Carlos Alberto Montaner: Si Cuba implosionara, Estados Unidos no se involucraría

No creo que en Cuba se produzca una implosión. La contrainteligencia es lo único que funciona en ese pobre país.

Carlos Alberto Montaner Suris, intelectual y político cubano © Facebook/ Carlos Alberto Montaner Suris
Carlos Alberto Montaner Suris, intelectual y político cubano Foto © Facebook/ Carlos Alberto Montaner Suris

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Este artículo es de hace 4 años

Carlos Alberto Montaner Suris (La Habana, 1943) fue el coco de Fidel Castro Ruz, durante muchos años, especialmente durante el derrumbe de la URSS, circunstancia que provocó guiños geopolíticos en búsqueda de una solución negociada para Cuba, a las que el Comandante en Jefe respondió con sucesivos portazos, como el propinado a Felipe González Márquez, entonces presidente del Gobierno de España, donde el entrevistado vivió, trabajó, crió a sus hijos y creó Playor.

Hijo de maestra y periodista, primo de la irrepetible Rita Montaner Facenda, Carlos Alberto tiene una geografía vital precoz y recurrente entre su infancia y adolescencia habaneras; Miami del primer exilio, previo paso por Honduras; Puerto Rico, donde fue profesor universitario; Madrid, donde fue editor y crió a sus hijos y otra vez Miami, donde los cubanos de las primera oleadas migratorias aseguran que el cielo es más bajito que el de La Habana.


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De sus recuerdos, que diría la inmensa Elena Burque, atesora una suerte de felicidad cívica a la que solo volvió a asomarse un par de veces: Cuando comenzó la transición hacia la democracia en España, tras la muerte de Franco y, en noviembre de 1989, cuando los alemanes orientales derribaron el Muro de Berlín y comenzó oficialmente el desguace del comunismo europeo.

Quizá sueña con que a la cuarta va la vencida y otea una Cuba democrática con la que no ha dejado de convivir desde que salió de la isla a los 17 años, tras una cinematográfica fuga de la cárcel y refugio en la Embajada de Honduras en La Habana, donde años antes se casó con Linda, a la que conoció tras el estallido de una bomba revolucionaria que provocó lágrimas desconsoladas en aquella rubia menuda con ojos de mar, de la que se enamoró para siempre.

A sus 77 años, conserva el dictum que encandila semanalmente a seis millones de lectores porque no ha consentido que tanto dolor sufrido por muchos cubanos, a manos de unos pocos, contamine su periodismo y literatura, que inauguró con Perro Mundo y va ya por 27 libros, escritos sin afeites como corresponde a un transterrado y Sin ir más lejos, donde hace las maletas; avisa.

CiberCuba quiso entrevistarlo en medio del fuego desatado en contra suya por trumpistas exaltados, pero Montaner, que se sabe guardabosque antes que intelectual y político, comprende que la mayoría de los cubanos vive en la desmesura colorida y coloreada que, como las frutas del Caribe, aflora llena de luz cegadora, pero enseguida madura y hasta se pudre y -cuando amainó el vendaval sin rumbo- accedió a la cháchara, pidiendo disculpas por el retraso...

En algunos círculos se empieza a hablar de una posible implosión en Cuba. ¿Compartes esa visión; cómo reaccionaría el establishment norteamericano?

No creo que en Cuba se produzca una implosión. La contrainteligencia es lo único que funciona en ese pobre país. Si se produjera, el establishment de USA vería los toros desde la barrera. Han decidido no involucrarse.

Mientras tú y yo conversamos, Miguel Álvarez, exasesor de Alarcón y condenado a 30 años de cárcel en Cuba por espionaje, está muriéndose a causa de un cáncer. ¿Conociste a Álvarez; qué recuerdos tienes de tus conversaciones con Ricardo, entonces en el cenit de la diplomacia castrista?

Miguel Álvarez era un competente diplomático. Demasiado informado para ser comunista. Lo mismo le ocurría a Alarcón. Pensaba que la Asamblea Nacional del Poder Popular era el sitio en el que se produciría el cambio de régimen y de sistema y que él sería la persona clave. Dentro de la estructura de poder fue una persona a la que se le atribuía la inteligencia y la habilidad para transformar al régimen. Casi todos los mandos medios y algunos altos lo creían. Fidel y Raúl descubrieron esto y lo liquidaron.

