El caso del trovador cubano Raúl Torres es peculiar, raro, contradictorio y, por ello mismo, interesante. Parece seguir una trayectoria opuesta a la de los grandes cantautores del período revolucionario: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés han ido de cantar explícita y abiertamente al proceso iniciado en el 59 en las primeras décadas de la revolución, a priorizar en los últimos años una zona siempre presente en su obra, pero ahora más extendida, representada por un modo más íntimo, personal, subjetivo de composiciones.
Torres, autor de temas como Se fue y Candil de nieve, podría considerarse ahora la voz musical más visible del oficialismo cubano. A diferencia de Pablo y Silvio, él parece haber ido de lo amoroso y subjetivo a lo épico y militante, de la necesidad de la fuga al compromiso político. La muerte de Fidel Castro y la decisión personal de Raúl Castro de abandonar el poder han hecho que Torres vuelva a aparecer de un modo continuo, al menos públicamente.
El cantautor ha dedicado dos canciones a Fidel, tituladas Cabalgando con Fidel y Laureles y olivos, y una a su tocayo Raúl, bajo el nombre de El último mambí. Dichas composiciones, presentadas algunas como poemas por el propio autor, no alcanzan, en principio, la calidad lírica de Ojalá, de Silvio o de su propio tema Candil de nieve, están más bien en la línea de otra de sus piezas titulada Nítida fe. La poesía militante suele ser la más complicada de escribir y es importante diferenciarla del concepto de "poesía comprometida" o "poesía social" porque compromitada y social es, en general, toda obra artística. En el caso de estas composiciones de Torres se trata, claramente, de un sostenido compromiso político. Él mismo dice sentirse orgulloso de que lo llamen fidelista.
La muerte de Fidel Castro y la decisión personal de Raúl Castro de abandonar el poder han hecho que Torres vuelva a aparecer de un modo continuo, al menos públicamente.
Pero si uno lee detenidamente las dos canciones dedicadas a Fidel notará que, un año después de la primera (que coincidió con la muerte del dictador), en la segunda el forcejeo entre homenaje y olvido es evidente. Mientras que Cabalgando con Fidel, desde el propio título habla de compañía y presente continuo, la segunda se queja, más de una vez, de la ausencia del líder, lo echa en falta, parece asumir por momentos lo inevitable del abandono a pesar de la resistencia a decirle adiós. Ello se nota cuando canta, por ejemplo: "Faltan tus letras, tus gestos en plazas y escuelas, en rostros". Torres va, por tanto, del "no te sueltes de mi mano" al reconocimiento y la paulatina resignación de vivir "sin tu imagen más pura".
Pero, ante todo, estas canciones de Raúl Torres son intentos mitologizantes, pretenciones de reforzar una mitología nacionalista que ya pocos se creen y que él insiste en recrear a partir de lugares comunes y frases manidas unas veces, y otras a partir de recursos relacionados con la tradición literaria y artística occidental. Entre lo segundo se encuentran, además del evidente paralelo que establece entre el par Quijote-Sancho y Fidel-Raúl, la imagen de la nave del estado (que llegó a convertirse en un tópico muy frecuente en la cultura grecolatina), la representación del olivo y el laurel como símbolos de la victoria y la paz, y la divinización de Fidel junto a Olofi y Jesucristo.
Por otra parte, mientras jóvenes poetas cubanos como Leimen Pérez, Legna Rodríguez Iglesias, Oscar Cruz y Sergio García Zamora buscan nuevos modos de rescatar el imaginario del mambí y de la colonia desde lo amargo, la parodia y el cuestionamiento, Torres parece perpetuar el modo en que la oficialidad ha purificado la historia insular como típicos lecheros del alma para justificar la inviolabilidad del panteón nacional y su divinización en la que, como ha quedado claro por las declaraciones recientes de las instituciones cubanas sobre la XVII Muestra de Jóvenes Realizadores del ICAIC, figuras como Martí son sagradas e intocables. A su vez, el cantante persigue hacer ver en Fidel simultáneamente a Dios, al "padre nuestro", a "mi viejo" y al consorte de la esquina. Ya no es solo la amada, sino también Fidel Castro en su inmortalidad y cercanía, su "Fénix de cristal".
