Maleconazo: 5 de Agosto o la cabeza de Castro

Han pasado ya 23 años del 5 de Agosto de 1994. Y aún no ha pasado nada. Excepto que el silencio incivil de las calles cubanas es ahora sobrecogedor. Ni siquiera sabemos poner en palabras lo que nos ha pasado.

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Este artículo es de hace 7 años

Fue en 1994. No en Cuba, sino en La Habana. El 5 de Agosto. En medio del Periodo Especial en Tiempos de Paz. Es decir, en tiempos de una guerra casi civil donde todos íbamos contra todos en la Isla, como alimañas sin moral cuyo único objetivo era sobrevivir (o sea, sobremorir) y, por supuesto, escapar a cualquier precio de una prisión al aire libre llamada la Patria.

Ese día, el 5 de Agosto de 1994, por primera vez en décadas la gente salió a la calle en contra de la Revolución. Fue un acto vandálico, sí. Pero fue un acto emancipador, también. Porque las turbas no gritaban únicamente “Hambre” o “Miseria”, no. Sino que el populacho desbocado, bajo el sol ciego de aquel viernes de verano, gritaba hasta quedarse ronco el nombre maldito de la “Libertad”.


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Decenas, cientos, miles de habaneros. Lo que equivale a decir: decenas, cientos, miles de “palestinos” llegados a la capital desde todas las provincias del país. En especial, desde nuestro cercano Oriente, donde el hambre y la miseria se habían ensañado y donde la falta de libertad era total. Léase: donde el hambre y la miseria se han ensañado y donde la falta de libertad es total.

Las turbas pedían arrastrar la cabeza de Castro por las calles cubanas. Los cubanos, con ínfulas radicales de francesitos, queríamos decapitar aquella “barba de combate” que pintara el brutalista francés Jean Dubuffet en 1959, acaso inspirado por la belleza brutal del concepto caribeño de una Revolución comunista a perpetuidad.

"Barbe des combats", Jean Dubuffet (1901 - 1985)/ Fotografía: Orlando Luis Pardo Lazo, tomada en National Gallery of Art de Washington D.C.

Por la radio libre que nos llegaba de contrabando desde Miami, escuchada de manera clandestina en mi barrio, aquel 5 de agosto de 1994 recuerdo que oí por primera vez al líder exiliado Jorge Mas Canosa dirigirse al pueblo de Cuba. Tenía un tono sobrio, cargado de futuro, conmovedor. Mas Canosa no nos hablaba de venganza, sino de justicia. No nos hablaba de una dictadura que caía, sino de la democracia por venir. No nos hablaba de odio, sino de reconciliación nacional. Su voz se parecía bastante a la voz de la esperanza, después de medio siglo de espera estéril para recuperar la soberanía secuestrada de nuestra nación.

Sabemos cómo respondió entonces la cabeza con barba de Castro: salió a las calles cubanas a combatir, rodeado de un “mar de pueblo” y de los disparos de militares infiltrados con ropa de civil entre las masas. De (mala) suerte que el pueblo de La Habana no pudo arrastrar a su comandante por el cadalso de las calles cubanas. Al contrario, fue la cabeza barbada (bárbara) de Castro la que arrasó con decenas, cientos, miles de golpizas y arrestos. No solo durante ese viernes, sino durante todo ese fin de semana. Y durante todo ese mes de agosto y más allá: durante todo ese fin de una época donde la violencia se disfrazaba idiotamente de ideología.

El brutalismo del pintor Jean Dubuffet, muerto unos años antes en París, resucitó ese 5 de Agosto en La Habana. A partir de esa fecha, la violencia en Cuba sería sin signo ideológico. Se mata cuando hay que matar. Se encarcela cuando hay que encarcelar. Se expatría cuando hay que expatriar.

Desde el 5 de Agosto de 1994, en Cuba todo depende del descaro de la voluntad suprema del 'Hegémono' de la Revolución. Todo depende del nivel de impunidad de nuestro amado y amantísimo Líder Máximo. Todo depende de la soledad en que la comunidad internacional abandone a su (mala) suerte a las ansias de libertad del pueblo cubano. Lo terrible ya no es tanto la tiranía de los Castros. Lo terrible es que esa tiranía cuenta con el aplauso de las democracias y academias del mundo entero, empezando por los Estados Unidos de América, donde a la postre Jorge Mas Canosa sería, en mi opinión, clínicamente asesinado por órdenes de la Seguridad del Estado cubana.

Lo terrible ya no es tanto la tiranía de los Castros. Lo terrible es que esa tiranía cuenta con el aplauso de las democracias y academias del mundo entero

Han pasado ya 23 años. Y aún no ha pasado nada. Excepto que el silencio incivil de las calles cubanas es ahora sobrecogedor. Ni siquiera sabemos poner en palabras lo que nos ha pasado. El cementerio se trocó en cenotafio. Hemos enmudecido en tanto pueblo (hemos emputecido en tanto nación). La austeridad se hizo silencio. La miseria nos hizo miserables. El hambre justificó nuestra hipocresía. La represión justificó nuestro estado mental y físico de irrealidad. Estamos, pero no somos: nos descubanizamos. Solo la libertad siguió siendo la misma visión inverosímil en la que, no tanto ateos como arteros, los cubanos todavía hoy nos empeñamos en no creer.

El hambre justificó nuestra hipocresía. La represión justificó nuestro estado mental y físico de irrealidad. Estamos, pero no somos: nos descubanizamos

Nuestra esclavitud es de alma. Nuestra sumisión es islámica, más que insular. Por eso ya ni la cabeza de Castro no hace falta para insistir en la inercia insultante de no vivir en la verdad. Por eso, el 5 de Agosto es la fecha que todo cubano del presente preferiría obscenamente olvidar. Por eso nuestro futuro será tan fácil. Y tan fósil.

Cubansummatum est.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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