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Lo último que trajo el barco

Cuando este sábado arribó a las costas cubanas el tanquero venezolano “Manuela Sáenz” con algunas toneladas de petróleo a cuestas, el país no estalló en un clamor. No hubo algarabía. Solo un suspiro que más que de alivio era de resignación.

Este sábado llegó a Cuba el tanquero "Manuela Sáenz" de Venezuela © Marine Traffic
Este sábado llegó a Cuba el tanquero "Manuela Sáenz" de Venezuela Foto © Marine Traffic

Este artículo es de hace 4 años

Un país tomado de las manos, al borde de sus costas, mirando al horizonte. Esperanzado. Implorante. Los que presumen de mejor vista escarbaban la línea distante y susurraban al de al lado, miope perdido: “Todavía nada”. Ni una vela. Ni un mástil. Nada. No existe angustia más histórica que la espera por un barco.

Cuba, con sus once millones de almas, es un náufrago que ha esperado durante muchos días el atraco del buque salvador. Fueron cuatro días desde que el poder optara por confesarse, por contar aquello de que solo el día 14 volvería a gotear algo de petróleo en los tanques anémicos del país. Pero se esperaba desde hacía mucho más. Solo que lo sabían unos pocos: justo los que no sufrirían las consecuencias de la espera.

Cuando este sábado arribó a las costas cubanas el tanquero venezolano “Manuela Sáenz” con algunas toneladas imprecisas de petróleo en la panza, el país que se había tomado de la mano como en súplica o ritual, no estalló en un clamor. No hubo algarabía. Solo un suspiro que más que de alivio era de resignación. "Por fin", murmuró alguien mientras daba la espalda al mar. La alegría era tan falsa que en las fotos la risa de la multitud pareció mueca. Solo se preguntaban si de las toneladas que llegaron, los mandamases podrían destinar un poquito para echarles ahí mismo a las guaguas, a ver si volvían a casa sin tanto contratiempo.

Solo los que dieron la noticia estaban en sus casas. Eran los que no se fueron a echarle plegarias al mar. Ellos no necesitaban del barco, así que no lo esperaban. “Por las medidas que adoptamos no nos dimos ni cuenta, seguimos funcionando”, dijo el fantoche Miguel desde alguna parte de Matanzas, a saber qué cosa útil andaba haciendo allí.

Que no se enteraron, dice. Quizás hablaba de él y su chofer: como él solo se entera de las crisis cuando va “de casa a palacio”, según aquella gloriosa frase que dejara escapar por el cerco de los dientes, y como desde el miércoles tal vez hizo otro recorrido, por eso no se enteró. Ni él ni su chofer.

Los súbditos sí. Esos supieron. Por ahí andan las fotos de La Rampa este sábado en la tarde: solo faltaba la armónica de fondo y el soplido del viento, y un viejo bar con puertas dobles bajo el letrero de “Saloon”. La Habana era un viejo oeste abandonado al tiempo y el polvo de la soledad. Como no se trabajaba, las paradas de autobuses no parecían gulags por una vez. En el interior del país, los apagones fueron coyunturales y nadie tuvo ánimos para exaltarse. Estaban advertidos. Había coyuntura nacional.

Cuando el miércoles en su Mesa Redonda el fantoche Miguel presumió de secretismo –“No diremos de dónde viene el barco, no sea que nuestros enemigos lo intercepten”- algún oficial de inteligencia en Estados Unidos necesitó hospitalización de urgencia. “Fractura de tórax por risa incontinente”, fue el diagnóstico del doctor. Díaz-Canel fardaba de ocultar lo que VesselFinder.com exhibía a unos pocos clicks de cualquier internauta.

El problema es ahora que el “Manuela Sáenz” ha llegado con su balón de oxígeno para que el país pueda respirar por un puñado de días más. Su capacidad es de 47 mil toneladas de combustible. En caso de haber atracado con su capacidad a reventar, un barco de combustible es medio bocado de petróleo para las necesidades de todo un país. Y el elantoche Miguel ya ha salido a decir que la primera fase de la crisis coyuntural ya ha sido superada. Gastaron un poquito de petróleo lanzado fuegos artificiales para esas palabras, y todo.

Lo último que trajo el barco fue la certeza de que vivíamos de barco en barco. Lo sospechábamos, pero nadie se había atrevido a confirmarlo. La isla entera vive de sueldo en sueldo: contando los días para llegar a fin de mes. Y si dos o tres negociadores mediocres no logran firmar el acuerdo a tiempo, o si un temporal impide a los buques hacer la travesía normada, o si el capitán sufre un repentino acceso de diarreas que retrasan el itinerario en pocas horas, alguna facultad cubana deberá mandar a sus alumnos a casa mientras se arregla la coyuntura, alguna heladería en oriente necesitará medidas de emergencia local.

Cuba es un país náufrago que ahora sabemos mira al horizonte siempre a la espera de un barco. Suplicante. Como todos los náufragos.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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