Quisiera mirar un poco más allá de la realidad actual, darle rienda suelta a la imaginación y soñar con un mundo libre de ataduras a los malos hábitos de conducta que son tan perjudiciales para la convivencia humana.
Apreciamos profundamente los logros de la tecnología moderna, en la ciencia, la medicina, las comunicaciones, etc etc. Todo ello conjuntamente con la creación del internet nos ha traído grandes adelantos en todo sentido.
Hoy en día nos enfrentamos con otra situación que nada tiene que ver con la complejidad de los adelantos tecnológicos. Me refiero al deterioro de la sensibilidad humana y la deficiencia en la educación en general, lo cual ha traído como consecuencia haber descuidado cosas muy sencillas que hacen una gran diferencia en nuestra coexistencia y hacen nuestro paso por la vida mucho más agradable y llevadero.
Por ejemplo, el respeto a todos los humanos sin distinguir razas ni etnias. Insistir en conocer a nuestros vecinos y ofrecerles nuestra disposición de ayudarles en caso que lo requieran; dar los buenos días; la cortesía de abrir las puertas a las damas y/o ancianos; dar gracias; decir un te amo; te extraño.
Cometemos el error de cohibirnos de expresar lo mucho que queremos a nuestros seres queridos; el amor a la naturaleza, la amabilidad, respetar el derecho ajeno, apreciar las artes y la cultura, la atención y el respeto a los ancianos y en especial a los de nuestra familia, que para muchos la solución consiste en enviarlos a un asilo, incluso cuando tienen posibilidades para atenderlos en casa.
¿Se acuerdan cuando las familias se sentaban a la mesa y atendían amablemente lo que decían los demás? Y cuando las parejas se miraban fijamente a los ojos mientras conversaban y nada ni nadie podía interrumpir su idilio? ¿Y cuando los niños atendían las conversaciones de los mayores para aprender de ellos?
Hoy en día muchas veces ignoramos a los que nos acompañan (menos a los teléfonos o aparatos electrónicos) y lo aceptamos como algo normal. En el caso de los niños no nos preocupamos en requerirlos y educarlos. El problema es que nosotros los adultos incurrimos en los mismos errores.
Siempre me ha molestado escuchar a los que dicen: hablé con mis padres en Navidad y yo me digo: ¡Qué interesante! ¡No me digas! Yo hablaba con mis padres tres veces al día donde quiera que me encontrara para saber de ellos o simplemente escuchar sus voces.
No nos percatamos que toda la ciencia, la tecnología y todos esos artefactos materiales jamás podrán sustituir un apretón de mano, ni un abrazo tan necesario en momentos difíciles, como en una cama de un hospital en los días finales de nuestras vidas y en esos momentos es cuando decimos: ¿por qué no presté más atención a cultivar el amor a los humanos en vez de a los teléfonos celulares?
Todos estos detalles son completamente gratuitos y pudiesen crear un mundo mucho más bello si le inculcáramos a los niños estos principios como parte fundamental de su educación.
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