“Suelo desconfiar de quienes piden no intervención militar en ciertos conflictos internacionales, pase lo que pase, sea todo lo grotesco que sea. Me dan idea de basurillas humanas que no intervendrían si el vecino le está rompiendo la columna vertebral a la mujer a patadas, bajo la misma excusa cobarde.”
Eso escribí en mi muro de Facebook a las 5 de la tarde del 26 de febrero último. Me refería, desde luego, al escenario venezolano, a la posibilidad -hoy esfumada- de que los gringos echaran la mano a la oposición, y al griterío puritanista de quienes dicen ser muy anti totalitarios, pero solo si la liberación es cocinada en casa. Algo así como: “Si tu verdugo es más fuerte que tú, te jodiste, no apoyo que nadie vaya a ayudarte a salir del secuestro en que te tiene.” Una aberración nacionalista de la que me libré hace demasiados libros.
Entre quienes asomaron a comentar en ese post que ya levantó ampollas estuvo Víctor Manuel Anaya: “Bro, tema aparte. Una intervención militar en nuestro país, para cerrar el tema Cuba y su política, ¿te gustaría?”
Y aquí nace la intrahistoria, la única que sí debo explicar y de la que genuinamente debo aprender una máxima grabada en mármol: ciertos temas o los desarrollas con todo el condimento posible, o no los tocas en lo absoluto. Son carne de malentendido, de tergiversación, de mala leche, sobre todo en este patio solariego llamado Facebook donde hay filtros para camuflar las arrugas pero no la estupidez.
“Sí”, fue mi respuesta. Y seguí en lo mío.
Iba manejando. Este fue el secreto del caos. Yo, que tecleo al menos un par de oraciones argumentales para cualquier tontería, eché manos de apenas un “Sí” como respuesta a una pregunta delicada. Víctor Manuel Anaya no volvió a aparecer -públicamente- en ese ni en ningún otro post. De ahí en adelante, la magnitud del absurdo no conoció límites. La avalancha todavía no deja de sorprenderme.
Me exhibieron en la plaza pública de internet como un solicitante de bombardeos contra Cuba con todos sus cubanos dentro. Textualmente: “El bueno y demócrata de Ernesto Morales, periodista de CiberCuba, asume que no hay problema conque mueran o queden mutilados uno o diez o cien mil niños cubanos, por tal de librarnos de una dictadura que él no tuvo valor de combatir aquí por las armas”.
Esa oración fue tecleada por un sujeto llamado Giordan Milanés, residente en Manzanillo, Granma, dentro de un post con similar tono cortavenas, que antes de ser removido por su propio autor contabilizaba más de 500 comentarios, 95% de ellos con las ofensas más primitivas en mi contra.
Tres días después de aparecer este post en Facebook, el engendro castrodiabólico que responde al nombre de Cubadebate reprodujo ese texto en su web y en todas sus redes sociales. Solamente en Facebook, por ejemplo, Cubadebate tiene poco más de medio millón de seguidores. Ante esa plebe sedienta de cumbancha antimperialista, revolucionaria, pa'lo que sea Díaz-Canel y esas cosas, una comarca virtual habitada por borregos que balan beee-beee-beee con ánimo activo y combativo, me exhibieron con este titular: “La calaña de la que se alimenta CiberCuba”. Siempre insistiendo en CiberCuba, donde no apareció mi post y que nunca tuvo nada que ver ni con el post original ni con la polémica surgida en mi muro personal de Facebook.
Mi madre, mi padre, mi hijo, mis amigos, mi árbol genealógico con todas sus ardillas y bellotas y gusanillos silvestres dentro, fueron despedazados en foros donde cada opinante optaba por el premio al cubano más combativo y revolucionario.
Pero en esencia, ¿a qué respondí yo cuando dije que Sí? ¿Cuál era/es mi postura esencial? Dije que sí apoyaría abiertamente una intervención que detuviera cualquier conflicto interno cubano donde ya hubiera muerte, donde ya hubiera sangre, como es el evidente caso del conflicto venezolano.
Veamos.
Un precepto básico de la geopolítica internacional reconoce tres términos que la mayoría de los opinadores crónicos, estos que chisporrotean saliva virtual antes de documentarse un pelín, no tienen idea de que existen y de sus diferencias. Invasión, ocupación, intervención. Los resumo:
1) Invasión: La entrada de fuerzas militares en territorio extranjero, con el fin de conquistar el territorio o cambiar el gobierno vigente. La anexión del territorio invadido suele ser permanente o, cuando menos, prolongada. (Crimea, invadida y anexada en 2014 por Rusia, por ejemplo, ya que estamos en plan didáctico.)
