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Rolando León de la Hoz era su nombre completo. Tenía 58 años y venía de un cajero automático tras cobrar su salario de trabajador sanitario en el Hospital Ortopédico Docente Fructuoso Rodríguez, cuando la pared de un inmueble en peligro de derrumbe, en el barrio de Jesús María, se vino abajo en el instante exacto en que él caminaba por ahí.
También otras personas resultaron heridas y fueron trasladadas a emergencias, pero hasta el momento no hay noticias acerca de su evolución médica.
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La estructura, situada en la esquina de Ángeles y Monte, no estaba apuntalada, ni contaba con señalizaciones a su alrededor que alertaran a la población y restringieran el tránsito por la zona: exactamente la misma negligencia que, en enero de 2020, también en Jesús María, ocasionó la muerte de tres niñas por el derrumbe de un balcón.
Unos 30 minutos -dicen familiares de la víctima- tardaron los rescatistas y la ambulancia en aparecer luego de que se escuchara el estruendo a las 9:20 de la noche. La gente del barrio fue la que levantó los escombros y extrajo el cuerpo. Nadie sabía con certeza de quién se trataba, aunque Rolando vivía muy cerca del sitio donde perdió la vida.
El polvo, la oscuridad, las heridas, el horror, probablemente impidieron que alguien le reconociera. Además, Rolando entonces no era Rolando sino todas las personas de ese barrio que, todos los días, incluso varias veces, pasaban por debajo de esa construcción en ruinas. No había otra diferencia entre él y quienes le socorrieron, entre él y quienes observaban y sacaban fotos y filmaban, que la impuesta por el azar.
A su familia no le avisaron hasta pasada la medianoche. A las 12:05 am la policía se presentó en casa de uno de sus hermanos, que vive cerca de la casa de Rolando, y le solicitó que le acompañara a identificar el cadáver. Ya habían revisado su documentación, que la llevaba en su billetera, junto con unos mil pesos cubanos, y solo faltaba que su familia confirmara la identidad.
A las seis de la mañana del 17 de diciembre, ya Rolando había sido cremado. "Lesión de centro nervioso superior": esa fue la causa de muerte que se registró en el certificado de incineración. Y el gobierno cubrió los gastos, algo usual en estos casos.
Un familiar de Rolando, que prefirió el anonimato, pero que quería que se supiera quién era la víctima de Ángeles y Monte, contó con orgullo a CiberCuba que en estos días ha recibido numerosas muestras de amor y gratitud por parte de quienes le conocieron.
"Ayer estaba en la esquina en mi soledad espiritual cuando escuché a una señora decir: 'ese muchacho fue quien me curó, en los hospitales no me atendieron, y él me curó el oído, me puso anestesia'. Él era muy atrevido, inyectaba", dijo.
Explica que, aunque no estudió enfermería, trabajaba en el hospital como ayudante en los salones de operaciones, porque tenía una fuerte vocación por curar y grandes habilidades para atender a enfermos. "En el barrio esto ha sido muy sentido, ayer fui a casa de un vecino que vende flores y me dijo: 'es para Roly, ve para la casa que eso va por nosotros'", agregó.
Cuenta otro familiar que Rolando, oriundo de Santiago de Cuba, era un hombre muy servicial, que no le decía a nadie nunca que no, y lo mismo curaba a un anciano que le hacía un mandado. También refiere que a su madre, que murió de Alzheimer, postrada, fue él quien la cuidó "hasta su última respiración". Pero, a pesar de vivir en un mundo de aflicciones, su familia lo recuerda como alguien alegre y optimista. Su color favorito, resaltan, era el amarillo.
Hasta ahora, nadie ha sido señalado como responsable de su muerte. Ninguna institución, ningún funcionario. Y lo más probable es que nadie en toda Cuba sea responsabilizado por ello. Todavía hoy se desconoce si alguien fue sancionado por las muertes de María Karla, Lisnavy y Rocío, en 2020, o por tantas otras ocasionadas por derrumbes que pudieron evitarse.
