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Cuando cayó en combate el 7 de diciembre 1896, Maceo era conocido por sus partidarios como ‘El Titán de Bronce’. Los españoles preferían llamarlo ‘El León Mayor’, aunque no tengo claro si este era un sobrenombre despectivo.
Informándome sobre el trato recibido por Maceo ―sobre todo al morir― por la parte española en la Isla, no se me iba de la mente esa frase que, como muchos otros cubanos, yo atribuía a Martí: “El valor de un hombre se mide por la cantidad de sus enemigos”.
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Menos mal que el buscador de Google me desmintió a tiempo: en realidad la frase pertenece Schopenhauer, aunque la confusión se justifica por su parecido razonable con otra frase auténticamente martiana: “La grandeza de un hombre no se mide por el terreno que ocupan sus pies, sino por el horizonte que descubren sus ojos”.
Moraleja: la celebración que se montaron autoridades y prensa habaneras pro-españolas a la muerte de Maceo solo puso más de relieve la valía militar y personal de este guerrero mambí y de su fundamento político independentista, abolicionista y antirracista.
Por regla general esta prensa ninguneaba la guerra independentista del 95 titulando noticias sobre ella bajo epígrafes como “El bandolerismo” o “La cuestión de orden público”, y calificando a sus dirigentes de delincuentes comunes sin ideología.
De ‘La insurrección’ solo hablaba cuando su autocensura apenas podía ocultar la evidencia de que Maceo se paseaba a sus anchas por el occidente cubano, aunque siempre silenciando las victorias de este en Matanzas, La Habana y Pinar del Río.
Tampoco sobra recordar que estos mismos periódicos desataron durante el último cuarto del siglo XIX en Cuba una virulenta propaganda antiindependentista basada terrores y prejuicios racistas que calaron incluso en Estados Unidos.
Según esta campaña, a la revolución mambisa cubana la lideraban delincuentes y negros que, de triunfar, harían de la Isla una segunda Haití donde antiguos esclavos arrasarían con la población blanca, sobre todo peninsular.
Y esta prensa tenía claro que el símbolo perfecto de este terrorífico ‘black power’ independentista cubano lo encarnaba Antonio Maceo.
Ya el 22 de marzo, cuando la Guerra del 95 llevaba declarada menos de un mes, el periódico ‘Nuevo Mundo’ precisaba que “la independencia arrastraría a Cuba a un estado muy próximo al de Haití”, añadiendo que “más duro que la autoridad de un gobernador general puesto por España ha de parecerles siempre el dominio de un Maceo”.
Hacendado mulato, culto, con buena planta y trato afable, indiscutible líder de mambises negros y blancos durante ambas guerras independentistas, hasta el momento de su muerte Maceo era pocas veces mencionado en la prensa de la época. Eso sí: cuando sucedía era para utilizar su figura como la justificación terrorífica de la dominación de los blancos por los negros.
Hacendado mulato, culto, con buena planta y trato afable, indiscutible líder de mambises negros y blancos durante ambas guerras independentistas, hasta el momento de su muerte Maceo era pocas veces mencionado en la prensa de la época
Fue esa misma prensa integrista la que lanzó campanas al vuelo por su muerte y cuya autocensura desde entonces solo generó noticias positivas en torno a la guerra.
Específicamente los periódicos habaneros el día 8 se frotaban las manos con una noticia que, tras la muerte de Martí un año antes, solo podía significar el principio del fin de la resistencia cubana.
El periódico ‘Unión Constitucional’ saldó el tema como un rumor al que apenas dedicó 23 líneas de su edición de la tarde, citando como fuente al periódico ‘La Lucha’.
Los detalles de la muerte goteaban en páginas periódicas impresas mediante informaciones sacadas de fuentes oficiales.
El comandante Cirujeda, tras examinar documentos y pertenencias de los caídos en San Pedro, infirió que uno de los cuerpos abandonados era el de Maceo: “Los calcetines de seda con las iniciales A.M. quitados por un guerrillero al cadáver de un mulato alto y fornido, el revólver, el espadín, un anillo de oro, con un letrero grabado en el interior que dice Antonio y María”.
Citó además la carta hallada en posesión de Panchito Gómez Toro “encontrado sobre su cadáver, recostado sobre el hombro de Maceo”.
En el caso específico de Gómez Toro, llama la atención el empleo del término “suicidado” que le dedicó la prensa, detalle deliberadamente ‘peyorativo’ considerando los prejuicios morales en torno al suicidio en nuestra cultura de raíz católica.
