A mi abuelo Dagoberto, Pedro Omar, Tony y Chuchi
Soy Plan Jaba en la cola del yanquismo. Contraje muy temprano el virus (¿5, 6, 7 años?) cuando mi abuelo Dago me contaba las hazañas de los Mulos de Manhattan mientras veíamos la Serie Nacional en un televisor en blanco y negro. Corrían tiempos donde admirar las Grandes Ligas era prácticamente considerado una traición. Le llamaban -¡qué horror!- diversionismo ideológico.
Así, enfermo de sanidad, crecí. Llegué a la adolescencia entre masturbaciones y pitenes callejeros, cinecitos de barrio y posturas de macho latino. Adoraba a Marquetti y a Medina, pero dentro de mí siempre dejé lugar para aquellos señores (Ruth, Gehrig, DiMaggio...) que el padre de mi padre me había presentado en una especie de Campo de Sueños en San Antonio de los Baños.
Hoy, con la barba entrecana, todavía me afecta el cabrón diversionismo. Lo he gozado de un modo brutal, siempre con la bandera de mis héroes del Bronx en el palo mayor del bergantín. Puedo aportar un par de pruebas: me sé de memoria las dos horas de The Pride of the Yankees, y debuté como hipertenso la noche que Aaron Boone le pegó un garrotazo a la aburrida ‘mariposa’ de Tim Wakefield.
A estas alturas ya no puedo renunciar a mi destino: soy yanquista. No uno de esos yanquistas diletantes que solo respaldan al equipo cuando gana, sino de los que lloran lágrimas de rabia y le imploran un jonrón oportuno al Buen Señor. El mismo que los creó al octavo día.
Por no caer en el lugar común, omitiré afirmar que ser yanquista es un modo de vida (aunque lo es): en su lugar, diré que se trata de una cuestión más espiritual que deportiva donde ganar no es el fin último. El yanquista de raza quiere anillos de Serie Mundial, por supuesto, pero antes le importa preservar una mística añejada en los barriles de victorias gloriosas y fracasos resonantes.
Gústele a quien le pese, estoy hablando del equipo cumbre del deporte. O sea, hablo de papá: en sus rayas caben la poesía del Barça, el golpe de revés de Federer, la caminata aérea de MJ, los desplantes de Fischer y Alí, cada yarda vencida por Tom Brady y hasta la remontada épica de Boston en el octubre doloroso del año 2004. Uno escribe RESPECT, y de alguna manera está escribiendo YANKEES.
¿Qué es ser fan de los Yankees? Un sentimiento que no saben definir los diccionarios. Una secuencia que aglutina la gloria de este mundo: Derek Jeter poniéndole out a toda la afición de los Atléticos, el Bambino anunciando un jonrón en Wrigley Field, Don Larsen alardeando de perfecto, Reggie Jackson en plan Mr. October, Joe DiMaggio asombrando en 56 juegos seguidos, Aaron Judge arribando y el Caballo de Hierro despidiéndose... Es la vida, es la carne de gallina, un puñetazo en la pared, unas rayas que ni las de los tigres y este sueño que solo los yanquistas –lo siento por el resto- podemos disfrutar como es debido.
Vea muy pronto mi ranking de los 10 mejores jugadores históricos de los Mulos de Manhattan.
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