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Se terminaban los 80 y los cubanos, sin conciencia de lo que se nos avecinaba, nos preparábamos para vivir "el período especial en tiempo de paz". Unas alarmantes declaraciones de Fidel a finales de enero de 1990 en un congreso sindical en el Teatro Karl Marx de La Habana nos alertaban de que era probable que "los problemas fueran tan serios en el orden económico por las relaciones con los países de Europa Oriental o pudieran (...) ser tan graves, que nuestro país tuviera que enfrentar una situación de abastecimiento sumamente difícil”. Nos encontrábamos a las puertas del período de crisis económica más traumático y severo que hayamos conocido, cuyo principal efecto derivó en el racionamiento extremo en la alimentación, el transporte, así como en el reacondicionamiento de todos los sectores de la industria y de la salud.
Poco a poco, durante el transcurso del mismo año, la prensa iría haciendo oficial la lista de restricciones de productos esenciales y los caminos del complicado rumbo que tomaría el país, paralizado ante las inversiones extranjeras, el inminente derrumbe del campo socialista y bajo los efectos súbitos del cese de las importaciones de petróleo de la Unión Soviética. Vívido aún en nuestras mentes están aquellos recuadros, al final de una de las hojas iniciales del periódico, donde desde entonces y durante algunos años se comenzaría a publicar el horario de apagones y la escasa distribución de alimentos por municipios como parte de las soluciones ante un desabastecimiento que no hacía más que empezar.
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Pero el comienzo del año 90 todavía nos reservaría otro suceso inesperado: el 29 de marzo, en el recibimiento del segundo avión que formaba parte del primer vuelo a La Habana con niños afectados por la catástrofe de Chernóbil ocurrida 4 años antes, Fidel se comprometía públicamente, ante la preocupante cifra dada por la delegada soviética de 100 000 personas necesitadas de asistencia médica, a recibir a un buen número de niños para que fueran tratados en Cuba.
Asistíamos así, a pie de la escalerilla, al inicio del que sería uno de los programas humanitarios más abarcadores y de larga duración que se conozcan en el mundo y en el cual no solo se involucrarían durante los años subsiguientes cientos de profesionales de la salud y representantes del gobierno sino todos los cubanos y especialmente la población capitalina. Durante los 21 años que duró y en los que se trataron más de 25400 pacientes, el Programa de atención a niños de Chernóbil no escatimaría en recursos humanos ni materiales de los que Cuba podría necesitar para paliar la difícil e inestable situación en que comenzaban a sumirse los cubanos.
La idea se había gestado apenas unos meses antes, en el invierno del 89 cuando el entonces cónsul de Cuba en Ucrania Sergio López Briel presentaba sus credenciales ante el primer secretario del Komsomol (organización juvenil del PCUS) ucraniano y este le manifestó la grave situación por la que estaban atravesando los niños y jóvenes, cuya salud para entonces ya comenzaba a desarrollar evidentes signos de malignidad.
Menos de una semana le bastó a Cuba, una vez recibida la petición de ayuda, para enviar a los 3 mejores profesionales en las especialidades de aquellas patologías más frecuentes en niños, que visitaron en poco tiempo más de 30 zonas afectadas entre Ucrania, Rusia y Bielorrusia.
"Había mucha presión por ver a los médicos cubanos, recuerda el Dr José Manuel Ballester, la población tenía un estrés tremendo, había lugares en los que no había médicos. Se habían ido para no enfrentarse a la radiación". De esta forma se realizó la primera selección de los pacientes más críticos, fundamentalmente niños y se organizó el primer viaje que aterrizó en marzo y corrió a cuenta del gobierno cubano.
La población tenía un estrés tremendo, había lugares en los que no había médicos. Se habían ido para no enfrentarse a la radiación
Después se conocería que uno de los dos aviones utilizados acababa de salir de reparación, aún sin pintar, de la fábrica de Tashkent, en la vecina Uzbekistan y el otro había sido obligado a cambiar su ruta habitual Roma - La Habana hasta Kiev, ante la urgencia de 139 niños muy enfermos y sus familiares que no podían esperar a que Ucrania les garantizara un aparato para llegar a Cuba.
Que el Programa de Ayuda a Niños de Chernóbil fue una determinación del gobierno cubano y especialmente una orden de Fidel Castro, que a pesar de la desaparecida colaboración entre la URSS y La Habana nunca cerró sus puertas a la atención de estos niños, es un hecho irrefutable.
López Briel en una entrevista algunos años después confesaría que Fidel le prohibió hablar con la prensa o que esta fuera al consulado cubano en Ucrania, porque la ayuda que se comenzaría a prestar era un deber elemental con el pueblo soviético y no se hacía por propaganda.
Briel apunta además que entonces Fidel le dio la orden de acortar su visita a Cuba a solo 3 días con el fin de regresar cuanto antes para tranquilizar a los padres y familiares, (el 70% de los niños que recibieron atención médica en Tarará eran huérfanos), y recoger el mayor número de cartas. "Háblales de lo que estamos haciendo por ellos y de las condiciones que tiene aquí en Cuba y que vamos a hacer el mayor esfuerzo del mundo por salvarles las vidas", recuerda Briel.