Si bien el suicidio, de haber sido real, no hubiera menoscabado la figura de Francisco Gómez Toro, ese detalle, además de periodísticamente ‘capcioso’, era objetivamente falso.
El hijo de Máximo Gómez murió enfrentándose, con un brazo enyesado, a la columna española dirigida por el comandante Cirujeda para proteger el cadáver de Maceo. Herido varias veces de bala, los españoles lo remataron a sablazos, saqueando y abandonando ambos cuerpos ―y cuya identidad desconocían― ante una carga mambisa que recobró los cadáveres.
El 8 de diciembre también el ‘Diario de la Marina’ anunció “la fausta nueva” de la “desaparición y el aniquilamiento del alma de la rebeldía cubana merced a una bala providencial y patriótica que dio fin a las tristes hazañas del cabecilla”. Como es de notar, para esta prensa, ‘Dios’, español y católico, bendecía y procuraba muertes como la de Maceo.
La redacción de ese periódico, para celebrar semejante acontecimiento, montó un fiestón que no se perdieron personalidades políticas, representantes de la Unión de Fabricantes de Tabaco, del Centro Gallego, del Centro Asturiano y de otras sociedades españolas radicadas en Cuba.
‘El País’ sostuvo en su editorial del día 9 que “la suerte de Maceo era, para el sentir general en la campaña que se inició hace poco, la suerte de la revolución”.
Si la prensa metropolitana ya desacreditaba a Maceo en vida, no sorprende que en su muerte se ensañaran intentando denigrarlo con fantasías ridículas más propias de crónicas del siglo XVI que de una periodística del XIX.
‘Unión Constitucional’ salpicó su editorial del día 9 con estas pinceladas: “Testigos presenciales cuentan que durante el combate una amazona gritaba ‘al machete, al machete’ y esto confirma el hecho de que la columna de Cirujeda tenía enfrente a Maceo, porque ya es sabido que este iba siempre acompañado de varias de esas desdichadas mujeres”.
Valeriano Weyler, por entonces Capitán General de la Isla de Cuba, de regreso de esta operación militar, fue recibido en La Habana con una heroica marcha triunfal por parte de una multitud que se manifestaba, partiendo de Prado, atravesando la Habana Vieja por la calle Obispo y desembocando en la residencia de los Capitanes Generales, Plaza de Armas, gritando desaforadamente “Cuba eternamente española”.
Cañones capitalinos lo celebraron con salvas que resonaron en toda La Habana.
Pese a los méritos militares con que la muerte de Maceo lo cubrió de gloria, resulta curiosa la benevolencia con que el propio ‘carnicero’ Weyler se refirió siempre al mulato cubano.
En Memoria del 98, entrevista publicada en la revista ‘Historia Abierta’, si bien Weyler no tuvo pelos en la lengua para describir a un Máximo Gómez que se ganaba mil antipatías en menos de un minuto, que obraba tortuosamente y que tenía muy mal genio, para hablar del ‘El León Mayor’ ‘El tigre de la manigua’ Weyler se frenaba respetuosamente confesando que se compró por cien duros “todo lo de Maceo”, pues “era valiente, leal y simpático”.
En esa entrevista Weyler afirmaba de Maceo: “peleó junto a nosotros en Santo Domingo con el grado de capitán en la reserva dominicana”, dato hoy por hoy desaparecido y de casi imposible confirmación en cualquier monografía biográfica sobre Maceo, entre otras razones porque aún no existe una ‘biografía’ de altos estándares historiográficos sobre ‘El titán de Bronce’ (o de cualquier otro prócer independentista, Céspedes, Martí, Gómez) que confirme o desmienta datos relevantes como ese, apuntando al endémico prejuicio cubano de mirar de frente, sin tapujos ideológicos, nuestra propia historia.
De ser cierta la afirmación de Weyler, el genio militar de Maceo nunca fue autodidacta ni empezó de cero en la Guerra de los Diez Años, sino que fue técnico y académico, como el de Máximo Gómez, aprendido entre las filas españolas durante las guerras contra mambises dominicanos.
Cada 7 de diciembre fue día de obligado luto nacional en Cuba hasta el año 1959.
Fuente: Cambril, Antonio: Cuba, 1898: el sol se puso, Junta de Andalucía, Educación XXI, Granada, 1999.
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