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Rafael Elías Rojas Gutiérrez (Santa Clara, 1965). Uno de los pensadores americanos más lúcidos del siglo XXI por su capacidad para alejarse del desgarro y la bulla emocional que genera todo exilio y dotar a su voz del sosiego reflexivo que Cuba demanda a gritos.
Su mirada, enriquecida por casi treinta años en México, avisa que el coronavirus refuerza el despotismo de Estado, critica las políticas de contención del gasto público frente a la pandemia y, desde su magisterio en El Colegio de México, defiende una cátedra de libertad y se duele que la nueva Constitución de Cuba no dedique ni un solo artículo a la numerosa e influyente emigración cubana.
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CiberCuba pidió entrevistarlo en medio del cierre y evaluaciones de un atípico curso educativo, pero encontró espacio y tiempo para reiterar su apuesta por una Cuba que derrote el fanatismo, apuntado por Jorge Mañach en medio del entusiasmo colectivo de 1959, con una fórmula sencilla y demoledora: Conversando, mientras esperamos...
Treinta años después de tu Arte de la espera Cuba sigue aguardando. ¿Cuál es tu lectura de la nación desde la crisis económica que arrancó en los años 90, el paréntesis chavista y la coyuntura actual?
Ese libro lo publicó Víctor Batista en la editorial Colibrí en 1998, pero algunos de sus ensayos fueron escritos a principios de los 90, por lo que, en efecto, han pasado ya casi 30 años. Lamentablemente, creo que suscribiría hoy la mayor parte de aquellas ideas.
La mejor suerte de un libro de ensayos políticos es ser rebasado por la historia. Pero me temo que muchas críticas que hice en El arte de la espera siguen vigentes: En Cuba no hay democracia, las relaciones con Estados Unidos no se han normalizado, el pasado republicano no se revalora plenamente, la gran obra cultural de la diáspora es desconocida, el multiculturalismo y la diversidad son aplastados por el discurso de la identidad nacional, la disidencia y la oposición están penalizadas. Seguimos esperando.
Algunos intelectuales europeos y norteamericanos, fieles a tradiciones socialdemócratas y liberales, insisten en leer a Cuba como la gesta pendiente. ¿Cuál es tu valoración de esas lecturas?
Creo que la democratización está pendiente, pero ya no puede ser pensada en los mismos términos que imaginábamos las transiciones democráticas en los años 90 y 2000. El momento de la transición pasó. Hoy no tiene sentido apostar a un cambio dentro de la Isla a partir de un pacto inverosímil entre Gobierno y oposición o de la persuasión y presión internacionales.
El nuevo contexto global, con líderes como Putin, Trump, Xi o AMLO, con Brexit y multipolaridad caótica, favorece más claramente al autoritarismo que a la democracia.
La crisis de los 90 generó lo que llamas el exilio heterodoxo, golpeado por las modificaciones migratorias norteamericanas al calor del embullo Obama; y el castrismo despenalizó y despolitizó emigrar. ¿Has podido valorar el daño que implica el goteo constante de capital humano huyendo de Cuba?
Tengo la certeza, que creo ver confirmada en buena parte de los estudios académicos sobre aquella experiencia, de que la diáspora de los 90 produjo una subjetividad política distinta a la del exilio anticomunista y anticastrista de la Guerra Fría. Sin embargo, los poderes de ambos lados han hecho lo imposible por evitar que esa subjetividad se articule públicamente.
Recordarás que en cuanto apareció la revista Encuentro en Madrid, a mediados de los 90, los ataques de La Habana buscaban asimilarnos a los líderes cubanoamericanos y al exilio tradicional. Tampoco faltaron en Miami voces que nos acusaban de agentes cubanos, cuya misión era desvirtuar la “causa de la libertad de Cuba”.
En cuanto a la política del presidente Barack Obama, sigo pensando que fue la correcta. La reforma migratoria cubana también produjo alguna flexibilización. Sin embargo, lo que hemos visto en los últimos cuatro años es un retroceso costosísimo, lo mismo en Washington, La Habana o Miami.
Trump, que no tiene problemas en llevarse bien con Putin, Kim, Duterte o AMLO, ha vuelto a la confrontación con Cuba con fines electorales. Y en la Isla, la nueva Constitución de 2019 sigue criminalizando los derechos de asociación y expresión y ni siquiera dedica un artículo a la numerosa e influyente emigración cubana.
Dentro de esa emigración heterodoxa, la UNEAC devino en turoperador de creadores. ¿Crees que esa fórmula de alivio dañó o benefició a la cultura cubana?
Todo proceso migratorio es favorable a las culturas de origen y destino porque las vuelve más heterogéneas y transnacionales.
