernández y el propio Yunior se zambullen y emergen, cual balseros a la deriva.
Una pareja emigrada compra una vivienda en La Habana, con el baño como único elemento habitable, donde un triángulo amoroso desata razones y pasiones de seres rotos por la melancolía, ruptura y miedos; aliviados por el humor de malaventurados.
El casi monólogo final; actualizado con recientes desventuras personales del dramaturgo que, asido a la amistad renovada de su amigo y el amor de una mujer que lo sigue buscando en Facebook, de madrugada, parece sacado de La casa en ruinas (Gastón Baquero): Vacío el caserón, rotas las jarras/ que las rosas colmaron de belleza, en vano vine en busca de mí mismo...
Una cualidad de Yunior García Aguilera es su autenticidad sin aspavientos porque se reconoce antihéroe y perdedor; avisando a los espectadores que llenaron la "Sala Negra" de los teatros del Canal de Isabel II (acueducto de Madrid) de manera diáfana que solo es un rebelde sin amargura, y sincero sin petulancia.
Como banda sonora, el autor y su equipo de producción -encabezado por Dayana Prieto- eligieron a Barry White para la espera, a Bamboleo (rumba flamenca con alusiones cubanas) y Volare; balada italiana antónimo de la militante Bella ciao.
Que uno de los mejores dramaturgos cubanos haya vuelto a las tablas, a menos de un año de su destierro, es una buena noticia porque ser culto es la mejor manera de ser libre; aunque antes haya que ser próspero y bueno, antídotos formidables contra el totalitarismo y su perversa manía de oscurecer el talento y aupar la mediocridad oportunista.
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