Cuando el azúcar ya no es país

El desastre azucarero cubano forma parte del destrozo generalizado que infligió el comunismo a Cuba y el pernicioso voluntarismo de Fidel Castro que –en menos de 20 años- pasó de pretender una cosecha de 10 millones de toneladas métricas a desmantelar la principal industria nacional.

Central Camilo Cienfuegos en Hershey © CiberCuba
Central Camilo Cienfuegos en Hershey Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 6 años

Hubo una época en que muchos cubanos aseguraban que “azúcar es país” y que “quien tiene amigos, tiene un central”, en clara referencia al impacto económico que generó en la mayor de las Antillas la plantación de la dulce gramínea, importada por España, desde la India, y luego trasplantada a Cuba.

La plantación extensiva de azúcar originó, sin proponérselo, otra notable fuente de riqueza para Cuba, al ser desplazados los entonces vegueros de tabaco hacia las peores tierras, pero cuyos suelos ácidos y arenosos, conocidos vulgarmente como de San Cayetano, alumbraron la excelencia de los Habanos mundialmente conocido.


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Historia de los centrales azucareros / Wikimedia Commons

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, acaba de lanzar el enésimo llamamiento a los trabajadores de la industria azucarera cubana para que aumenten la producción y la eficiencia, que siguen ausente en buena parte de la economía estatal.

Centrales azucareros en Cuba / CiberCuba

El exhorto presidencial sigue al anuncio de hace dos meses de que Cuba reduciría sus exportaciones de azúcar para no mermar la cuota racionada que cada cubano recibe mensualmente desde 1962. La buena nueva podría indicar que los cincuentones son más sensibles que sus antecesores a los problemas cotidianos de subsistencia que afrontan los cubanos.

Campos de caña en Cuba / Radio Bayamo

Cuando el castrismo ya había entronizado la pobreza como santo y seña de su revolución, el entonces gobierno cubano renunció al ofrecimiento angoleño de donar café, regaló un central azucarero a Nicaragua y quitó a la población una libra (medio kilogramo) de azúcar de la magra ración mensual. Luego, Pinochet derrotó a Allende, pero los cubanos no recuperaron la porción de azúcar quitada por su gobierno en aras del internacionalismo proletario.

Taller ferroviario Camilo Cienfuegos en Hershey/ CiberCuba

El desastre azucarero cubano forma parte del destrozo generalizado que infligió el comunismo a Cuba y el pernicioso voluntarismo de Fidel Castro que –en menos de 20 años- pasó de pretender una cosecha azucarera de 10 millones de toneladas métricas a desmantelar la principal industria nacional, aunque también influyeron sus bajos precios en el mercado mundial.

Moscú condenó a Cuba a producir azúcar, que pagaba a precios preferenciales y vendía petróleo por debajo de su valor de mercado; cítricos, componentes electrónicos y mano de obra barata para estudiar y trabajar en países como Polonia, Checoslovaquia, RDA y Hungría.

Brasil, que también ha padecido dictaduras militares, ante el derrumbe del mercado azucarero mundial, reorientó su industria azucarera hacia la producción de Bioetanol como combustible alternativo y no contaminante y la transformación de los residuos en piensos para la ganadería.

Bioetanol como combustible / Wikipedia

Ni el Buró Político del Partido Comunista ni los sucesivos responsables económicos cubanos tuvieron capacidad de reacción y Fidel Castro, que siempre fue hábil convirtiendo reveses en victoria hasta el desastre final, no tuvo peor ocurrencia que decir que producir combustible en áreas de siembra incrementaría el hambre en el mundo.

La sentencia de Castro fue acogida con júbilo por sus numerosos exégetas que tienen asegurados su azúcar y café diarios por gracia del capitalismo, con tristeza por la mayoría de los cubanos y con perplejidad por Lula y el empresariado brasileño, que guardaron silencio por cortesía ante un anciano gobernante que aparecía desorientado y erróneo.

Desmantelar la industria azucarera cubana generó además otro destrozo socioeconómico porque los bateyes (poblados) de los centrales se quedaron en tiempo muerto eterno, pues parte de la energía que consumían la generaba la propia industria y usaban sus medios de transporte, aislando y reduciendo las opciones de las familias que, generación en generación, habían vivido del azúcar y para el azúcar de caña.