La emigración cubana reciente, desde los balseros hasta las últimas generaciones favorecidas con la Ley de Ajuste, diversifica a la comunidad en el exterior y, eventualmente, puede tener un efecto favorable sobre la cultura de la Isla.
Lo puedes comprobar, por ejemplo, en algunas de las mejores publicaciones electrónicas de la diáspora (Hypermedia, El Estornudo, Rialta), que han sido emprendidas por jóvenes cubanos de la última diáspora.
Las mayores trabas para la difusión de esas plataformas dentro de la Isla provienen de la burocracia cultural y la policía política.
En Tumbas sin sosiego, aunque quizá no haya sido tu intención principal, dibujas la revolución cubana como un parteaguas que demuele la República y sus códigos. ¿A qué atribuyes la tragedia cubana y cómo fue posible que un pueblo que alumbró la Constitución de 1940 e instruido apoyara fusilamientos de adversarios, reconcentraciones forzosas de campesinos del Escambray y lapidación de quienes huyeron por Mariel, hace ahora 40 años?
Esa es la pregunta central de la historia de todas las revoluciones. También en México, en 1910, hubo multitudes vitoreando a Porfirio Díaz cuando las fiestas del centenario. Unos meses después, ese mismo pueblo estaba recibiendo a Francisco I. Madero como un héroe.
Tal vez lo que falle en el análisis es esa categoría de “pueblo”. Hay que recordar que una parte de la ciudadanía cubana, que se identificó con la Constitución de 1940, respaldó la Revolución porque rechazaba la dictadura de Batista y creía que Fidel Castro cumpliría su promesa de restaurar la Carta Magna.
Pero es cierto también que gran parte de la población fue sometida a una maquinaria propagandística, en ausencia de libertad de expresión y asociación, que alentó el fanatismo político.
Ese fue el término, “fanatismo”, que utilizó Jorge Mañach cuando vio los juicios populares y los fusilamientos del 59. Eso fue lo mismo que vio nuestra generación cuando el Mariel, los actos de repudio, las “marchas del pueblo combatiente” o la más reciente “Batalla de Ideas”.
La pandemia de coronavirus dicen que redibujará ;el mundo, ¿cómo crees que afectará al pensamiento contemporáneo y qué impacto tendrá en América Latina y Estados Unidos?
Ha habido un gran debate filosófico sobre la pandemia, en el que han intervenido pensadores como Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Byung-Chul Han y Judith Butler, entre otros.
Me parece que, al final, el debate lo han ganado los pesimistas, es decir, aquellos que observan que con la pandemia se refuerzan los elementos más despóticos del Estado (vigilancia, limitación de derechos, poderes emergentes, dataísmo…), sin que haya una transferencia de beneficios sociales desde los gobiernos, como correspondería en una crisis como esta.
A diferencia de Europa, en Estados Unidos y América Latina se ha optado por mantener la contracción del gasto social del Estado. En esa línea ortodoxa han convergido gobiernos de izquierda y derecha como los de López Obrador y Trump.
México es ya tu casa, pero tu excelencia reflexiva ha sido reconocida incluso en Estados Unidos, donde se ha publicado parte de tu obra. ¿Vivir al otro lado del muro te ha beneficiado, te condiciona en algo?
Pronto harán treinta años de mi llegada a México. He vivido aquí más tiempo que en Cuba. Soy mexicano por naturalización y me alegro de haber tomado la decisión de naturalizarme, entre otras cosas, porque ni siquiera tengo derecho a viajar, en visita familiar, a mi país.
Hoy por hoy dedico más tiempo de mi trabajo como profesor e investigador, en El Colegio de México, a la historia de México y América Latina, que a la de Cuba específicamente.
Todo lo relacionado con mi vida y mi carrera en este México tan diverso y complejo ha sido ganancia.
Leyéndote, el lector tiene claro que apuestas por la reconciliación nacional en una Cuba plural. ¿Cómo concibes a nuestro país pasado mañana y cómo crees que debe contribuir la dispersa ciudad letrada cubana a ese empeño?
Lamentablemente, veo el inmovilismo más afianzado que el cambio en la Cuba actual.
No en la producción intelectual, que sigue siendo muy rica y plural dentro y fuera de Cuba, sino en los controles políticos sobre esa producción que siguen siendo tan rígidos como siempre.
La élite del poder cubano y la franja de la misma que se encarga de la cultura se renueva generacionalmente, pero no abandona una de sus prioridades de siempre que es evitar que el campo intelectual de Cuba y la diáspora se comuniquen libremente y trabajen, en diálogo, por el bien de Cuba.
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