Aún recuerdo aquellas imágenes fatales. El cuerpo de Yurizan quedó destrozado luego de arrojarse del piso 11 de los llamados 20 plantas del municipio Cerro.
Corría la década de los 90. Cuba estaba de muerte y el conocido como Periodo Especial azotaba a sus hijos. Mi joven amiga tenía por aquel entonces 16 años. Muchos dicen que las drogas la indujeron a quitarse la vida. En el tiempo que fuimos amigos lo único que la vi fumar varias veces al día eran los cigarrillos marca “Popular”.
Yurizan era de cuerpo delgado, su fragilidad se veía a leguas de distancia. Sus padres se separaron y ella decidió quedarse a vivir con su madre. Sus sueños eran irse de aquella “cueva” donde todos los días tenía que levantarse y enfrentarse a la realidad.
No era fácil para Yurizan soportar tanta miseria. Su madre trabajaba 12 horas al día como dependienta en una tienda de ropas para bebés y los 148,00 pesos mensuales (1-2 dólares) que ganaba apenas alcanzaban para comprar los víveres que ofrecía el régimen mediante la libreta de racionamiento.
Mi soñadora amiga después de su responsabilidad estudiantil tenía que encargarse de la limpieza y comida del hogar. Para ello debía buscar todos los días dos baldes de agua en una cisterna móvil que aparcaba a 10 cuadras de su apto (era más la que derramaba que la que llegaba).Ella vivía en el piso 11 de la mencionada construcción. El ascensor del mismo, mugriento y sin iluminación, solo servía como habitación de posada a los aventureros nocturnos.
“Ni siquiera sirvo para prostituirme. Estoy tan mala que hasta yo me doy asco”, me decía bromeando. Muchas veces fue a la escuela con los zapatos rotos y desteñidos. Muchas veces tuvo que rechazar una invitación a una fiesta por no tener ropa. Yurizan y su madre, en verdad, vivían en la miseria extrema.
Ni siquiera sirvo para prostituirme. Estoy tan mala que hasta yo me doy asco”, me decía bromeando. Muchas veces fue a la escuela con los zapatos rotos y desteñidos. Muchas veces tuvo que rechazar una invitación a una fiesta por no tener ropa. Yurizan y su madre, en verdad, vivían en la miseria extrema.
Tuvo un novio que la dejó pasado un tiempo de conocerla. Fue un duro golpe para ella, pues según me refirió en ese entonces, el muchacho le gustaba. Empezó a beber con más frecuencia y “logró” en más de una ocasión vender su cuerpo. Saturada de la vida bestial que llevaba intentó salir del país, la capturaron y fue ultrajada en el calabozo donde estuvo tres días confesando su tentativa.
Encima la obligaron a presentarse todos los meses en una estación policial como señal de buena conducta y previendo otra huida.
Fue aquella mañana del 13 de septiembre de 1993 cuando recibí la triste noticia. Mi amiga estaba toda destartalada en el césped del parque de los 20 plantas del Cerro. Yacía sin vida con los ojos buscando quién sabe que. Su mirada parecía decirme que no aguantó más y esa fue la salida. Le pregunté a alguien el porqué y me dijo: “Las drogas, pipo, las drogas”.
Yurizan se enfermó de la Cuba decadente, miserable y asfixiante que conllevaba aquel Periodo Especial. Se convirtió en una de las innumerables víctimas fatales de aquellos tiempos inenarrables. De esos días tristes y locos donde todos éramos y somos subyugados en un país donde las almas jóvenes se suicidan y las viejas lloran desconsoladamente.
Obligo a mi mente a no olvidarla. No puedo hacerlo. La “cueva” de donde nunca pudo escapar aún sigue sin libertad ni autonomía.
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