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Aplausos prolongados, rostros marcados por la emoción, abrazos y elogios, acompañaron la presentación especial del largometraje documental Retrato de un artista siempre adolescente, con un subtítulo que añade Una historia de cine en Cuba, pues de eso se trata: del documental más abarcador sobre el cine cubano desde los años cincuenta hasta las primeras décadas del siglo XXI.
Con guión y dirección de Manuel Herrera, un cineasta experimentado a la hora de transfundirle al documental la emoción de la ficción (Girón) y también diestro a la hora de relatar biografías (Capablanca, Zafiros, locura azul) el filme ofrece un emotivo raudal de imágenes de archivo, carteles, recortes de prensa, y sobre todo, los sustanciosos fragmentos de entrevistas y películas.
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Dividido en segmentos que intentan descubrir la esencia de cuatro grandes etapas en la vida de Julio y del ICAIC, el documental cuenta con un montaje muy dinámico, además de la utilización de opiniones diversas, incluso opuestas, cada vez que se aborda temas tan polémicos como lo culto y lo popular, la relación entre arte y política, la pluralidad de criterios imprescindible para conducir cualquier obra que se precie de su importancia social.
Así, haciendo uso de las mejores técnicas del reportaje periodístico, sin dejar de ser nunca un gran documental, se cuentan momentos difíciles para el cine y la cultura nacional como el Congreso de Educación y Cultura, el avance del dogma y del método del realismo socialista, el supuesto o real populismo de los años ochenta, el caso político en torno a Alicia en el pueblo de Maravillas…
Y a lo largo del paneo por cincuenta o sesenta años de cine y cultura en Cuba, el documental de Manuel Herrera atestigua no solo alumbramientos sino también cenizas, desde el glorioso ICAIC de los años sesenta. En cada capítulo, aparece Julio (en fragmentos de numerosas entrevistas tomadas en diversas épocas) bromeando, o razonando muy en serio, sobre la verdad y la autenticidad de cada tema o período.
Retrato… reconstruye, emotivamente, no solo una parte medular de la historia de la nación y su cultura sino que también rescata prístinamente una historia de amor, con Dolores Calviño —sin cuya colaboración y testimonio hubiera sido imposible realizar este documental— y una historia de amistad, con su correligionario Tomás Gutiérrez Alea.
En su blog Segunda cita, Silvio Rodríguez publicó una opinión donde asegura que “la película cuenta cómo desde los primeros años el ICAIC fue un bastión de permisibilidad dialogante, a veces asediado por ideas extremistoides que maniobraron con campañas y pretextos para tratar de controlarlo”.
Por su parte, el realizador, poeta y promotor cultural Víctor Casaus escribió en el foro sobre “este ejemplo de documental que une la calidad estética de su realización a la profundidad y el compromiso de sus planteamientos críticos, directos, valientes: como debe ser”.
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