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Más allá de que fueron dos juegos bastante entretenidos, el comienzo del tope entre escuadras cubanas y mexicanas quedará en la memoria por el regreso de Alexei Ramírez al home plate del Latinoamericano.
Fue emocionante. El Misil Cubano –como lo bautizara Ozzie Guillén- llevaba más de diez años sin consumir un turno al bate en un estadio de su país, y sus nervios llegaron al tope cuando fue anunciado por la amplificación local y el escaso público reunido en el estadio le tributó un aplauso respetuoso.
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Entonces Alexei apenas atinó a quitarse el casco, saludar y respirar profundo, como quien trata de zafarse de algún nudo en la garganta. Después su aporte a la ofensiva fue anecdótico, pero ya la contribución estaba hecha.
El torpedero pinareño, que ahora viste la casaca de los Diablos Rojos de México, emigró de Cuba en septiembre de 2007 y se desempeñó durante nueve campañas en las Grandes Ligas con Medias Blancas de Chicago, Padres de San Diego y Rayos de Tampa Bay.
En 2008 quedó a las puertas de ser Rookie of the Year -premio que obtuvo Evan Longoria-, y posteriormente ganó Bates de Plata en 2010 y 2014, además de asistir al Juego de Estrellas de ese último año.
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