Tensión, sobreexcitación, incertidumbre… Era lo que se respiraba en el aeropuerto José Martí, minutos antes de que Copa Airlines abriera sus mostradores para uno de los dos únicos vuelos semanales que permanecen en activo de La Habana hacia Panamá.
Al abrirse el cheking varios viajeros no habían recibido la notificación de que su vuelo estaba cancelado o aparecían en una lista de espera y, con todo preparado en Guyana para su entrevista en la embajada de EE.UU. en ese país, no podían abordar.
El nerviosismo era presa de todos, creo que sin excepción. En mi caso, venía acompañando a uno de mis nietos en pos del visado que le permitiría vivir con su padre en Estados Unidos.
Yo viví 72 horas previas a la fecha de salida sin sosiego pues mi pasaje vino a corroborarse minutos antes del cheking y el pensar que el niño viajase solo, me alteraba sobre manera.
Solo cuando logré sentarme en espera del avión, la presión se me normalizó. Echaba una ojeada a mi alrededor y, aunque ya estaban seguras, los rostros de aquellas personas salvo excepciones, mostraban el temor que habían sentido. Desde ese momento pensé en escribir este reportaje y enseñarles lo que sucede en Georgetown con loc cubanos.
Al indagar sobre el tema varios de los que están en ese proceso dicen que a ellos no les pasó eso porque sus vuelos fueron menos tensionados; pero que sí muchos conocidos habían perdido sus citas por la disminución de vuelos de Copa de 20 semanales a 2. Desde entonces ir a Guyana se ha tarnsformado de sueño en pesadilla para quienes anhelan vivir el sueño americano.
¿Qué hace el cubano cuando llega al aeropuerto guyanés, nervioso, agotado tras el tránsito obligado y la espera de horas en Panamá; estresado por la limitación de vuelos?
Sencillo: se enfrenta a oficiales de aduana que solicita una x cantidad de documentos que algunos traen y otros no que podría impedir la entrada al país.
Para evitar esto, el cubano aspirante a visa ya se puso de acuerdo con antelación con un compatriota dueño de hostal en Georgetown, que es el encargado de ponerlo sobre aviso de lo que sucede en frontera y por lo general, entra sin mayores complicaciones. Este contacto entre ambas partes se hace vía internet o por terceros.
Y aquí es cuando converso con uno de mis entrevistados, el hostelero Leonardo Domínguez, holguinero de 35 años que vive hace 7 en Guyana y que ha transitado por los más disímiles oficios en ese país, desde ayudante de mecánico y operador de equipos pesados, hasta constructor de bloques o buscador de oro en plena selva amazónica.
¿Qué sería de los cubanos que vienen de la Isla sin ustedes, los cubanos asentados en “la tierra de muchas aguas”?
¡¡¡Un caos!!! El guyanés no es el cubano, no domina el español; muchos de los que vienen no hablan inglés menos como se habla aquí. Su infraestructura no está acorde con lo que necesita el que viene de Cuba, no saben buscar soluciones, ni están al tanto de lo que se solicita en la Embajada; la comida es extremadamente condimentada no aceptada por nuestro paladar.
La mayoría de nosotros somos guías, traductores, revisamos los documentos a presentar, los llevamos al chequeo médico, los recibimos y despedimos en el aeropuerto, los conducimos el día de la cita.
Lisván Robaina fue el que nos recibió a mi nieto, a mi hijo y a mí. Lisván es otro hostelero cubano de 32 años, informático, que vino a probar fortuna, le fue denegada la visa y decidió no regresar a casa.
Hace tres años que creé este hostal conocido como Casa Lisván; lucho a la par de mi amigo Juan Armando León, que llegó en el 2019 y hace de cocinero, carpintero, electricista… ¡en fin! Juntos echamos para adelante el negocio que tiene como primicia satisfacer a los clientes, diezmados en estos tiempos de pandemia. No sabes lo que he visto en estos 36 meses: alegría, tristeza, desesperación, incertidumbre, unión o desunión.
¿Cuál es tu meta? ¿Vivir en Guyana, consolidar una familia?
Mi meta es cumplir mi sueño americano. Ahorrar dinero, convertirme en empresario y lograr mi visa. A la par, ayudar a mi familia en Cuba y poder visitarla algún día. Sí te puedo asegurar algo: a vivir allí, no; para atrás no regreso, ni para coger impulso.
Mientras tanto, León mira de cerca la escena y le pregunto: ¿cuáles son tus intenciones?
Te soy sincero, yo soy de los que negaron en la Embajada y dije que para atrás no regresaba, pero extraño mucho. En Cuba tengo a mis tres hijos y dos nietos y de veras que es duro. Estoy en el noveno inning, con bases llenas, 2 outs y en 3 y 2. Saca tus conclusiones. A mí, como a tanta gente en el mundo, me ha frenado el coronavirus.
Lisván y yo hubiésemos podido ampliar el negocio, ser solventes para emprender mayores objetivos y, al limitarse al mínimo los vuelos por esta terrible pandemia y ser de los hostales menos conocidos, imagínate. Yo quería establecer un negocio independiente de cocina cubana pero ahora… hay que esperar, sin perder la esperanza y mucho menos la fe.
En Guyana están reconocidos entre 10 y 12 hostales para cubanos, aunque hay otros que también funcionan no oficialmente. Alrededor de 200 compatriotas se dedican a este tipo de negocio: cocineros, choferes, personal de seguridad, traductores y dueños.
