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La Habana deben andar escasa de dirigentes comunistas porque en los últimos 41 años solo ha tenido un Primer Secretario del partido único, Jorge Lezcano Pérez, nacido en el barrio de Santos Suárez; el resto han sido oriundos de las regiones oriental, central y de Matanzas.
Hace unos horas, el Partido Comunista de Cuba anunció el reemplazo de Mercedes López Acea por Luis Antonio Torres Iribar, oriental y que ocupaba igual cargo en la nororiental provincia de Holguín, reiterando la fórmula más habitual de no designar habaneros al frente del partido en la capital.
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En el gobierno habanero ocurre otro tanto, el actual presidente, Reinaldo García Zapata, es santiaguero, confirmando una política no escrita pero que parece evitar que habaneros desempeñen las máximas responsabilidades en su provincia, al contrario que en el resto de la isla.
También es probable que la “política de cuadros” del Partido Comunista haya tenido mejores resultados en el interior de la isla, que en la capital de todos los cubanos, como reza un eslogan propagandístico. Y esta carencia sorprende porque, si uno lee las biografías de los dirigentes comunistas en el ámbito provincial, verá que la mayoría son maestros, licenciados en ciencias sociales y algunas ingenierías.
La designación de Torres Iribar cumple la liturgia castrista de que el aparato provincial acepta la propuesta del Buró Político, pero ocurre cuando el nuevo presidente Díaz-Canel ha lanzado un programa para mejorar la ciudad, con el pretexto de que en 2019 cumple 500 años.
Quizá el cubano que más ha hecho por La Habana en los últimos 40 años sea Eusebio Leal Spengler que, con el apoyo de Fidel y Raúl Castro y conocedor de la grandeza de su ciudad, apostó por una renovación que fuera lo más integral posible de su zona histórica, con la virtud de que esa transformación no exilió a sus vecinos, sino que les ha cambiado la vida.
Asumir la dirección del Partido Comunista es un reto para cualquier cubano sensato, no solo para el recién designado, porque la capital cubana padece problemas crónicos como la superpoblación, asentamientos ilegales en infraviviendas, deficiente red de transportes públicos, edificaciones deterioradas, muchas con peligro de derrumbe y Alamar, cuyo deterioro y desorden urbanístico son un problema serio del que la prensa pagada por el gobierno no habla.
Por si fuera poco, hay barrios habaneros que carecen de alcantarillado y sus fosas sépticas están saturadas, lo que engorda a los mosquitos transmisores de dengue que, unido a que no existe un sistema eficaz de recogida de basuras, generan un cuadro sanitario alarmante.
El acueducto habanero data de 1875, aunque en los últimos años ha habido intentos por corregir parte de las carencias de agua potable, hay habaneros que viven con agua contaminada y el gobierno cubano tuvo que llegar a un acuerdo con la empresa Aguas de Barcelona para garantizar el suministro a zonas de hoteles, barriadas donde viven diplomáticos extranjeros y dirigentes y hospitales.
Aguas de Barcelona, conocedora de las “tensiones de pago” cubanas, negoció cobrar a través de las recaudaciones diarias de las Duty Free y las Tasas de viajeros en los aeropuertos isleños.
La Habana no solo necesita de camiones y contenedores de basuras, también es urgente que puedan cerrarse los vertederos espontáneos que han surgido en barrios y que el vertedero de 100 se selle o se transforme con una Romana, un laboratorio de análisis de lixiviados y dejen de quemarse indiscriminadamente los residuos para no seguir contaminando el aire que respiran los capitalinos que, además, padecen una notable incidencia de trastornos respiratorios.
Torres Iribar ni ningún otro cubano, sea dirigente, opositor o ciudadano de a pie, tiene una varita mágica para resolver en plazo razonable todo estos desafíos, entre otras razones porque todos demandan lo que La Habana y Cuba no tienen: dinero, mucho dinero; asi que con voluntad política no basta, además, hay que disponer de recursos y usarlos racionalmente y con un sentido de servicio ciudadano y no ideológico, como ha venido ocurriendo hasta ahora.
La Habana suele ser trampolín o tumba de los dirigentes cubanos, que suelen asumir el encargo con una mezcla de alegría y miedo. Alegría porque su designación confirma que goza de la confianza temporal del alto mando y miedo porque puede ser el fin de su carrera política que, en Cuba, significa pasar a la ECOTRA (Empresa Consolidada de Otras Tareas Revolucionarias), es decir, a la nada.
Ojalá y Luis Antonio tenga éxito, aunque sea parcial, pues cuando un dirigente comunista fracasa, quien más lo acusa es la ya sufrida población cubana, en este caso, los habaneros, que han asistido al deterioro de su ciudad con idéntica resignación ante un familiar aquejado de una grave enfermedad.
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