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La oficialización del tope de precios a los pasajes de taxi, difundida en nota de prensa por el Gobierno de La Habana el pasado miércoles, ha iniciado un nuevo episodio en la cruzada que desde hace meses sostienen los archiconocidos “boteros” y las autoridades de la ciudad, y que tiene de trasfondo el mal funcionamiento del transporte urbano en la capital.
La cacería de los potenciales infractores parece haber arrancado desde este fin de semana con varios despliegues policiales en puntos importantes de operaciones de taxi en la ciudad.
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Miriam Sánchez, dependiente de una especie de ferretería particular en La Palma, Arroyo Naranjo, situada a pocos metros de la zona de piquera del lugar, comenta que el sábado al mediodía se efectúo un operativo para controlar la correcta aplicación de los precios establecidos.
“Una brigada de policías e inspectores del tránsito llegó aquí desde el final de la mañana del sábado y comenzó a chequear el trabajo de los boteros en las piqueras de los diferentes recorridos, que aquí en La Palma son varias”, agregó.
A su vez, Luis Miguel García, un inspector de transporte del lugar, explica que los controles ya empezaron y que el operativo del sábado en La Palma tuvo replicas en varios zonas de importante tráfico de taxis en la ciudad como el parque del Curita en Centro Habana, la Virgen del Camino, el paradero de Playa y la base de taxistas de Santiago de Las Vegas, en Boyeros.
Sin embargo, la acción estatal para controlar la aplicación de las normativas ha traído como consecuencia una visible disminución en la circulación de taxis particulares en varias de las avenidas de la ciudad.
En ese sentido, el fin de semana habanero ofrece síntomas poco usuales. Gente esperando taxis que aparecen a cuentagotas y, sobre todo, ómnibus llenos y aglomeración de personal en las paradas, algo común durante los días laborables pero no habitual para horarios de poca demanda de transporte como el domingo después del mediodía.
Sobre esa hora, la avenida de Acosta, en el municipio de Diez Octubre, es una larga tendedera de personas que estiran sus brazos esperando algún transporte. Olivia Suárez, una joven residente en La Víbora, ha esperado ya unos cuarenta minutos por un taxi que la conduzca desde el Mónaco hacia la céntrica Ciudad Deportiva, un recorrido de apenas cinco minutos que acostumbraba realizar casi todos los días sin demasiadas dificultades.
“Apenas han pasado tres o cuatro, algunos casi vacíos y que ni siquiera han parado, es desesperante”, explica Suárez, quien un rato después se ve obligada a tomar un ómnibus de la ruta P3 “desbordado” de pasajeros.
Pese al aparente desplante de muchos taxistas particulares ante las medidas de las autoridades y al llamado para abaratar los costos, Ángel Fumero, un “botero” que realiza recorridos entre la Virgen del Camino y el Vedado, continúa su labor de todos los días ajustándose ahora a las nuevas tarifas.
“Todo esto es consecuencia de las medidas impuestas, pero se veía venir, porque por más medidas que hayan, el botero siempre va a tener un margen para evadirlas con tal de ganar más dinero”
Fumero alega también que el precio de cinco pesos para tramos que antes tenían valor de diez es ahora el principal problema, porque les comenzará a generar pérdidas a los choferes.
“Hay que tener en cuenta que muchos boteros no son propietarios de sus carros, y que además de hacer su dinero, tienen que entregar una cantidad a los propietarios, por lo tanto es normal que muchos empiecen a dar recorridos en las líneas donde se cobran quince y veinte pesos, que es lo que está ocurriendo desde ayer, por eso las rutas que generan menos ingresos se están quedando sin servicio”.
En la intersección de las avenidas Cerro y Boyeros, la situación no es diferente. Aunque la gran cantidad de rutas de ómnibus que coinciden en ese punto suelen solventar el exceso de personal en las paradas, la suerte de quienes prefieren tomar un taxi no es la misma.
Marta Licea es dueña de un puesto de confituras radicado en una parada del lugar y señala que “toda la semana se viene hablando de que van a multar a los “boteros” que no cumplan con los precios de los pasajes, pero en realidad el movimiento de policías de inspectores que controlan en ambos sentidos de la avenida Boyeros empezó el sábado de la mañana”.
“Este domingo ya son menos las personas que han podido tomar taxi aquí en la parada, y la mayoría termina por coger la guagua”, agrega la vendedora.
No muy lejos de allí, en Tulipán y Boyeros, el tráfico de taxis particulares muestra también una merma considerable mientras una patrulla de transito custodia un sector de la vía a la caza de cualquier anomalía en el cumplimiento de las nuevos disposiciones.
En otro extremo de la ciudad, Rolando, un antiguo botero de la ruta La Palma-Hospital Liga contra la Ceguera, que entregó su licencia hace tres años, piensa que el único recurso que les queda a los taxistas que no acaten las nuevas normas es no recoger a la gente que tome el taxi para los tramos cortos, lo cual, a larga, va a continuar generando molestias a la gente.
Si bien el tope de precios a los pasajes de taxi ha sido recibido con cierto beneplácito por la población de la capital, no pocos miran con recelo las consecuencias que, a plazo inmediato, podrían traer las mismas para el deteriorado sistema de transporte de la ciudad en caso de los taxistas asuman una posición intransigente con los dictámenes, como ya ha sucedido en otras ocasiones.
“No es cuestión de satanizar a los “boteros”, porque al final el “botero” recibe palos que bien podrían tocarle al Estado por la situación del transporte, pero que cumplan a cabalidad los nuevos precios es algo que está por verse”, dice Yaser, residente del municipio de Habana Vieja.
La infracción en el cumplimiento de las tarifas establecidas traerá consigo sanciones que irían desde la cancelación de la Licencia de Operación del Transporte hasta el decomiso del auto. Un sector importante de los boteros alega desde hace meses que, con los precios actuales del petróleo en el mercado informal, bajar la tarifa de los pasajes descompensaría el balance inversión-ingresos.
Rosa María Cruz, dueña de una cafetería particular en La Víbora, es otra de las que opina con escepticismo sobre el nuevo escenario: “Hasta que no lo vea no lo creo porque, entre otras cosas, a muchos de los boteros en La Habana les importa muy poco la función social que cumplen y si por algo se han caracterizado es por aprovecharse de la desesperación de la gente para sacar una mayor tajada. Eso me gusta definirlo a mí en tres palabras: pueblo comiendo pueblo”.
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