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Con notable divulgación y éxito de público, el espectáculo humorístico A Pululu presenta en el teatro Karl Marx, la versatilidad del talento de Omar Franco, uno de los mejores actores con que cuenta la cultura cubana, fuera o dentro del terreno humorístico, al cual suele dedicarse.
Franco ha logrado diseñar, e interpretar con extremo gusto y delicadeza, uno de esos personajes que ha terminado siendo entrañable para el público: Ruperto, un anciano que estuvo en coma desde los años ochenta, y ha despertado ahora, de modo que indirectamente, cada alusión al pasado tiene un contenido crítico, pues habla de todo lo que teníamos y éramos los cubanos y que hemos perdido con las sucesivas capas de Periodo Especial.
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Ruperto, simbólicamente, tiene un raro modo de caminar: un par de pasos para adelante y uno para atrás. Y sus textos se combinan a la perfección con el tono quejoso de Pánfilo con la libreta de abastecimientos y otras catástrofes. Cada vez que hay un problema, ahí está Ruperto sugiriendo una solución, perfectamente normal y asequible en los ochenta, pero ahora impracticable desde todo punto de vista. La candidez e inocencia del personaje resultan sus mejores cartas de triunfo.
Entre los aciertos del personaje de Ruperto, y de la interpretación de Omar Franco, se cuenta la reiterada expresión «a pululu», que se supone es derivada del verbo pulular y que el actor apoya con un gesto de la mano que expresa, sin palabras, su significado. Recordar que el personaje ha sobrevivido desde una época de abundancia y bajos precios, y despertó en este hoy de carestías y escaseces. Su inadaptación a las circunstancias es total, al igual que sus intentos por “dispararle” a cuanta mujer hermosa le pasa por delante.
Si bien la frase «a pululu», no es invento del actor, pues se usaba hace años, por personas muy mayores, el caso es que Omar Franco, mediante Ruperto y Vivir del cuento, le otorgó nuevo ciclo vital para significar abundancia, “en cantidad”, “estar a punto o caliente” y otras acepciones de acuerdo con el contexto.
El personaje de Ruperto propone, tras la cortina de teatro vernáculo y exageraciones humorísticos, otra manera de constatar la crisis de la utopía, y comentar un presente marcado por el desencanto, la grosería y el interés, desde un pasado de heroicas zafras, efectos eléctricos repartidos de acuerdo con los méritos laborales, y acceso irrestricto a los mejores hoteles y restaurantes, que era posible pagar con unos cuantos ahorros de tu sencillo salario.
Cuando el programa Vivir del Cuento languidecía con las eternas “pullas” y quejas de Pánfilo, y las trapacerías inútiles de Chequera, apareció Ruperto para darle altura, y hasta cierto lirismo, al espacio. El espectáculo en el Karl Marx de Ruperto-Omar Franco, junto con Cachita Cachán-Irela Bravo, permite también celebrar por todo lo alto el talento de un actor serio, profesional, y penosamente subestimado durante muchos años.
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