2) Ocupación: Control provisional sobre un territorio extranjero. La ocupación militar suele distinguirse por su anexión temporal, planificada y breve. (Me he tomado el trabajo de verificar: tanto los Convenios de La Haya como la Convención de Ginebra utilizan con marcada diferencia los términos “ocupación” e “invasión”. Es que no son la misma cosa.)
Y por último, el pollo del arroz con pollo:
3) Intervención: “Intromisión de un Estado sobre un territorio extranjero, ya sea por presión diplomática o por ocupación armada, que generalmente busca mediar en un conflicto interno del país intervenido. La intervención militar puede ser de hecho, o solicitada por una de las partes”.
En 1999 la OTAN intervino de hecho en Kosovo. Y en 2011 Estados Unidos intervino por solicitud rebelde en Libia.
En esencia intervenir es lo que yo sí sustento plenamente en Venezuela, porque en Venezuela ya existe de facto un enfrentamiento sangriento donde una dictadura abusadora ha empleado todo método a su alcance para asfixiar a quienes se le oponen. Una intervención, como las cientos de intervenciones exitosas que sí existen en la historia moderna, sería el único modo de evitar que los hijos de los opositores sean los únicos que deban enterrar siempre a sus padres.
En las circunstancias actuales, en la Cuba que existe hoy, ¿apoyaría yo algún tipo de acción militar que desencadenara un conflicto bélico? Categóricamente no. Pero es que eso no contradice mi postura de dar el “Sí” a una eventual intervención, porque para poder intervenir en algo ya debe existir un conflicto planteado. Usted interviene en una pelea escolar cuando los chiquillos ya se están dando trompadas. Carajo, que el vocablo intervención lleva intrínseca la existencia anterior de un suceso en el que se va a mediar.
¿Tiene Cuba hoy una guerra civil entre opositores al raulismo/díazcanelismo y sus partidarios? ¿Hay un levantamiento donde ya corra la sangre, y donde se necesite intervenir? Los únicos disturbios masivos los provoca en Cuba un tornado, un ciclón, o una asamblea de otorgamiento de televisores Panda. ¿Dónde coño se va a intervenir en un país que aprobó aplastantemente una Constitución bochornosa, y que marcha disciplinadamente, banderita en alto, cada Primero de Mayo como desde hace sesenta años se le ordena?
No, Cubadebate, no Giordan Milanés, no histéricos de parque provincial, déjense las vestiduras sin rasgar: yo no pido bombas ni muertes para niños. Yo no pido acción militar alguna que altere esa paz sin libertad que existe en Cuba. Yo me fui de Cuba. Eso sí lo pude hacer, eso sí estuvo en mi jurisdicción. Y he aquí que vamos a la segunda parte de la barbarie difamatoria.
Cuando un sujeto lacrimógeno y muy limitado me dijo en ese mismo post que se notaba que mi hijo no vivía en Cuba, yo respondí, horas después: “En efecto. Yo vine a concebirlo a Estados Unidos, al mundo libre. En consecuencia, no soy tan hipócrita de decirles a mis amigos que no pudieron escapar, que los hijos de ellos sí tienen que vivir en dictadura sin nadie que les ayude. Y que en un levantamiento tienen que pelear solos, por aquello de la soberanía”.
Yo no voy a seguir de ilustrador por cuenta propia. Quien no aprendió interpretación en la escuela primaria no debería opinar en temas de adultos. Ahí no dice por ninguna parte que como yo salvé a mi hijo del desastre me importa cero que se mueran los hijos de los demás. Ahí dice que precisamente porque el mío no sufre las consecuencias de vivir allí, yo no tengo cara de pedirles a mis amigos que sí deben aceptar con resignación que sus hijos no tengan ni leche ni mochilas, y que en un posible escenario como el venezolano, por ejemplo, ellos deberían librarse del totalitarismo a base de tirapiedras y sin respaldo del mundo libre y democrático.
Y aquí sí planto bandera: solo mentalidades obtusas o malintencionadas pueden ver en ese comentario un pedido de guerra, de muerte, de insensibilidad. Solo quien lleva a flor de piel la cantinela del nacionalismo, de la soberanía por sobre todo, se rasga las vestiduras interpretando monstruosidades mías. Solo un sujeto como Giordan Milanés, con ansias descontroladas de epopeya y estrellato, es capaz de retarme, ay, a un duelo de bayonetazos en Manzanillo, porque me intuyó pidiendo napalm para su hija y la escuelita de su hija. (Que ya me dirás tú de dónde diablos sacábamos dos bayonetas para una pelea: no hay en Manzanillo ya ni lisetas, como para ponernos tiquis miquis con la naturaleza del arma blanca con la que lavar el honor patrio).