Las canciones de Raúl Torres son intentos mitologizantes, pretenciones de reforzar una mitología nacionalista que ya pocos se creen y que él insiste en recrear a partir de lugares comunes y frases manidas unas veces, y otras a partir de recursos relacionados con la tradición literaria y artística occidental.
Ante esta divinización del líder carismático, la obra de Virgilio Piñera sigue teniendo total vigencia en tanto reverso: si Torres asegura sobre Fidel que "no hay un solo altar sin una luz por ti", Piñera sigue recordando que "todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste" y con su no-dioses ha fijado en el imaginario cubano la inversión de todos los altares.
Pero Torres parece empeñado más bien en convertir la idea de "esta isla pequeña rodeada por Dios en todas partes" de Eliseo Diego en su bendita circunstancia de Fidel por todas partes, a juzgar por estas canciones. A ello se suma su reclamo indirecto en Laureles y olivos de querer ver más frecuentemente la imagen del dictador en plazas y monumentos pues, dice, "ha sido difícil, cuando me preguntan por ti, describir sin tu imagen más pura esculpida por manos, ternura, en los parques al lado de Martí".
Parece estar más interesado, en estas nuevas canciones, en ver al líder multiplicado por todas partes, cuando antes en cada escultura veía a la Venus amada, como canta en Novilunio de luz. Pero a ello podrían oponerse las palabras de los Dédalos que, con respecto a Minos en tanto líder eternizado, en la obra Ícaros, de Norge Espinosa expresan: "¡Maldito seas, Minos! ¡Maldito sea tu nombre tantas veces repetido en el mito, en los mercados, en los hospitales de la muerte, en las noticias de una guerra cuyo nombre ya olvidé! Quiero alumbrar héroes que borren tus imágenes".
Torres parece perpetuar el modo en que la oficialidad ha purificado la historia insular como típicos lecheros del alma para justificar la inviolabilidad del panteón nacional
Torres insiste en marcar el miedo, la cobardía, la disidencia, el abandono, la mortalidad (todos ellos elementos fundamentales y característicos de muchas de las poéticas vivas y en desarrollo ahora mismo en la isla) como elementos negativos en estas canciones. Sin embargo, contradictoriamente, le pide a Fidel: "No te sueltes de mi mano, aún no sé andar bien sin ti".
Su cubano arquetípico parece un valiente torpe, que luego de sesenta años sigue necesitando a su líder, su guía, sus instrucciones para "guiar el barco". La nave del estado del imaginario griego en la canción dediacada a Raúl Castro se convierte en la isla como embarcación, que dice el cantante estar listo para "ser el timonel", pero a su vez confiesa no poder seguir sin Fidel y las instrucciones de Raúl. Lo que en este análisis se llama contradicción, claro está, Torres lo llamaría continuidad y recuerda demasiado a Díaz-Canel en su primer discurso como presidente reconociendo la dependencia de Raúl Castro en las decisiones futuras del país. Es lo que denominaron los rusos como "tonto útil".
El cantante persigue hacer ver en Fidel simultáneamente a Dios, al "padre nuestro", a "mi viejo" y al consorte de la esquina. Ya no es solo la amada, sino también Fidel Castro en su inmortalidad y cercanía, su "Fénix de cristal".
Raúl Torres, entonces, parece atrapado en una peligrosa metamorfosis, como Dafne acechada por Apolo. La leyenda cuenta que el dios perseguía a la joven ninfa y esta pretendía escapar de él, hasta que Artemis, para salvarla de la fuga continua y de las manos del dios, termina convirtiéndola en laurel. Así Torres va de la necesidad de una fuga o el reconocimiento de la ausencia a la sujeción de una militancia, se mueve entre el lugar común y la nave del estado.
Sus últimas canciones parecen hablar de una victoria en sospecha, que pudiera confundirse, como en el mito de Dafne, con una encrucijada, con un anquilosamiento que, a pesar de su supuesta "esperanza enverdecida", parece más bien un secuestro en la fijeza. “El rombo con sus ramitas” en los grados de comandante son, a estas alturas, un traicionero laberinto. Habría que ver si la eterna juventud e inmortalidad que da Apolo al laurel para que siempre estuviera verde, en el caso del verdeolivo de Cuba y de Torres no es más bien la perpetuación de un castigo.
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