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No sé si les he contado que amén del béisbol, hay un deporte colectivo que me apasiona y es el básquet. Ver a esos grandulones protagonizando esos espectaculares donqueos, o a esas féminas haciendo gala de virtuosismo sobre la cancha provocan en mí casi el delirio.
Pues, ¿quién les dice a ustedes que un buen día me llego por el Centro de Entrenamiento de Alto Rendimiento “Cerro Pelado” ubicado en la capital cubana, a reportar sobre una de las sesiones de preparación del seleccionado femenino que iba para un evento, que si me matan no recuerdo, y veo a aquella muchacha adueñándose de cada metro de la rectangular área, corriendo, pasando, dribleando y anotando canastas como una consagrada. ¡Y con apenas quince años!
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Corría el año 1988.
Pregunté entonces “¿Quién es ella?”, a lo que el entrenador contestó “uff, ese terremoto es Lisset Castillo”. A lo que yo respondí “una verdadera ardilla sobre la cancha”, y así fue que bauticé a esta carismática mujer que hoy, con 43 años, aún sigue activa por tabloncillos del mundo, tras haber integrado el equipo grande nuestro país por 16 años.
Los invito a conocer, pues, a esta sin par jugadora.
“Estoy en España desde el año 2008 y he participado en las ligas femeninas de este país hasta la fecha, tanto en la primera como en la segunda división. Sabes que aquí gusta muchísimo el baloncesto y la gente lo sigue. Entre otros, he jugado en Juventud Mariana de Mayorca, La Seu D'Urgell, el Club Las Gaunas, que pasó a ser llamado Fundación Promete.
“En enero de este 2016 me convocó un conjunto alemán a concluir la serie allá. En estos momentos funjo como profesora de niños desde 6 años hasta 15 en el club Jacobeo, junto a la estelar entrenadora y amiga Cuca Espinosa, y de segunda coordinadora del C.B Clavijo que tiene a su primer equipo en la liga Leb Oro. Ahí tenemos una escuela para trabajar con niños, entrenarlos y forjarlos en otros valores formativos y educativos, por lo que el nombre de la escuela es Educabasket”.
Familiarmente, la Ardilla Castillo continúa casada con el amor de su vida, el medallista olímpico de judo, Manolo Poulot con el que tiene una preciosa muchacha de quince años, María Diosdamis. Tanto Manolo como la niña viven en La Habana.
La historia de estos dos grandes atletas es digna de una novela de amor.
“Conocí a Poulot por intermedio de Israel Hernández, también doble medallista olímpico de judo. El refrán de que el que persevera triunfa resultó una muy bonita realidad que ya casi llega a las dos décadas de existencia. Él ha sido y es el pilar fundamental para yo mantenerme jugando hasta esta edad y poder ayudar económicamente en mi hogar”.
Pero, ¿cómo se inicia en estos avatares del deporte de las cestas una muchacha de no elevada estatura que con soltura atacaba el aro, burlando el gardeo de mujeres mucho más altas?
“Bueno en el baloncesto comencé sin saber ni lo que era, lo único que quería era estar donde mi hermano Osmani Castillo, él es los ojos de mi rostro, mi fuerza mi voluntad. Recuerdo que un día me dijo: “mi herma llega a donde no pude llegar yo”, y creo que desde ese momento me enfoqué en lo que quería.
“Iba día a día a mi semi internado de Primaria en mi natal Pinar del Río con 8 años, bajo la égida de Omar Ramos, por aquel entonces entrenador en la EIDE y amigo de la familia. Él me recogía y me dejaba con el equipo femenino de 13-14 años hasta que en el EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva) comencé en la categoría 11-12 años. Ahí seguía siendo muy pequeña pero entrenaba con Reinaldo Perdomo, El Poty, y no fue hasta sexto grado que fui admitida como matrícula de la EIDE.”
En las décadas de los 60, 70, 80, 90 y hasta la del 2000, el básquet cubano gozó de muy buena salud. Se ganaba y se perdía con la élite no sólo de la región centrocaribeña sino continental y mundial. Ejemplo de ello fue el bronce en el Mundial de Malasia 90 y el cuarto escaño en los Olímpicos de Barcelona 92. Por tanto, había jugadoras donde escoger y las bases organizadoras cubanas siempre atraían la atención. Para muchos, entre los que me incluyo, Lisset Castillo fue la mejor de todas.
“No me considero la mejor base alero de Cuba, hubo muchas excelentes jugadoras: Margarita Skeet, Reglita Hernández están entre ellas. Es que en aquellos tiempos había jugadoras por doquier. El dolor de cabeza era integrar el seleccionado nacional por la cantidad de buenas atletas que existían. Había que trabajar mucho para llegar a la crecer poco a poco. Los entrenadores que tuve en esa época, como el Poty, Fermín, el super Gallego, Miguelito... ¡Sin palabras! Todos sacaban de mí el máximo.