Tuberías rotas en el Central Camilo Cienfuegos/ CiberCuba

Varios bateyes son, además, hitos arquitectónicos, y contaban con los servicios educativos y sanitarios que impulsó España a lo largo de la isla, mediante la Sociedad Económica Amigos del País, que sembró Cuba de colegios y casas de socorro.

“Estamos creando islitas dentro de la isla”, lamentaba entonces Carlos Lage, que aún no se habría endulzado con las mieles del poder y soportaba que los cubanos, en sus conversaciones cotidianas, dijeran que “cada vez que sale el calvo (Lage) en la televisión, es para jodernos”, en referencia a los anuncios de austeridad y jabas (bolsas) selectivas.

Destruir la industria azucarera cubana significó derribar una cultura milenaria que formó buenos administradores, mecánicos, obreros y puntistas. El puntista es el experto que, en los inicios de la diaria molienda, calcula el momento adecuado de la cristalización del azúcar y ordena que la máquina mantenga esa sincronización durante toda la meladura.

El oficio del puntista / Vanguardia

La tecnología ha ayudado a este noble oficio, pero como muchos otros trabajos, fueron heredados de padres a hijos o sobrinos, siempre que el heredero reuniera las aptitudes que exige la industria azucarera a un Puntista.

El castrismo siempre propagó el monocultivo de azúcar como uno de los males de la economía cubana, pero basta echar un vistazo a las dos explosiones arquitectónicas habaneras del siglo XX cubano, que coincidieron con las guerras mundiales, cuando el azúcar subió de precio, para constatar el impacto del azúcar en el país.

Además de la riqueza azucarera, en la reinversión de las ganancias influyó el espíritu nacionalista de la sacarocracia cubana, que apostó por la riqueza y el crecimiento de Cuba, aunque no erradicó la desventaja del “tiempo muerto” (período entre zafras) para jornaleros, macheteros y empleados de los centrales, que tuvieron en Jesús Menéndez un líder sindical comunista que los defendió incluso frente a los norteamericanos, a los que rechazó un cheque en blanco para intentar sobornarlo y que renunciara al diferencial azucarero.

¿Qué fue el diferencial azucarero?

Ramón Grau San Martín, presidente de 1944 a 1948, intentó fijar un precio del azúcar cubano para el mercado norteamericano por debajo del fijado por el mercado mundial del azúcar por un período de dos años. Jesús Menéndez se opuso como líder de la FNTA y, auxiliado por el economista Jacinto Torras, consiguió participar en las negociaciones con los norteamericanos y establecer que el precio del azúcar cubano subiría en la misma proporción que los artículos de primera necesidad que USA vendía a Cuba.

Jesús Menéndez y Jacinto Torras

Al final del primer año de la puesta en vigor de este acuerdo, los trabajadores azucareros cubanos vieron incrementada sus nóminas en un 13,42%. Todo esto en medio de una “pseudo república”, como etiquetó el castrismo a la Cuba anterior a 1959.

Si alguien aún alberga dudas de la vitalidad de la industria azucarera cubana pre castrista y prefiere seguir repitiendo las letanías del tiempo muerto y de la explotación, sería oportuno que comprobase el éxito de un emigrante gallego, Ángel Castro Argiz, que llegó a tener casi mil hectáreas sembradas de cañas de azúcar, más las que tuvo en arrendamiento, y con las que consiguió sacar adelante a las dos familias que formó durante su exilio cubano.

Y si no le vale el ejemplo de trabajo y riqueza de Castro Argiz, puede consultar el libro de Guillermo Jiménez, “Los ricos de Cuba”, para constatar la pujanza socioeconómica del capitalismo cubano que siempre tuvo que negociar con sindicatos y con los comunistas los convenios colectivos.

El azúcar en Cuba forma parte de una idea de nación rica y generosa, pero el castrismo ha sido tan cuidadoso en la destrucción económica del país que ahora muchos centrales son cementerios de hierro canibalizados y sus bateyes, donde antes bullía la vida, son pueblos fantasmas y desesperanzados con altos índices de emigración hacia ciudades y el extranjero.

Quizá la petición de eficiencia y productividad de Díaz-Canel llega demasiado tarde por la desmoralización que infligió el castrismo desguazando la principal industria cubana y con despidos masivos de obreros y técnicos cualificados, gente noble y curtida que amaba su industria a la que siguen llamando “Ingenio”.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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