Hubo un momento, la noche del viernes, en que todas las personas que seguíamos en vilo la situación de Luis Manuel Otero Alcántara temimos lo peor. Además de sus diatribas habituales, el vocero oficialista se permitió insultar la memoria de Orlando Zapata Tamayo, y aseguró con sorna que nadie se acordaba ya de esa víctima que había osado "chantajear" al gobierno. Parecía que en algún salón del Comité Central se había decidido dejar morir a Luis Manuel y acompañar esa muerte de la habitual campaña de difamación. Alguien había sacado cuentas y decidió pagar el precio mediático de otro muerto. Otro cadáver que, además, se le podía cargar a "los americanos".
Pero ni siquiera esa previsión maquiavélica pudo resistir el cálculo de probabilidades: estando las cosas como están en la isla, quién sabe qué podía pasar luego que la noticia de esa muerte se hiciera pública. Así que el plan cambió y se apostó por la prudencia: mucho mejor matar la efigie, cortar el vínculo de Luis Manuel con su barrio, conquistado a costa de miseria y reguetón compartidos; ridiculizar el tono heroico de una huelga de hambre y unas declaraciones que parecieron despedida definitiva. Para lo otro, para un muerto más, siempre queda tiempo.
Los esfuerzos de la policía política se concentraron, entonces, en desprender el reclamo del artista de cualquier sentido de lo heroico, de cualquier épica. Hacía lo que hacía por dinero, era una marioneta manejada "desde el exterior", carecía de verdadero apoyo más allá de una docena de amigos y, sobre todo, había engañado a todos los que depositaban en él la triste misión de víctima propiciatoria. (Aquí debo decir que no suscribo la fe en el aura heroica de esas misiones: toda esa palabrería desde Facebook asociada a una muerte real me parece puramente catártica, y sólo sirve para advertir a la Seguridad del Estado; veo algo de inmoralidad en quien trata una huelga de hambre y sed como factor desencadenante del cambio social o teoría general sobre casi cualquier cosa).
Por supuesto, todos sabemos en qué estado de desesperación alguien como Luis Manuel Otero decide ofrecer su cuerpo como único medio de protesta. Y también sabemos que es la Seguridad del Estado quien lo ha ido orillando a ese desespero que, desde fuera, nos parece un tanto irracional. (Pedirle 500 mil dólares de indemnización al gobierno cubano, o sufrir porque el régimen que dejó ahogarse a los niños del remolcador "13 de marzo" te rompió una obra que habla de una infancia sin golosinas son acciones irracionales y desesperadas, con las que difícilmente eso que llamamos "el pueblo cubano" se identificará.)
Cualquier persona sensata sabe que el cuerpo humano, en un clima como el de Cuba, no supera siete días sin beber agua. No es un invento castrista, sino una realidad científica. Así que la Seguridad del Estado prefirió no correr el riesgo de esa muerte anunciada. En algún momento, supieron que la cosa iba en serio, y que la vida de Luis Manuel ya estaba atrapada -incluso por razones o "causas" que podemos no compartir- en la condición de víctima. Se optó, entonces, por contener daños y fabricar "la versión oficial".
En esta versión, Luis Manuel ya no es un activista sino un "farsante". Que goza de excelente salud y entra caminando (¿o "deambulando"?) al Hospital Calixto García, sin que, nótese, en ningún momento el fornido "médico" que lo acompaña le suelte el brazo. Es el mismo "médico", por cierto, que irrumpió, también con ropajes sanitarios, durante el desalojo forzoso de San Isidro, en noviembre del año pasado. La campaña oficialista ahora pretende usar la propensión cubana al choteo para mostrar a un "mercenario" como un "pobre diablo". Un primer comunicado médico es pronto sustituido por otro, esta vez desde las páginas de Granma, donde se revelan presuntos resultados de exámenes clínicos en detalle.
Alguien que conozca el historial de la Seguridad del Estado en materia de manipulación (no sólo del juramento hipocrático, sino de cualquier mínimo estándar de verdad) sabe que no puede confiar en esta versión de los hechos. El activista sigue incomunicado y no hay ningún relato alternativo, ni siquiera el de su familia. El que tenemos fue construido a la fuerza, luego de tumbar una puerta de madrugada, apagar Internet y preparar un set. Lo primero será escuchar a Luis Manuel. Parece obvio que también él escogió no morirse pronto, y a ver quién es capaz de culparlo por, como él mismo dijo "querer esperar un poco más" y prolongar ese pulso con un Estado despótico.
Que los regímenes como el cubano son capaces de contener protestas, espiar, arruinar vidas, destruir reputaciones, torturar y matar no es algo que esté en discusión. Pero hay que hacer notar que, ahora mismo, con Luis Manuel Otero Alcántara, les está costando. Un Estado policial, con todos los medios de comunicación a su servicio, ha dedicado muchas horas a doblegar a alguien. Por todos los frentes, incluyendo aquel ridículo episodio de invasión a la intimidad, que puso de manifiesto la implícita homofobia de la casta "segurosa". A Luis Manuel Otero le han hecho de todo, pero ahí sigue, despertando una solidaridad que no necesitaba de su muerte.
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