Parece que de nadie es la culpa de que en gran parte de la capital, sobre todo en los municipios La Habana Vieja y Centro Habana, existan miles de inmuebles inhabitables e irreparables, que no son ni demolidos, ni apuntalados, ni cercados apropiadamente. Parece que solo el tiempo y la suerte son culpables de las pérdidas humanas que ocasionan los derrumbes. Pero lo cierto es que casi nunca las pérdidas humanas por derrumbes son accidentes.
Al menos desde 2018, según consta en una nota de sitio oficialista Cubadebate, se sabía que, de los 3,824,861 viviendas que conforman el fondo habitacional cubano, el 39 por ciento se encuentra en estado regular y malo. En total, en condiciones de precariedad se reportaban 9,823 cuarterías y ciudadelas (solares), que reunían 84,452 viviendas. Además, de 854 edificios críticos registrados, 696 de los mismos, que incluían 6,960 hogares, se localizaban en La Habana. En ese entonces, se estimaba que casi 850 mil personas estaban afectadas por el problema del deterioro de los inmuebles y, por tanto, vivían en condiciones de riesgo.
En cada municipio del país existen instituciones y especialistas que tienen la misión de evaluar de manera sistemática el estado constructivo de las distintas edificaciones del territorio, documentar los casos de viviendas vulnerables y tramitar soluciones. Y aquellas que reciben un dictamen de "inhabitables irreparables" deben ser apuntaladas o evacuadas, o ambas cosas, en lo que se gestiona su demolición. Ese es un protocolo que conocen todas las autoridades locales.
Las historias de familias que llevan décadas en espera de una solución a un problema habitacional de este tipo son el pan nuestro de cada día en La Habana. Se ha normalizado que la gente viva en peligro permanente de morir en un derrumbe, sea en su propio domicilio o mientras transita por alguna zona donde hay construcciones en lo que se llama "estática milagrosa". Se ha normalizado que, hasta que no ocurre una tragedia, las autoridades no intervienen.
Como mismo pasó en el caso de las tres niñas, dos años atrás, no fue hasta después del derrumbe que cobró una vida humana, que en Ángeles y Monte apareció una brigada con recursos para hacer el trabajo que se debió haber hecho de manera preventiva. Familiares de Rolando compartieron con CiberCuba imágenes de labores de apuntalamiento en lo que quedó de la edificación. Porque la visión de este tema tan sensible que prevalece entre quienes toman decisiones, a juzgar por sus acciones, o más bien por su inmovilismo, es que hasta que una estructura no colapsa por sí misma no hay nada que hacer.
El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en su cuenta en Twitter, dijo que estaba al tanto "del derrumbe ocurrido en La Habana Vieja, al que autoridades del Partido y del Gobierno en la capital han prestado atención desde el primer momento". También lamentó "la muerte de Rolando León" y expresó "sentidas condolencias a sus familiares y amigos".
Sin embargo, ese "primer momento", para Rolando, fue ya demasiado tarde.
Si las autoridades del Partido y del Gobierno hubieran prestado atención cuando de verdad debían prestar atención, desde mucho antes de la tragedia, el presidente hubiera podido ahorrarse sus sentidas condolencias y nadie habría muerto. En Twitter, de hecho, justo el 16 de diciembre, horas antes de que Rolando falleciera, un usuario que se identifica como Juansinmiedo compartió una foto de ese lugar con el siguiente mensaje: "mira esta pared, en cualquier momento se cae y ocurre una desgracia, esquina de Monte y Ángeles".
Lo peor es que las redes sociales, al igual que las instituciones del Estado, están llenas de denuncias similares. Díaz-Canel puede hacer cientos de giras por los barrios históricamente marginados y empobrecidos, como empezó a hacer después del estallido social del 11 de julio, en un esfuerzo por crear vínculos con el pueblo cubano, pero lo cierto es que él nunca tendrá que caminar entre peligros de derrumbe para sacar dinero de un cajero, ni para llegar a su casa, ni para nada.
Las fotos que acompañan este artículo, brindadas por familiares, son las primeras que se publican de Rolando León tras su fallecimiento.
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