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Los niños de Chernobil, víctimas de la catástrofe nuclear ocurrida en esa ciudad de Ucrania en 1986, siguen llegando a Cuba 23 años después del desastre para recibir atención médica en un paraíso de sol y playa al este de La Habana, por donde ya han pasado más de 24.000 afectados. En abril de 1986, el reactor IV de la central de Chernobil explotó generando un efecto devastador, 200 veces superior al producido por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, para convertirse en la que es considerada la mayor catástrofe en la historia del uso civil de la energía nuclear. Cuatro años después llegaron a Cuba los primeros 139 casos de niños afectados por el accidente y por iniciativa del entonces presidente, Fidel Castro, la isla impulsó un proyecto humanitario mediante el cual viajaron a La Habana miles de niños de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Rusia y Bielorrusia dejaron de enviarlos en 1992 por problemas de transporte, pero el Gobierno de Ucrania aún costea anualmente entre 700 y 800 pasajes para que los pacientes viajen a Cuba y permanezcan el tiempo que requiera cada tratamiento. En total, en este casi cuarto de siglo han pasado por Cuba 24.023 personas de los tres países, 20.350, de ellos, ucranianos, según fuentes del Programa Cubano Niños de Chernobil. Muchos niños viajan a la isla acompañados solo por un guía desde ciudades como Kiev, Luhansk o Irpen para someterse a un tratamiento gratuito que incluye exámenes, rehabilitación, cirugías y atención psicológica. Los niños de Chernobil viven en la antigua ciudad escolar de Tarará, a unos 20 kilómetros al este de La Habana, en una villa de 66 casas cercana a la playa, donde reciben atención médica, asisten a una escuela con profesores ucranianos, y realizan actividades deportivas y culturales.
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