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Es imposible que España se convierta en la Venezuela de Chávez. Esto lo decían muchos socialistas y gente de izquierda cuando irrumpió Podemos en el panorama político español en 2014. Y tenían razón. Algo muy gordo tendría que pasar para que España se autodestruyera como lo ha hecho Venezuela con su revolución bolivariana.
Una golondrina no hace primavera, pero un golondrino le sale a cualquiera. Y para ejemplificar esta paremia, España tiene un pueblo que se llama Marinaleda, cuyas autoridades han imitado una revolución al estilo de la cubana, la bolivariana, o cualquier otra que haya sido en nombre "de los humildes, por los humildes y para los humildes".
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Asaltos al cielo que, como se sabe, terminan en estercolero, cuando no peor. Porque las dictaduras del proletariado, a la que te descuidas, acaban deportando medio proletariado a cualquier Siberia y la otra mitad acojonada, reafirmando su voluntad de resistir, de rechazar al enemigo, de continuar la lucha de clases y de respaldar a su dirigencia en pos de un futuro mejor.
Pues en Marinaleda, a 108 kilómetros de Sevilla, revolotea desde 1979 una golondrina revolucionaria en forma de alcalde que trae la bienaventuranza comunista a sus 2.626 habitantes. De uniforme lleva una larga barba y kufiyya sobre los hombros, como Tirofijo llevaba su toalla para enjugar el sudor y la sangre de su ardor guerrillero.
Desde las primeras elecciones municipales democráticas en 1979, Marinaleda elige a Juan Manuel Sánchez Gordillo como alcalde. No pasa nada, los hay tan longevos como él en las filas de otros partidos. Él es de Izquierda Unida y se define como un comunista, mezcla de Cristo, Gandhi, Marx, Lenin y el Che. ¡Menuda quimera! Le sobraron dos y le faltó Tirano Banderas.
No, Sánchez Gordillo no hace primavera con su feudo proletario. Resulta llamativo cómo su experimento político, que ha traído una “felicidad” de nuevo tipo a los vecinos de Marinaleda, no ha sido replicado a toda velocidad por el resto de Andalucía o España. Quizás porque, fuera de Marinaleda, la clase obrera sigue sometida al hechizo capitalista.
El caso es que en Marinaleda ha surgido un grupúsculo de contrarrevolucionarios, de gusanos que no han entendido el proceso asambleario, plural, abierto y democrático por el cual se gestionan los intereses del pueblo por la misma corporación que gobierna desde hace 40 años. Un grupo subversivo, que pretende dinamitar la paz social, que se da la lengua con los medios de comunicación vendidos a los poderes fácticos del capitalismo hispano.
Ese puñado de traidores lo conforman seis empleadas públicas del servicio de ayuda a domicilio que iniciaron una huelga para exigir unas condiciones laborales dignas. Algunas de ellas llevan 20 años trabajando sin que se les reconozca, porque los contratos se firman anualmente.
Ahora empieza a cambiar, pero hace unos años en Marinaleda nadie levantaba la voz. Las represalias caían una detrás de otra contra los díscolos, según recoge la prensa española. Resulta difícil creer que en una democracia como la de España sucediera algo así, pero ahí están esas seis trabajadoras municipales en huelga luchando por sus derechos y denunciando ante la opinión pública lo que sucede en su pueblo.
Por atreverse a reclamar sus derechos, estas seis mujeres han sido insultadas y acosadas en el pueblo por aquellos incondicionales y beneficiarios de la política del alcalde. Las prácticas castristas de actos de repudio, acoso a los “enemigos del régimen”, gritos de “fascistas” y represalias laborales están instituidas desde que Sánchez Gordillo gobierna el ayuntamiento. Murales del Che y malas imitaciones de Rivera adornan las instalaciones municipales. De haber tenido una fortaleza como La Cabaña, la disidencia estaría calladita.
