"Joker", el ruido de alarmas que nadie quiere escuchar

A mí me importa un bledo si "Joker" es grandiosa o mediocre. A mí me quita el sueño el ejército de Arthur Fleck que hay ahora mismo allá afuera. ¡Eso sí me importa! Quizás porque vivo en el país recordista mundial absoluto en masacres. Quizás porque además de eso, tengo un niño que va la escuela.

Joaquin Phoenix, en "Joker" (2019) © IMDB.com
Joaquin Phoenix, en "Joker" (2019) Foto © IMDB.com

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Este artículo es de hace 5 años

Vamos tan justitos, tan limitados en las miras, que no entendemos de qué va el asunto. Nos cenamos el millo, y hasta brindamos. Así como ayer nos enfocamos en matar o morir por Greta Thunberg, como si Greta Thunberg en verdad importara, y no por su mensaje (la protección del planeta, esa nimiedad) ahora le ha llegado el turno al “Joker” para exhibir nuestra obstinada estupidez. Nuestra obsesión por lo que casi siempre es lo de menos.

Básicamente, que si es muy buena o muy mala. Por ahí va la cosa con esta película. De Venecia la peli se llevó un León en el festival de cine más antiguo del mundo. Le han colgado pegatinas de obra maestra. Y de farsa, también.


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Y a mí debatir sobre si “Joker” es una pieza de arte o un subproducto comercial más me la suda, honestamente. A mí me pareció extraordinaria, y me alcanza. Y Joaquin Phoenix me parece soberbio aquí, y me alcanza más aún. Nunca leí que para disfrutar un vino, una película o una mujer antes debiera convencer de mi elección o mi percepción al resto.

El problema es que nadie escucha el jodido mensaje del “Joker”, y esa es una metáfora grotesca del tiempo que vivimos. En el clásico del comic nadie escucha al pobre Arthur Fleck hasta que se vuelve el “Joker”. Ahí no pueden ignorarlo. Su bacanal de sangre nadie la puede ignorar, ¿cierto?

Pues lo mismo va pasando con la película.

A mí me quita el sueño el ejército de Arthur Fleck que hay ahora mismo allá afuera. ¡Eso sí me importa, de eso sí me interesa hablar! Quizás porque vivo en el país recordista mundial absoluto, campeón indiscutible de las masacres pesos pesados. Quizás porque tengo un hijo pequeño que entra cada día a su escuela, con una mochila de personajes infantiles a cuestas, y cuando lo dejo en la entrada, y lo beso, debo alejar de mi mente las imágenes dantescas que recuerdo de tanto tiroteo estudiantil que mi labor periodística me ha obligado a cubrir.

Los Arthur Fleck, queridos míos, los potenciales “Joker”, los lobos solitarios de los que nada conocemos hasta que un día ellos nos obligan a conocerlos para siempre. Los nombres de Stephen Paddock, Adam Lanza, Omar Mateen, Nikolas Cruz, Eric Harris y Dylan Klebold pertenecen tanto a la historia de esta sociedad americana como Michael Jordan, Marilyn Monroe o Mark Twain. Nos guste o no, nos asquee o no.

Una escena del “Joker” me erizó el espinazo. Aquel hombre enfermo mental, maltratado por la vida como tantos que conocemos a nuestro alrededor (los que aguantan los golpes de la ira de Dios, como dijera César Vallejo), cuyas angustias no solo a nadie importan, sino que nadie siquiera escucha; ese pobre diablo se esfuerza por contar sus problemas a una trabajadora social, por liberar tensiones y frustraciones, y no puede evitar un desahogo de dolor y decepción, le sale como un aviso premonitorio: “Tú ni siquiera me estás escuchando, ¿verdad?”, dice con su sonrisa de amargura coagulada.