Mi hostal se llama Leoguyana, nos dice Leonardo Domínguez, y fue inaugurado simultáneamente a que la Embajada de Estados Unidos en Guyana abriera el proceso para trámites migratorios de los cubanos hace tres años.
Yo recibía más de mil personas al año antes de la COVID-19; ahora no llegan a 100, cifra que ha decrecido aún más con la efímera llegada de vuelos. Hoy mismo me acaba de anular el contrato una familia que me había confirmado el mes de enero con la cita hecha. Resulta que su vuelo fue cancelado como el de otras decenas de cubanos. Me he visto precisado a cerrar varios apartamentos y casas.
Uno de los cubanos que venía junto a mi nieto y yo en el avión de Copa era el doctor Brandy Oliva, quien a sus 26 años cursa el tercer año de una difícil especialidad: Cirugía estética, reconstructiva y caumatología.
Con solo mirarlo se advertía su nerviosismo. Dios quiso que compartiéramos el mismo hostal ¿cómo pudiste salir?
Para nosotros los médicos todo es muy difícil. Con el éxodo de galenos, las autoridades sanitarias cubanas adoptaron medidas para evitar un colapso en ese sentido. Yo hasta el último minuto estuve de lleno en la batalla de la pandemia.
Ellos te dicen que no te pueden liberar hasta que transcurran cinco años que es el tiempo que lleva sustituir a un especialista como yo. Mi esposa Lesly lleva ese tiempo esperándome en Miami y fue ahora, en mi segundo intento, que logré la autorización para salir del país de “vacaciones a México” pero mi objetivo era Guyana, donde tenía la cita por la reunificación familiar.
¿Qué pasó por tu cabeza cuando llegaste al aeropuerto José Martí?
Incertidumbre, desazón, miedo. Primero, por la disminución drástica de vuelos por Panamá amén de que el Habana-Guyana fue eliminado. Yo había perdido mi cita del 8 de febrero por ese motivo. Sabía de las masivas cancelaciones de vuelos.
Cuando llegué al Aeropuerto en La Habana me temblaban las piernas, palpé de muy cerca la excitación de las personas que hacían fila. Al darme el boleto ya me sabía en el vuelo, pero… ¿y la aduana, podría montar? Cuando subí al avión sentí tal alivio que no sabía si reír o llorar, gritar o permanecer callado, que fue lo hice, claro.
Una vez la aeronave estuvo en el aire le agradecí a Dios porque ya estaba más cerca de mi esposa. En Miami no será fácil. Tengo que continuar mis estudios, superar la barrera del inglés en algo tan delicado como la Medicina, presentarme a los “boards” que son exámenes que te permiten ir avanzando hasta lograr tu título de médico (yo lo soy en Cuba, en Estados Unidos no) y según la puntuación, alcanzar la especialidad que quiero. Es muy difícil pero no imposible.
Ismel Charón, natural de Guantánamo, 31 años, impermeabilizador de techos, también buscó reunificarse con su esposa Anieyis.
Yo sufrí en el aeropuerto lo que en mi vida había sufrido. Veía las personas que, tras hacer la cola, eran rechazadas porque desconocían que su vuelo había sido cancelado y no se podían ir, con todo pagado en Guyana, con la cita en la Embajada.
Cuando me vi en Georgetown me puse a llorar. Por suerte, mis anfitriones han sido maravillosos; desde que te reciben en el aeropuerto hasta el día tras día que son muchos para mi gusto, te tratan como a familia.
Para nosotros son al menos tres semanas las que hay que permanecer en tierra guyanesa porque tienes que presentar el chequeo médico que te hacen allí y los resultados demoran entre seis y siete días; además, después de la cita, si te dan la visa, es otra semana más para recoger el pasaporte. Oye… ¡una tortura!
Muy feliz estaban Marais Iglesias (pinareña, 39 años, Licenciada en Estudios Socioculturales y Lenguas), y sus dos hijos de diez y nueve años, Rihanna y Ryan. Sus vidas harán un giro de 180 grados pues ya recibieron sus pasaportes visados con destino a Estados Unidos, donde se reunirán con su esposo y padre, respectivamente.
Permanecí en Guyana 13 días, soy de las afortunadas no solo por el poco tiempo de estancia sino porque vinimos en uno de los vuelos no cancelados. Claro, eso no lo sabías a ciencia cierta hasta que hacías la fila, llegabas al mostrador y te daban los billetes de abordar. Pero, en nuestro caso, todo bien. Ahora, una nueva vida nos aguarda.
Estuvimos viviendo en uno de los apartamentos que pertenecen al hostal de Maruja Reyes que reunió las condiciones necesarias para vivir en la ciudad caribeña.
Caminas por Georgetown y no son pocos los cubanos que te encuentras incorporados a disímiles trabajos: barberos, dependientas de comercios, constructores, médicos, fisioterapeutas, estomatólogos y entrenadores deportivos… Muchos ya han anclado raíces aquí, otros siguen soñando.
Guyana se ha convertido en un anhelado punto de mira, en una quimera, en un imprescindible paso para soñar en grande, para iniciar un cambio radical de vida. Guyana es el trampolín que los conduce a reunirse con sus familiares y que les proporciona cumplir sus objetivos.
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