Se acerca el Mundial de Fútbol de Rusia y las calles de La Habana empiezan a llenarse de porterías improvisadas. Pasaba exactamente lo mismo cuando Cuba ganaba campeonatos de pelota. Cuando éramos los mejores en voleibol o cuando creíamos que nuestro baloncesto iba a revivir el milagro del bronce de las Olimpiadas de Munich 72.
Con el fútbol es distinto. No apoyamos ni podemos apoyar los colores patrios: vamos con Argentina, con Brasil, con Alemania, con España o con quien sea. Cuba no juega. Ni está ni se le espera en estas lides, pero los cubanos, a pie de calle, ganan o pierden en un deporte que poco a poco se nos está metiendo dentro.
Nuestros niños no han crecido viendo partidos de béisbol en los estadios. Cada cuatro años, llega el chute de adrenalina de los mundiales de fútbol. Tanto prohibir la MLB y al final terminamos desenganchando a los peques de nuestro deporte nacional. Y todo porque no queremos que sueñen con ser como Aroldis Chapman o Yulieski Gurriel. En el fondo, la Cuba troglodita sigue anclada al mito trasnochado de los traidores. No sólo es absurdo, también es falso e injusto.
Los niños cubanos no beben los vientos por la camiseta de Industriales ni por la de Los Alazanes de Granma. Quieren la del Barça o la del Madrid y además la consiguen con más facilidad que una de los Cocodrilos de Matanzas.
El fútbol no es una moda de Cuba, es un fenómeno global. Los niños desde Mali hasta Marruecos quieren ser futbolistas. El problema es que el béisbol no es el deporte nacional en esos países africanos.
Ver el Latino vacío es la peor derrota que ha sufrido la 'Revolución'. Tanto han querido controlar la cosa, que al final la cosa se murió. La receta para resucitarla pasa por un equipo Cuba que una las dos cubas, la que "se come los cables de alta tensión a diario y sin pelar", lo mismo en Pinar del Río que en Las Tunas, y la que vive en apartamentos de alto standing en Nueva York o Texas.
Ese podría ser el mejor escaparate donde lucir la bandera cubana. Que no se nos olvide: es de todos. De los de izquierda y de los de derechas. De los ricos y de los pobres. De todos los cubanos, estén donde estén y hagan lo que hagan.
El único requisito exigible para integrar el equipo Cuba debería ser que el jugador sea lo suficientemente bueno como para estar ahí. No hace falta llevar un carnet de la UJC entre los dientes, pero si alguien lo quiere llevar, que nadie se lo quite.
El fútbol le está ganando la partida al béisbol en Cuba. Nadie monta en La Habana un taller clandestino para falsificar la equipación de Industriales. Hasta la piratería rehúye porque sabe que no es un buen negocio.
Duele desde dentro y desde fuera ver cómo se pierden nuestras tradiciones. Cómo no somos capaces de instalar la moderna pantalla electrónica que desde octubre del año pasado nos regaló la compañía Samsung para colgarla en el jardín izquierdo del estadio Latinoamericano. Las obras van lentas y todo son excusas. Debería darnos vergüenza, pero ni eso.
Rectifico. La cosa no se murió, la estamos matando.
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