Ahí, en ese preciso momento, recordé a Marilyn Manson cuando Michael Moore le preguntó (durante la entrevista para “Bowling for Columbine”) qué le habría dicho él a los jovencitos Eric Harris y Dylan Klebold antes de que masacraran a 13 de sus compañeros de escuela e hirieran a una veintena más en Columbine, 1999.

“No les habría dicho nada” - respondió el rockstar casi sin pensar – “Los habría escuchado. Ellos no necesitaban que les dijeran nada, necesitaban que alguien estuviera dispuesto a escucharlos”.

Escuchar las tristezas camuflajeadas, las frustraciones, las patologías mentales tan bien o mal maquilladas como la misma sonrisa que el “Joker” se dibuja en algún momento con sangre en su cara.

Según Craig Jackson, jefe de la cátedra de Psicología de la Universidad de Birmingham, Inglaterra, los autores de estas matanzas rara vez obran movidos por la codicia, o el poder, o por deseos sexuales. “No es el dinero, o la envidia, o el sexo, lo que los mueve a cometer estas atrocidades eligiendo víctimas tan aleatorias. Siempre es una especie de venganza por sentirse ignorados, por no sentir que ellos le importan a nadie en la sociedad. Cuando eso está presente en un individuo perturbado psicológicamente, es una bomba de tiempo hasta el día que dicen: “Ahora no me vas a ignorar”.

¿Cuántos hay ahora mismo así, en ese estado, allá afuera? Más aún: ¿cuántos de esos tenemos en casa, o en el puesto de trabajo frente a nosotros? ¿Cuántos “Joker” en potencia que con solo un abrazo, un diálogo edificante, una terapia conductual, con una mínima muestra de que alguien siente o padece por ellos, nunca dejarían de ser Arthur Fleck, individuos lastimados pero corrientes, sin necesidad de explotar todo un día de una puñetera vez?

Yo no maldigo el espíritu de Adam Lanza, por más que sea el masacrador de 20 angelitos de poco más de 5 años en Sandy Hook. Ese atormentado, que nunca debió nacer, desafortunadamente nació con una madre irresponsable al extremo de convertirlo en un asesino: un joven autista, altamente disfuncional, rodeado de rifles de asalto y proyectiles por toda su casa, al que su madre ni siquiera llevaba a la escuela en los últimos años y con el que aun dentro de la casa se comunicaba por mensajes de texto. Yo no maldigo a Adam Lanza, yo maldigo al espíritu de Nancy Lanza, la primera víctima de su propio hijo.

Y en Estados Unidos estamos rodeados de “Jokers”. Somos una fábrica de ellos. La sociedad del espectáculo puede ser tan entretenida como terrible. Por eso fabricamos más películas y parques de diversiones que nadie, y por eso tenemos también más asesinos seriales que nadie.

El día que se acabe el estúpido dilema de si las armas de fuego matan o si matan los subnormales que tienen demasiado acceso a las armas de fuego; y el día que dejemos de concentrarnos en si Joaquin Phoenix merece el Oscar o no, y si Todd Philips filmó algo grandioso o una artesanía bien maquillada, quizás comencemos a ver en las estaciones del metro, en las habitaciones a oscuras, en los sótanos, cuántos seres atormentados ignoramos o humillamos hasta que ellos mismos deciden no ignorarnos a nosotros más.

Por la fuerza. A las malas. Arrancándonos las piernas con una olla de presión llena de clavos o arrancándonos la vida de nuestros hijos con un proyectil de alta velocidad.

Ahora regresa a enumerar las valías estéticas o las aburridas imitaciones que viste en la película. Como el enemigo de Batman, o como Omar Mateen, tendrás tus 15 minutos fama y aplauso. Regresa a contar cómo el día que fuiste a ver al “Joker” tu cine de siempre estaba más militarizado que de costumbre, cómo la presencia policial era un recordatorio de lo que podía pasar en ese mismo estreno. Y cuéntalo como si fuera un chiste, vamos, y olvídate del resto. Sería una lástima que se volviera uno de los sangrientos chistes del “Joker”, ¿verdad?

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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