Háblales de lo que estamos haciendo por ellos y de las condiciones que tiene aquí en Cuba y que vamos a hacer el mayor esfuerzo del mundo por salvarles las vidas
Pero el papel de Cuba no solo se limitó a brindar una atención medica integral en el territorio nacional, poniendo a disposición de los afectados a los mejores especialistas y los centros pediátricos especializados de la capital, además de convertir el Campamento Tarará, previamente "donado" por la Juventud Cubana y su hospital pediátrico en el centro neurálgico de recepción y rehabilitación durante los 21 años que duró el proyecto, sino que durante varios años médicos cubanos trabajaron en Kiev en el Fondo Juvenil Ucraniano de atención a las víctimas de Chenóbil y en el hospital "La madre y el Niño", con el objetivo de valorar y seleccionar los casos que necesitaban ser atendidos en Cuba.
Asimismo, ante el éxito que supuso la utilización de un balneario para la recuperación de los enfermos, se creó en Crimea, Ucrania, una especie de campamento similar a Tarará en el que 5 médicos cubanos trabajaron durante 2 años consultando más de 12 mil pacientes.
Nada se conoce del costo que supuso a Cuba la fundación, sostenimiento y durabilidad de un Programa de tal magnitud, que tenía fundamentalmente como base el tratamiento de dos de las patologías más caras del mundo: las enfermedades oncológicas y hematológicas. Incluso durante muchos años Tarará permaneció cerrado al público y en un primer momento, salvo datos sobre las cifras de niños tratados, poco trascendió en los medios de prensa cubanos.
Sin embargo, han sido los propios testimonios de los familiares, médicos, pacientes y funcionarios del gobierno cubano, algunos ya retirados, los que han sacado a la luz con el paso del tiempo el lado más humano de esta historia dejándonos detalles de la complicidad que se vivió durante muchos años entre los familiares de los niños, los médicos y el pueblo cubano.
Con una economía que se encontraba prácticamente en cero y una reducción considerable del aporte nutricional por la escasez de alimentos, los cubanos donaron sangre, médula ósea, compartieron su comida y las camas de hospitales, posteriormente, incluso, compartieron sus aulas en las universidades con algunos jóvenes que decidieron quedarse a estudiar en la isla.
Mientras los niños y adolescentes cubanos veían cada vez más reducidas sus opciones de esparcimiento, los niños de Chernóbil, ante un llamado que se había hecho al ICAP con el objetivo de aliviar el estrés producido por las terapias y la duración de los tratamientos, recorrían la capital y disfrutaban de actividades recreativas sin que fuera un problema el medio de transporte.
Todos veíamos cómo los apagones ocupaban la mitad de nuestros días mientras Tarará siempre permanecía iluminado y prescindimos en muchos momentos de los mejores especialistas que estaban volcados en salvar las vidas de unos niños cuyo único error había sido nacer en el lugar equivocado.
"Recuerdo que había niños que estaban hospitalizados en la capital y a veces teníamos dificultades para hacerles llegar la alimentación por la transportación o por determinadas razones y los mismos padres cubanos que estaban con sus hijos en esos hospitales compartían y llevaban sus propios alimentos a esas madres ucranianas para sus hijos" recuerda El Dr. Julio Medina de Armas, director del Hospital de Tarará en aquel momento y coordinador del Programa.
Los mismos padres cubanos que estaban con sus hijos en esos hospitales compartían y llevaban sus propios alimentos a esas madres ucranianas para sus hijos
Una parte importante del éxito de esta experiencia se debió a que los médicos y todo el personal implicado, desde los cocineros de los hospitales hasta los chóferes que transportaban a los pacientes, nunca vieron a estos niños como parte de un Programa sino como a sus propios hijos cuya última esperanza era la ayuda que podían recibir en Cuba.
"A mi hija la operó un equipo multidisciplinario de especialistas durante 11 horas. Ese día fue el pueblo cubano el que operó a mi hija por toda la sangre que donó. Los cubanos se hicieron mi familia", recuerda una de las madres, " y a pesar de que la situación era muy difícil los médicos traían golosinas, caramelos y nos invitaba a su casa para pasar el fin de semana en condición de casa y no de hospital".
Posteriormente y aún hoy en día, muchos países han ayudado sobre todo aportando datos en la medición de la radiactividad que queda en la zona y en sus habitantes, pero solo Cuba fue capaz, apenas 4 años después de la tragedia, de organizar un programa de atención médica integral que sobrevivió durante 21 años permitiendo que más de 23 000 ucranianos, muchos de los cuales llegaron a nuestro país con pronósticos desesperanzadores, retornaran a sus hogares totalmente recuperados y cuyo trabajo, además de tener un gran peso humanitario tuvo un importante impacto científico, al permitir la obtención de datos relevantes sobre contaminación interna en infantes de áreas afectadas por el accidente.
Por eso cuando se hable de Chernóbil habrá siempre que hablar de Cuba, porque con esta labor los cubanos nos hicimos grandes y marcamos un hito en la solidaridad mundial, compartiendo lo poco que teníamos en uno de los peores momentos de nuestra historia.
Chernóbil no olvida y Cuba tampoco.
NOTA: Cita del titular sacada de palabras de Leonid Kuchmael , presidente de Ucrania desde el 94 hasta el 2005, con motivo de la celebración del 20 aniversario de la tragedia
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