Ricardo Alarcón / Cubadebate (Archivo)

Quizá las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos cierren o prolonguen la campaña más polarizada y larga en décadas, incluso tú has sido atacado. ¿A qué crees que se deba esta agudización de la puja política en la democracia más antigua de la región?

Donald Trump es una figura polarizante. Es un populista de derecha.

Volvamos a Cuba. ¿Cómo siendo tan joven te asilas en la embajada de Honduras en La Habana, tras escapar de la cárcel? ¿Que viste en la revolución, cuando la inmensa mayoría de los cubanos la apoyaba con delirio?

En ese momento, años 60 y 61, no creo que la ciudadanía estuviera con los comunistas. Yo estudiaba de noche en el Instituto del Vedado y trabajaba de día como viajante de farmacia. En esos dos sitios mi impresión era que el conjunto de la sociedad no quería el comunismo. El fracaso de Playa Girón y el desenlace de la Crisis de los Misiles hizo que los cubanos se volcaran tras Fidel. Fue una entrega, no una convicción arraigada.

Algunos democristianos cubanos cuentan que, en los años 90 del siglo pasado, Gabriel García Márquez exploró con ellos un posible diálogo y que Gabo habría preguntado a Fidel si te tanteaba y Castro habría respondido: ¡Con Montaner, no! ¿Supiste de ese detalle, a qué atribuyes esa manía casi personal?

Fidel me tenía una inquina personal. Gabo le llevó un mensaje mío y el tipo montó en cólera. Lo mismo le sucedió a Adolfo Suárez. Algo debo haber escrito que le irritó de sobremanera. Nunca supe por qué me odiaba, pero así era.

Carlos, tú fuiste de los primeros que entendió que el exilio cubano tendría escaso eco en los centros de poder, si no asumía una clara posición ideológica, que se identificase con las organizaciones internacionales políticas al uso, ¿cómo llegaste a esa clave y como concebiste y alumbraste la Unión Liberal Cubana?

Quizás porque me di cuenta de que el mundo había cambiado. Para mí significó mucho vivir la transición española y conocer el pensamiento liberal. En 1990, tras el colapso del comunismo europeo, creí que había llegado el momento para transformar a Cuba, pero me equivoqué. A Fidel no le importaba que los cubanos murieran de hambre. Solo le importaba hacer su voluntad.

En tu trayectoria política conociste a políticos de todo el mundo y de diferentes tendencias, ¿quiénes te impresionaron más; algún mal recuerdo?

Me impresionó mucho Václav Havel. Su seriedad y su compromiso con la libertad fueron muy notorios e inspiradores. Aunque la entrevista política más importante fue con un ruso, con Alexander Yakovlev, un dirigente comunista que convenció a Gorbachov de las virtudes de la perestroika y del glásnost, de la reforma y de la transparencia. Sobre todo del glásnost.

Gorbachov (izda) y Yakovlev

Según Yakovlev la clave del desarrollo estaba en poder criticar sin temor a represalias. Se equivocaba. El comunismo es un disparate teórico que sólo se puede defender a palo y tentetieso. Al final de la conversación admitió que el marxismo-leninismo no tenía salvación porque se alejaba de la naturaleza humana.

El peor recuerdo que conservo es el de un canciller latinoamericano que me pidió cien millones de dólares por votar a favor de unos disidentes cubanos al que los Castro habían maltratado tanto que provocaron una protesta en Naciones Unidas. Ese deshonesto idiota creía que yo tenia cien millones de dólares.

Lectores de CiberCuba, menores de 40 años, no saben qué fue Playor, la primera editorial cubana que se fundó en España, cuéntaselo y detente en aquella colección de ensayos "Nova Scholar" y cómo muchos niños iberoamericanos aprendieron con los libros de texto de la sección de Lengua española.

Comencé sin un centavo. Primero alquilé un apartado postal. Luego me procuré un despacho. Años más tarde, pude adquirir locales comerciales. Traté de que Playor fuera, en primer lugar, un sitio para publicar novelas. Pero no tardé en descubrir que no tenia ni dinero ni arraigo en el país para conseguirlo. El mercado, el ensayo y error, me llevaron a las publicaciones pedagógicas sobre lengua. Ahí encontré un nicho.

En tus artículos y novelas se aprecia un cuidadoso uso del lenguaje. ¿A qué crees que se debe la persistente manía decadente de nombrar mal las cosas, incluso en medios de comunicación y discursos políticos?

Tal vez estar tantos años exiliado me han obligado a sostener un lenguaje literario sin afeites. No lo sé, pero hay algo de eso...

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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