Solo un Estado enfermo de desidia tiene un aparato propagandístico tan siniestro que toma un post como ese y dos respuestas ligeras, y se monta un espectáculo de desollamiento público semejante. Mi cuero cabelludo chorreando sangre no le alcanzaba a Cubadebate y sus hordas. Tenían que ir a por los míos también. En un mensaje del que hoy me río pero que en su momento no me provocó risas, mi adorable amigo Carlos Reina me decía: “Hermano, al menos dime qué dijiste allá para saber, se ha desatado aquí una guerra y la han cogido conmigo, me han insultado y he tenido que traquetear a unos comunistas, y ni sé bien por qué. ¿Qué coño dijiste?”. De veras, estoy a carcajada pura ahora mismo. Pero ese día no.
Quiero cerrar este episodio bufo y de mal gusto con una breve dosis de historia como antídoto contra el fanatismo y la incultura. Que no por gusto Umberto Eco se quejaba amargamente hace par de años, antes de morir, de que las redes sociales habían amplificado la estupidez.
En la Historia de Cuba que convenientemente nos inyectaron en el cerebro, la carta de Calixto García al General Shafter no es un episodio más. Es un parteaguas. En esa carta el patriota holguinero se quejaba de que las tropas estadounidenses no dejaron entrar a los mambises en Santiago de Cuba. Hasta ahí lo que nos contaron. Hasta ahí lo que quisieron que supiéramos. Que los gringos eran unos hijos de puta, así sin más.
Lo que se saltan de puntillas es que si los gringos intervinieron -sí, intervención, la palabreja, mi palabreja- fue porque el propio general Calixto García como representante del ejército cubano en armas, se los pidió. En junio de 1898 se reunió con el Almirante W.T. Sampson y con el General Shafter para coordinar la intervención gringa en el conflicto hispano-cubano. Pero hay más: fue nuestro propio Calixto quien dirigió en Santiago de Cuba a los mambises que recibieron como caídas del cielo a las tropas americanas. No lo digo yo. Aquí dejo un pantallazo del diario oficialista "Ahora", de Holguín, que algo me dice no es pagado por la mafia de Miami.
Más imponente todavía: el Padre de la Patria, mi coterráneo Carlos Manuel de Céspedes, pidió no en una, sino en tres cartas dirigidas al secretario de Estado americano W. H. Seward, que los Estados Unidos ayudaran a los cubanos en su liberación de la metrópoli española. La primera carta la envió el 24 de octubre de 1868, apenas dos semanas después de estallada la guerra.
No hay por qué creer a la Historia de Cuba, o mucho menos a mí. Creamos en un texto publicado por el periódico Trabajadores (¡mamita querida!) donde les resulta imposible evitar las citas de Céspedes pidiendo a “las naciones civilizadas y libres” del mundo, interponer su influencia para ganar la guerra y solicitando, abiertamente, el auxilio y la ayuda estadounidense para alcanzar la libertad. A rasgarse las vestiduras con el Padre de la Patria: en esa primera carta Céspedes pedía la anexión de Cuba: “Existe la posibilidad de que en el futuro formemos parte de esos estados, porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación”.
En las otras dos cartas, Céspedes insistía en pedir ayuda interventora americana como forma de asegurarse la victoria independentista. Y por último, al no recibir respuesta expedita, lamentaba que los gringos hubieran decidido permanecer expectantes durante demasiado tiempo, en lugar de “asumir el papel que por geografía e influencia mundial les correspondía”. O sea, intervenir.
Mi querido amigo Carlos Alberto Montaner suele recordar a los enfermos de nacionalismo, que Ignacio Agramonte, uno de los patriotas cubanos más adelantados y cultos de nuestra historia, se alzó a la manigua con la bandera americana bordada en su charretera.
Ah, pero es Ernesto Morales, periodista de CiberCuba, el que merece un bayonetazo en el riñón por repetir lo mismo que Céspedes, Calixto García, Agramonte y un interminable etcétera de nuestros hombres de honor, los verdaderos: que la intervención es una obligación moral cuando están bien planteados los personajes de opresores y oprimidos.
Son mis padres, mis amigos, mi genealogía en pleno, quienes merecen escarnio y candela, incluso de ciertos moralistas del exilio que arquean la ceja y les tiembla el esfínter si se menciona la palabreja intervención en sus angelicales presencias.
Yo no pedí permiso a nadie para tener criterio, porque no pedí permiso para meterme la puta vida leyendo y escarbando la verdad detrás de los libros. A los hijos de mis amigos en Cuba, antes que bombas o bayonetas, yo les deseo instrucción libre, les deseo aprendizaje, les deseo que si no pudieron nacer (como el mío, repito) bajo el amparo de un Estado de derecho, al menos no permitan que se los oculten. La ignorancia nunca es amparo ni decoro, y si eso a alguien le sonó martiano no es por casualidad.
Leche, libros, libertad: ese es mi deseo verdadero para los niños de los míos. Esa es la única calaña que con orgullo siempre aceptaré colgarme encima.
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