Miles de campesinos en Cuba tienen vacas, pero no tierras

“El día que dejen de perseguir al guajiro que mata una vaca, y no sea ilegal comerse un bistec de res entonces estaremos estimulando la producción ganadera, y hasta las cárceles van a aliviarse un poco”, explica un campesino espirituano.

Ganado en Cuba © CiberCuba
Ganado en Cuba Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 6 años

En los últimos años los jerarcas se han propuesto organizar la magra ganadería cubana, y el propio Miguel Díaz-Canel así lo refirió hace pocos días durante su visita a Camagüey, el territorio de mayor tradición pecuaria del país.

Legislaciones van y legislaciones vienen, pero la leche y la carne de res siguen siendo una quimera para la inmensa mayoría de los cubanos.


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A juicio de los propios campesinos, son varias las realidades que impiden la resurrección de una de las primeras actividades económicas desarrolladas en la historia de Cuba, pero malograda en la actualidad por la ineficiente y agobiante administración del estado.

Muchos campesinos tienen reses, pero no tienen tierras, y deben colar sus animales en áreas del estado para que estas puedan pastar.

“Yo he solicitado tierras, pero me dicen que en esta demarcación no hay disponibles, y es muy jodido ver que el estado no hace nada con sus tierras, mientras yo no tengo donde criar mis animales. Ah, pero eso sí, ellos me controlan cada nacimiento, y es un rollo si se me muere una ternera” explica R. Pacheco, otro campesino de Placetas, en la provincia de Villa Clara.

Solamente en esta última provincia la oficina de control pecuario contabiliza unos 5 mil propietarios que sin disponer de tierras reúnen 30 mil cabezas de ganado. La mayoría de esos animales pastan en terrenos estatales, zonas protegidas, y lo más lamentable, en los linderos, cunetas y franjas reglamentarias de las vías férreas, situación que cada año acarrea considerables accidentes del tránsito a lo largo del país.

Casi siempre se habla de los descuidos y la irresponsabilidad de los propietarios, pero no se dice que un porcentaje significativo de estos se ven obligados a amarrar sus animales a la vera de las líneas férreas porque no tienen suficiente tierra para alimentar las mismas reses que el estado controla a punta de lápiz.

A la par de esa situación en las vaquerías del estado mueren cientos de cabezas cada año, según informes reiterados por el Ministerio de la Agricultura, y ello se debe, en lo fundamental, al deficiente aprovisionamiento de agua y alimentos.

Además de esto, en Cuba son delitos graves el hurto, sacrificio y comercialización de ganado mayor. Las penas correspondientes pueden ser tan o más severas que las que se le imponen a un ciudadano que cometa homicidio. Los propietarios no tienen potestad para sacrificar sus animales, y cuando les sustraen un ejemplar reciben por igual el peso de la ley.

“El día que dejen de perseguir al guajiro que mata una vaca, y no sea ilegal comerse un bistec de res entonces estaremos estimulando la producción ganadera, y hasta las cárceles van a aliviarse un poco”, explica O. Martínez un campesino espirituano que, tras ser golpeado reiteradamente tanto por los “matavacas” como por el gobierno, decidió vender su propiedad y comprarse un almendrón y una casa confortable en la ciudad.

“Me duele, porque aquello era lo mío. Al guajiro le cuesta mucho abandonar su tierrita, pero cuando uno está tan viejo y lo único que recibe son preocupaciones, robos y amenazas, hay que hacerles caso a los hijos y dejar el campo”, explica, al tiempo que rememora que antes de 1959 no era un lujo comerse un bistec: “Pero tú no puedes estimular lo que al mismo tiempo persigues”, argumenta.

Ubre Blanca fue un ícono productivo de la guerra fría, que a juicio de Fidel Castro evidenciaba cómo en el comunismo se conseguían mejores resultados ganaderos que en el capitalismo.

Pero aquella vaca recordista no se pudo clonar, a pesar de los literales intentos de Castro por conseguirlo, y el gobierno cubano lejos de multiplicar sus reses ha visto un descenso considerable del número de estas, a tal punto que hoy la isla dispone de la mitad de las cabezas con que contaba en 1980.

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