“En 2012 ya hicimos un intento de huelga y protestamos por nuestras condiciones laborales a Gordillo. Exigíamos lo mismo de ahora: derecho a vacaciones y conciliación familiar. Él pegó un golpe en la mesa y nos dijo que por sus cojones no pagaba vacaciones. Entonces agachamos la cabeza por miedo a perder el trabajo. Pero ya no podemos más, nos hemos hecho mayores, queremos un futuro digno y vemos las cosas de otra manera”, declara al El Confidencial Mari Cruz Sierra, una de las empleadas en huelga.
Las similitudes con el régimen cubano no terminan ahí. Marinaleda es uno de los municipios más endeudados de Andalucía, pero no se preocupa de pagarlas. El dinero público en Marinaleda se administra como le gusta a Gordillo decir: por sus cojones. Y quien se atreva a alzar la voz sabe que tendrá encima al instante a su “guardia pretoriana”.
¿Quiénes son? Un vecino del pueblo lo explica desde el anonimato. Son “los que mandan de verdad a pesar de que nadie los ha votado, los que manejan todo, los de las asociaciones oscuras, esas con las que llevan tanto tiempo sacando dinero sin que nadie sepa adónde va, ni lo que se hace con él. Los que quieren que todo siga igual, que no cambie nada, para poder mantener así los privilegios de los que disfrutan desde hace tanto”.
Después de 40 años, nadie recuerda la “vocación de servicio público” que lo llevó al poder. Sánchez Gordillo está en horas bajas porque medio pueblo ya no le cree ni cuando dice la hora. En las elecciones de 2019 casi le gana Avanza Marinaleda, un grupo en la oposición. Su líder, Cristina Martín dice que “el ayuntamiento está desatendido, que el alcalde no aparece durante meses y que el teniente de alcalde gobierna sin rendir cuentas a nadie”.
Este grupo de oposición tiene que soportar todo tipo de coacciones, desde intimidaciones anónimas hasta rayones en sus coches. “Desde luego no ha sido fácil para nosotros hacer política con normalidad. En los plenos, siempre hay un grupo que viene solo para insultarnos, pero intentamos llevarlo con normalidad, cada uno como puede, centrados en denunciar todas las irregularidades y defender los derechos de todos los vecinos”.
El último esperpento comunistoide de Marinaleda lo representó otro ilustre líder sindical de Andalucía: Diego Cañamero, amigo de Gordillo, -¿quién dice amigo? ¡Hermano!-, exdiputado de Podemos y camarada de Pablo Iglesias.
Viendo la terrible sedición contra el orden establecido en Marinaleda por el grupo de seis empleadas municipales, y la traición que ello representaba para su hermano de lucha Gordillo, con el que ha “compartido tantos panes duros”, decidió ir al frente de batalla y pararse en el ágora con un altavoz para arengar a las masas, para alertarles de las maniobras del enemigo.
Su discurso parece escrito por el Departamento de Orientación Revolucionaria: “¡Esa gente no ha aprendido nada… 40 años sin aprender nada de lo que ha pasado en este sencillo y humilde pueblo!”. Agita brazos, entona, salmodia, se enardece contra seis mujeres que reclaman derechos laborales. “¡No han entendido que los proyectos individuales no caben en los proyectos colectivos!”, berrea estentóreo.
“¡El que intente doblarle el espinazo a Marinaleda se lo está doblando a sí mismo! ¡Los problemas hay que resolverlos internamente, como siempre se ha hecho aquí!”. “¿Sabéis lo que representa este humilde pueblo?... ¿Sabéis lo que esto representa para la izquierda?... ¿Sabéis lo que representa este pequeño municipio de 2.700 habitantes en Andalucía, en el Estado español y en Europa?... ¿Sabéis lo que representa?... ¡Esto es nuestra Cuba!”
No le falta razón a Cañamero: Marinaleda es como una pequeña Cuba. Pero en el pequeño pueblo andaluz las cosas están cambiando; la gente empieza a perder el miedo a la mafia que les ha gobernado paternalista y violentamente. El régimen de Gordillo y Cañamero empieza a resquebrajarse ante la demanda de derechos de los vecinos. Nada es eterno, las dictaduras caen, también las del proletariado.
La Cuba que admiran e imitan Gordillo y Cañamero, tarde o temprano, también caerá como su feudo.
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