“En aquel tiempo, por mi poca estatura, había jugadoras que trataban de intimidarme, pero eso hacía el efecto contrario. Me hacía más fuerte, me ayudaba a enfocarme más. Siempre tenía un consejo, había mucha conexión. Cuando viajábamos nos reuníamos en alguna habitación para reír, contarnos experiencias. Era muy sano, era una familia. Esa ha sido de mis épocas favoritas”.
Y yo doy fe de ello. Tuve el placer de convivir en varias oportunidades con estas jóvenes, por ejemplo, en el Mundial de Alemania 98 y en el de China 2002. Muchas son las anécdotas de esa época. Recuerdo que jugando contra el Congo en la sede de Wuppertal, en la cita germana, las cubanas comenzaron perdiendo contra un equipo de inferior calidad.
Resulta que, subrepticiamente aparecieron en el banco de las nuestras, huesos, caritas de brujos, palos de santería. En fin, el folklor. Yo, en el medio tiempo, incrédula en aquel tiempo, tomé todo con mucho cuidado y se lo puse a las africanas en su sitio y creo que no anotaron ni una canasta más. Por supuesto que el bonche en aquel ómnibus y en aquel hotel resulta inolvidable.
¿Cuáles son tus mejores amigas de tantos años en el equipo nacional?
“¿Amigas? Muchas; las primeras en las categorías de canteras: Damaris Pedroso, María Caridad, Ayame, Marcia. Después, ya en la selección nacional, la muy conocida Odalis Cala que era prácticamente mi madre. Mil gracias a ella por todo lo que me ayudó. También María Elena León, la Lupe, Milayda, Aime Chapé, Gertrudis, Olga Lidia y Olga Elena, son muchas y a todas les agradezco por todo lo que me ayudaron y todo lo que de una forma u otra aportaron en mí.
“Después, en otra época, estaba mi inseparable amiga Lisdeivis Victores. De hecho, seguimos siendo más que amigas, hermanas por así decirlo, Yamile, Dalia, Tania,Taimara y tú Julita Osendi que, sin jugar, eras miembro del equipo. Todas, quiero que todas sepan que, aunque no las mencione, tienen un lugar en mi corazón.”
¿Qué hace una base en un equipo de básquet, cuáles son sus características?
“Una base debe tener un buen sentido de juego, tiene que pensar en organizar y ser la guía del equipo; es prácticamente el entrenador en la cancha, el eje. Por supuesto que hay bases que pueden ser anotadoras y eso no quita que puedan organizar bien, de hecho hay sistemas que pueden ser adaptados para una base ofensiva. Muchas suelen tener muchos recursos y por esto son un poco más anotadores. Debe saber elegir cuándo correr, cuándo jugar parada, según la situación del juego y el adversario. Es, sencillamente, el cerebro del equipo.
“En cuanto a los entrenadores nunca tuve ningún tipo de problema. Era y soy constante, trabajadora, dedicada, pero mis principios con el Poty fueron geniales. Me enseñó mucho, tanto en el área deportiva como en lo personal; y el otro, sin menospreciar a los restantes, fue Manuel Pérez, el Gallego, hacia el que siento una enorme gratitud no sólo como coach sino como padre y educador.”
La Ardilla estuvo presente en grandes momentos del básquet femenino cubano.
“Mis grandes momentos han sido muchos, pero Barcelona 92 ha sido para mí lo mejor. Primero fui como jugadora de último cambio prácticamente (con 19 años) y terminé de titular, además del buen resultado final: estuvimos a tres minutos de saborear el bronce olímpico. Mi segundo momento fue cuando Cuba, tras 20 años sin ganar unos Juegos Panamericanos, se impuso en Winnipeg 99 con casi medio equipo lesionado. Mi tercera gran experiencia positiva fue cuando me probé en otras ligas y demostré que todavía valía como jugadora, y digo esto porque mis últimos meses en la selección nacional fueron muy duros para mí, el saber todo lo que había hecho y aportado, y que ya no se tenía en mí la confianza de antaño, con sólo 29 años. Sí, es cierto, iba a las competencias y torneos pero prácticamente no me sacaban, solo un minuto o 30 segundos. Mis compañeras de otros equipos me preguntaban que qué pasaba, que por qué no salía al campo. Yo les decía que por problemas de lesión.
“Fue frustrante para mí y muy duro, sabiendo que podía dar más. Y ahí fue que tomé la decisión de salir del equipo, y quiero aclarar: sin objetivo de nada porque no tenía nada, pero como jugadora no me lo permití porque mi historia, mi dignidad y mi respeto en el campo, me los gané siempre con mucho sacrificio, constancia, trabajo y dedicación.
“A los seis meses de mi baja recibí una propuesta para jugar en Hungría, y en esa propia temporada resulté la mejor defensa de la liga, máxima anotadora y líder en asistencias. Además he jugado en Croacia y Alemania, así como en España, como ya dije”.
Ésta, amigos, es Lisset Castillo, la ardilla del básquet cubano, para mí, la mejor en su posición, retirada antes de tiempo aún sin saber por qué. Razones habrá, no lo pongo en duda, pero como ella... En fin... Como decía el profesor Eduardo Dimas: saquen ustedes sus propias conclusiones.
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